Por: Juan Recce
El narco nos ha hecho cruzar el tan temido umbral del “inofensivo” país de tránsito para situarnos, ya no de manera transitoria sino estructural, en las “peligrosas” sombras del país de las cocinas y las guerras tribales entre dealers por el control territorial. Aunque las sobre-simplificaciones técnicas que alarman abundan por doquier, no están erradas en el diagnóstico macro, puesto que aun reconstruyéndolo con el rigor propio de los tecnicismos científicos y metodológicos, la situación es igual de grave.
¿En que reside tal gravedad? Básicamente en que el mercado del narcotráfico está desordenado y ese desorden ha tomado el volante de la agenda de seguridad nacional cambiando los patrones de comportamiento de otros delitos, volviéndolos impredecibles y dotándolos de renovada virulencia.
Los narcos mayoristas y los minoristas están en guerra, cada uno defendiendo posiciones de privilegio y mercados diferentes regidos por reglas antagónicas. Lamentablemente, los argentinos transitamos el presente ignorando el proceso subterráneo que tiene lugar en la criminalidad organizada, pensando que todo es lo mismo, que son “narcos a secas”, pero en el subsuelo (y mientras algunos entendidos de gran responsabilidad institucional hacen la vista gorda) el huevo de la serpiente está pronto a romperse. Pronto habremos dado a luz nuestros “Carteles Argentinos”.
En los noventa Argentina era un país de grandes narcos, refinados, “importados” de países de vanguardia en el rubro, que se hicieron invisibles en el glamour. Hoy somos un país donde estos han tenido que aprender a convivir sin éxito con narcos emergentes, locales, barones con lógica feudal. La terapia de pareja llego a su fin y hay guerra. Dos guerras. La guerra de los grandes narcos contra los pequeños narcos emergentes; y la guerra de estos últimos entre sí.
Pero como en Argentina prima el “efecto comunicacional” por sobre la “agenda real”, la gestión de la seguridad actúa ignorando el problema que hay en torno a la estructura, “la oferta”, que es lo que en definitiva gobierna el accionar del narcotráfico en nuestro país. Ambas guerras son problemas del presente que pueden ser más graves mañana si seguimos por el mismo camino.
Al narco mayorista le interesan cosas muy distintas que al comercializador marginal (residual, menudeo).
El juego del narco mayorista en Argentina tiene una secuencia lógica que ha permanecido inalterada en las últimas dos décadas y que involucra la custodia de, al menos, cuatro intereses bien concretos: a) logística multimodal con conexiones transatlánticas, b) lavado de activos, c) corrupción gubernamental, y d) estabilidad política en el marco de un entorno social seguro.
Si pensamos en estos cuatro intereses, queda claro, que la “guerra” no es de interés para las grandes esferas del narcotráfico que opera en nuestro país, no es parte del negocio. Cualquier acción que altere esos cuatro intereses denota la intervención de emprendedores amateurs que molestan a los narco consolidados. Al narco mayorista no le interesa el “estiramiento” local, ni la cristalización in situ de la pasta base, ni la venta de residuos como el paco, puesto que la renta es varias veces inferior, además de que estos negocios pequeños son riesgosos porque generan “fugas” de información al multiplicarse las manos intervinientes y los eslabones logísticos amenazando operaciones millonarias.
Sus vínculos con la política son de guante blanco puesto que su interés es llegar a destinos en Europa occidental vía África y Europa del Este antes que expandir el mercado de consumo local. Este tipo de organizaciones se encuadran en procedimientos como “Manzanas Blancas”, “Camarón Blanco”, “Luis XV”, entre otros.
Cuando los mercados minoristas y mayoristas se “cruzan”, tenemos casos como el “Triple Crimen” de General Rodríguez o el “Crimen de Unicenter”. Aunque suene gracioso esto es “División Miami” vs “Policías en Acción” para que podamos graficarlo.
Al narco minorista, por el contrario, le interesa la incidencia territorial, dominar municipios y provincias penetrando las estructuras sociales más vulnerables y participando del trazado urbano; su realidad inmediata es muy táctica. Su negocio está en el fraccionamiento, el estiramiento y en algunos casos en el proceso de cristalización en cocinas. En este sentido, y sin referirnos en esta ocasión a las drogas sintéticas, sí somos productores. Aquí es donde tiene lugar la disputa por el control territorial que conlleva homicidios e incrementa la inseguridad ciudadana impactando en los índices de violencia de los delitos comunes. Este es el caso de “las cocinas” de José C. Paz, “los vendedores de muebles colombianos”, “los monos” en Rosario, “Colonia Lola” en Córdoba y “los peruanos” de la 21.24, entre otros. Todos ellos sueñan con ser narcos mayoristas; obviamente, aún no lo son, pero pueden serlo. Si no actuamos rápidamente, pronto presenciaremos la conformación de pequeños carteles argentinos, que luego serán medianos y luego serán grandes. Europa del Este ya ha vivido este proceso.
El narcotráfico mayorista es un problema de Seguridad Nacional y Fiscal del más alto nivel que pone en riesgo la vida del Estado, sus instituciones y hasta su macroeconomía (el dinero del narcotráfico genera solvencia pero no genera crecimiento genuino).
El narcotráfico minoristas es un problema de seguridad ciudadana, de salud pública, de desarrollo social y hasta de planificación urbana. Ambos requieren de brazos punitivos e inteligencia avanzada pero el segundo, además, requiere del brazo reconstructivo del Estado.
Pero esta distinción tan elemental parece seguir estando lejos de ser comprendida. Padecemos de una enorme descoordinación y derroche de esfuerzos. La agenda de seguridad está en la “rueda del hámster” gastando energías, mientras los narcos minoristas crecen gozando de buena salud y los narcos mayoristas continúan haciendo su negocio como siempre, aunque ambos en guerra.
El Estado usa la misma ballesta para cazar elefantes y para matar mosquitos. Esta situación bien conocida por el poder político y por las fuerzas de seguridad no es fruto de una torpeza, es parte de un pacto implícito de complicidad y redito reciproco donde prima “la puesta en escena”. Basta un solo dato para comprenderlo: cerca del 95% de los procedimientos antidrogas son en circunstancias de “consumo” o “tenencia personal”, es decir, “victimas” o “perejiles” que dan cuenta del poco inteligente derroche de recursos. Estas estadísticas son diarias por lo que el error es objeto de una meditación cotidiana.
Todos los especialistas saben que la lucha contra el narcotráfico mayorista requiere de una agencia especializada, nueva, dotada de tecnología y con despliegue federal total e irrestricto, mientras que el narcotráfico minorista exige de fuerzas de pacificación, de cámaras de seguridad y de mayor involucramiento de las instituciones políticas e intermedias en la re-apropiación social del espacio público en zonas calientes.
El huevo de la serpiente aún no se ha roto, pero el bicho crece. Estamos a tiempo plantear estrategias inteligentes que nos lleven a resultados verdaderamente sistémicos y no a trofeos de caza al voleo.