“¡Lo importado es mejor, siempre es mejor, no lo vas a comparar!”; una frase dura pero muy escuchada, y quizás en algún punto cierta. Pero cuando empezamos a deshojar todo lo que implica, vemos otras verdades, tal vez más fuertes que esa realidad.
En aquel producto importado, lo primero que nos llega es “esa marca” que ya te vendieron antes de que sepas de qué se trata y si a vos te sirve para algo. De hecho, cuando ves el precio, comenzás a pensar en optar por La Salada, por segundas marcas, pero siempre con la meta de que se te vea usando “esa marca”, y te estirás hasta donde llega tu bolsillo.
Pero esto no es realmente lo más importante, sino que debemos poner arriba de la mesa una pregunta esencial: ¿con qué dinero pagás ese producto? Y no estoy hablando del dólar, estoy preguntando de dónde salió, cómo te lo ganaste. Tomando por cierto que te lo ganaste, la pregunta del millón es ¿haciendo qué?, ¿algo importado?. No, seguro que un producto nacional, que si no tiene quien lo compre, te deja a vos sin poder producirlo y sin plata para poder pagar “esa marca”.
También podríamos preguntarnos qué es “hacer nacional”. Creo que todos los que tenemos un pensamiento comprometido con el país, en menor o mayor medida hacemos nacional, y esto implica no sólo una marca, sino colaborar a formar y formarnos en el pensamiento nacional desde lo cotidiano, lo posible, el famoso día a día, ese que es una pavada pero que, al sostenerlo en el tiempo sin traicionarnos, se transforma en ideología como forma de vida.
Por eso la respuesta a la cuestión de cómo se paga un producto importado, la tenés que dar vos sin mentirle a la persona más importante del mundo: vos mismo. Lo demás te aseguro que viene solo…