Por: Jorge Ramos
Nicolás Maduro, el líder autoritario de Venezuela, está rodeado de pajaritos. Un “pajarito chiquitico” le silbó una vez y él creyó que era el espíritu del fallecido Hugo Chávez (aquí está el video en que habla de esa milagrosa aparición).
Pero además, Maduro está rodeado de otros pajaritos, azules – los de Twitter – que le están haciendo la vida imposible.
Aunque tenga su cuenta abierta (@NicolasMaduro), odia a Twitter. Lo ha llamado “esas máquinas imbéciles”, según nos recordó hace poco el historiador Enrique Krauze. Maduro censura brutalmente los medios tradicionales de comunicación – TV, radio, diarios – pero con las redes sociales y la Internet no puede. Y si intentara bloquear a Twitter o a cualquiera otra red, otras opciones tecnológicas brotarían de inmediato (hemos visto que esto ocurrió recientemente en Turquía, después de que el gobierno del Primer Ministro Recep Tayyip Erdogan tratara de bloquear allí el Twitter).
Maduro dice que no mata ni reprime, pero basta un clic para que aparezcan cientos de videos en YouTube.com que lo contradicen.
Es la rebelión del pajarito. O, como lo describió el New York Times, “la globalización del desafío”. Censurar la prensa y tratar de que el mundo no se entere de los abusos del poder en Venezuela es inmaduro y estúpido.
“Hay que asumir la idea de que hay 3 mil millones de personas en el planeta con cámaras de televisión en sus manos”, me dijo en una reciente entrevista el profesor Jeff Jarvis, el gurú del periodismo del futuro. “Éste es un momento muy interesante para reinventar la televisión.”
Es cierto. Como periodista no puedo competir contra miles de testigos de las rebeliones en Caracas y Kiev. Así que, lejos de rechazar todo el material que suben a internet y a las redes sociales, hay que aceptarlo, identificarlo, verificarlo, ponerlo en perspectiva y destacar lo que es relevante. Esa es parte de nuestra nueva labor periodística. Pero eso no lo entiende Maduro, quien se formó con las ortodoxias y abusos del propio Chávez.
Lo que pasa es que Maduro todavía gobierna y reprime a la antigüita. Denuncia como “fascistas” a quienes se oponen a su régimen totalitario, pero no se da cuenta de lo mucho que se parece al dictador Augusto Pinochet cuando ordena a sus milicos y a la Guardia Nacional detener a los estudiantes. Digámoslo con absoluta claridad: los soldados y la Guardia Nacional no podrían haber disparado contra los manifestantes sin la autorización tácita del comandante en jefe, Nicolás Maduro.
Justificando sus brutales acciones, Maduro dijo en una entrevista con Christiane Amanpour, de CNN, que en Estados Unidos, como en Venezuela, no se permitiría un movimiento que buscara derrocar al presidente. Pero en Estados Unidos no podría estar en el poder un presidente que manda matar estudiantes. En Venezuela sí.
Ningún demócrata – ninguno – puede apoyar o promover un golpe de Estado. Y una salida democrática al régimen de Maduro no está a la vista. El Artículo 350 de la Constitución bolivariana claramente establece que “el pueblo desconocerá cualquier autoridad que menoscabe los derechos humanos.” Pero la Asamblea, controlada por chavistas, no va a sacar a Maduro del poder. Hoy Maduro perdería un referéndum revocatorio, pero la ley no lo prevé hasta el 2016.
Las protestas en las calles no pueden seguir aguantando tantos muertos. Por eso un editorial del diario español El País dijo que “las protestas podrán irse extinguiendo por la represión y el cansancio. Pero es solo cuestión de tiempo que vuelvan a brotar, y con más fuerza.”
Es posible que Maduro caiga por su propio peso: por sus muertos y por su obvia incapacidad para manejar el país – y que sean los propios chavistas quienes le pongan la zancadilla. Pero, tarde o temprano se irá: no puede ser presidente alguien que mata a sus propios jóvenes. Punto.
Esto nos lo dijo un pajarito.
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