En Argentina hoy existen tres modelos posibles de desarrollo. Uno, el kirchnerista, ha sido implementado y está viviendo una etapa de crisis. Primero vivió un período de auge (con Néstor Kirchner) sin mucha política económica activa, salvo la expansión monetaria que nos llevó a la inflación actual. Luego entró en una etapa de resultados todavía positivos pero moderados (con Cristina Fernández) con más política económica intervencionista aunque de trazos gruesos. Finalmente ha desembocado en la actual etapa de estancamiento que puede conducir a dos escenarios: uno de radicalización a la Chávez, lo que implica que cualquier ganancia contra la pobreza y la desigualdad que pudiera haber ocurrido en las dos etapas anteriores se revertirá, pero en el cual el mayor control de los medios de producción y de comunicación podrá admitir la permanencia del núcleo kirchnerista en el poder; y el otro escenario, de corrección y de creación de bases económicas más sensatas hacia el 2015, pero que, seguramente, como suele suceder cuando se reconoce la necesidad de corrección, implicará una pérdida política para el núcleo duro del kirchnerismo.
Los otros dos modelos económicos, sociales y hasta institucionales son el del FAP (Frente Amplio Progresista) y grupos afines como el radicalismo alfonsinista, que no hay que confundir con la centro-izquierda que suele gobernar en el resto del mundo, y el del PRO, el radicalismo del interior y el peronismo federal, que, en cambio, sí es mucho más parecido a lo propuesto tanto por la centro-derecha como por la centro-izquierda del mundo desarrollado. Estos dos modelos son aspiracionales, no han tenido aplicación salvo por experiencias provinciales, que, en un país centralizado fiscalmente, no son representativas de los proyectos nacionales, como la de Santa Fe por el FAP y la de CABA por el PRO. Si bien ambos grupos son heterogéneos, mi tesis es que el primero está anclado en una visión “anticuada” de desarrollo en tanto que el segundo representa una propuesta “moderna”.
El desarrollo puede resumirse en dos variables: el crecimiento económico y la distribución del ingreso. La pregunta es cuál de los tres modelos nos asegura crecer sostenidadamente con mayor igualdad de oportunidades y de ingresos.
La primera gran divergencia se da entre el modelo kirchnerista y los otros dos, en cuanto que el primero no tiene por objetivo último el desarrollo sino la permanencia en el poder. Por eso es tan inasible. De eso se trata la famosa subordinación de la economía a la política: no consiste en poner un rumbo político en función de una visión de país y hacer que la economía se estructure acordemente; se trata de mantener el poder por parte de personas y gobiernos particulares y subordinar la economía a ello. Esta concepción termina siendo, en última instancia, no un modelo de desarrollo, sino una estrategia política que asegura el subdesarrollo.
Por su parte, la gran diferencia entre las visiones “moderna” y “anticuada” del desarrollo reside en valoraciones divergentes sobre el capitalismo, el mercado, la competencia, el comercio exterior, el empresariado, la importancia del empoderamiento local, lo positivo de las economías de escala y el drama de las fallas de gobierno vis a vis las fallas de mercado. Considero que ambos grupos tienen una opinión negativa de lo que hay en el país a este respecto, pero mientras que la visión “moderna” pretende modificar la calidad del capitalismo y de los empresarios para que cumplan sus roles fundamentales en toda sociedad moderna, los “anticuados” tienen sobre ellos una opinión negativa sin posibilidad de redención. En otras palabras, los “modernos” consideran que la baja calidad del capitalismo y del empresariado argentino se debe a la acumulación de políticas económicas cambiantes, arbitrarias y de creación de rentas artificiales, en tanto que los “anticuados” o clasistas, por el contrario, consideran que la baja calidad se debe a la naturaleza misma del sistema capitalista y de los empresarios locales.
Mientras que los “anticuados” perciben al mundo, en términos económicos, como una amenaza, los “modernos” lo ven como una oportunidad, como un lugar donde, si hacemos las transformaciones necesarias, podemos competir. Los primeros se preparan, en el ámbito económico, para defenderse del mundo, no para interactuar. En cambio, los segundos aplican una lógica similar a la deportiva: si somos competitivos a nivel mundial en fútbol o tenis, ¿por qué no serlo en agroindustria, textiles, siderurgia, software o tecnología?
Mientras que la centro-izquierda local rescata los textos de economía de los años 50 y 60 donde la política fiscal y monetaria se consideraban todavía políticas para el desarrollo (es decir, para el crecimiento y la igualdad), los “modernos” (y la izquierda del resto del mundo, digámoslo) las considera en el mejor de los casos políticas de estabilización o anticíclicas, es decir, políticas keynesianas clásicas. De ahí la indeferencia de los “anticuados” ante una política monetaria expansiva en los mejores años del kichnerismo (2005-2008) o ante la disminución del superávit fiscal cuando se crecía fuertemente. Los “anticuados” se alarman hoy ante el estancamiento; los “modernos” lo advirtieron en su momento.
El kirchnerismo aplicó una política de consumo de stocks: la energía, la ganadería, las bajas expectativas inflacionarias, la infraestructura de transporte, la minería, los nutrientes y el conocimiento técnico. Se comió todo eso. Los “modernos” proponen políticas que llevarán a la reconstrucción de esos stocks: liberación de precios energéticos para incentivar la inversión en exploración, permisos automáticos de exportación de carnes para incentivar la retención de vientres, precios mayores en transporte para que haya inversión en cantidad y calidad, etc. Los “anticuados” también tienen como objetivo reconstruir stocks pero las políticas que proponen aseguran lo contrario. Así, aprueban la confiscación de aportes jubilatorios, la estatización de Aerolíneas y de YPF, el uso indiscriminado de los fondos de la Anses, la reforma del Banco Central y la ley que desguaza medios. La centro-izquierda repite en su visión las fallas del gobierno de Alfonsín: quiere solucionar los problemas pero las soluciones reales no se condicen con sus concepciones ideológicas.
En cada una de las temáticas relevantes, protección social, derechos laborales, sistema financiero, tamaño y eficiencia del Estado, políticas sectoriales y poder de mercado, los “anticuados” y los “modernos” presentan visiones discrepantes.
En suma, hay tres modelos económicos para la Argentina. Uno, el del kirchnerismo, nos condena al subdesarrollo porque propone un poder superconcentrado frente a una población dominada. Otro, el del FAP y afines, tiene mayor respeto por las reglas, los derechos individuales, la transparencia y la separación entre Estado y gobierno, pero tiene una visión retrógrada sobre el capitalismo, el empresariado, los bancos y el mercado, por lo que tampoco promoverá el desarrollo económico y social. Finalmente, el PRO y grupos de ideología afín, con una visión de un Estado fuerte pero eficiente, mercados competitivos, educación y salud de calidad, prioridad en la infraestructura pública y privada, y valoración de la gran empresa y del empresario innovador, sí ofrece un camino genuino de desarrollo. El futuro del país dependerá de la articulación e implementación eficaz de esa visión.