Por: Juan Recce
¿Será que la gente sigue a los caminos o los caminos a la gente? ¿Marcamos el rumbo o este nos viene dado?
¿Hubiera San Martín cruzado los Andes si hubiese estado convencido de que la gente sigue a los caminos y no los caminos a la gente? ¿Qué hay de Napoleón? ¿De Aníbal y los elefantes? ¿De Churchill? ¿De Steve Jobs o Bill Gates? ¿De Borges o Cortázar?
Durante milenios, incontables debates teológicos y filosóficos en torno a esta pregunta han desvelado a generaciones de líderes y dirigentes. Los destinos de sus pueblos y de sus organizaciones han dependido en gran medida de esta apuesta “cognitiva”. Es por ello, tal vez, que ni la teología ni la filosofía han podido llegar a respuestas conclusivas que nos sosieguen definitivamente. ¿Será justamente porque el punto de gravedad del problema no está fuera, sino dentro, en la mente de los hombres, en su concepción del mundo?
En algún momento de nuestra historia como nación sembrar fue poblar, luego lo fue emprender, extraer, construir y así hilvanamos nuestra historia. En el mundo del futuro, territorio, población y tecnología seguirán definiendo nuestro devenir como especie, así de concreto como ha sido siempre en la historia de la humanidad. ¿Dejaremos que el devenir se moldee solo por las fuerzas del azar y los caprichos del destino o seremos arquitectos conscientes de nuestro propio futuro?
No se trata pues de lanzarse como enardecidos a la conquista de pura indeterminación, sino, antes bien, de encontrar el punto de equilibrio que abre ante nosotros la tensión entre el pasado y el futuro. El peso de las estructuras tras nosotros y la indeterminación del futuro encuentran un punto de confluencia pragmático y razonable en aquello que los economistas Richard Nelson y Sidney Winter dieron en llamar “Path Dependency” o “trayectorias dependientes”. El azar y el determinismo son suplantados por las alternativas.
Es de verdaderos conquistadores y estrategas manejar esas alternativas y pensar plásticamente la realidad, marchando conscientes por ese estrecho sendero que se abre entre el sólido muro del determinismo y el profundo abismo del indescifrable azar.
Los grandes jugadores mundiales nos dan una pauta de cuál será la dependencia en el rumbo que nos tocará transitar si decidimos tomar las riendas del desarrollo. Sabiendo que si no lo hacemos nosotros, alguien más lo hará. Cuatro carreras tecnológicas están siendo llevadas adelante en el mundo por las grandes potencias: 1) la del espacio exterior, 2) la del software y la biotecnología, 3) la del continente antártico y 4) la de los fondos marinos. Las dos últimas nos tocan de cerca y nos abren un abanico de alternativas ciertas para nuestro futuro. Ambas hacen parte de un privilegio estratégico único: nuestra Patagonia. O trabajamos para promover una verdadera integración sustentable de la Patagonia al proyecto político argentino o habremos perdido nuestro mejor tren hacia el futuro.
¿Qué era Buenos Aires en 1580? Barro. El legado de Garay nos indica que los caminos siguen a la gente.
En el siglo XX fue el Estado, de la mano de los Mosconis, quien trazó la senda de una Patagonia minera y petrolera, allí donde no había nada. El futuro se parece en este sentido a aquel pasado. Nuestro futuro estratégico se dirime en el sur austral. Para ello necesitamos poblar y para poblar industrializar.
Como lo han hecho las potencias industriales, debemos pasar de los mojones demográficos de subsistencia que hacen patria a los sistemas sociales sustentables de prosperidad.
Industrializar es poblar. Debemos ser más inteligentes que nunca. Ganar-ganar es nuestra única fórmula posible. Necesitamos reforzar los lazos público-privados para hacer ese sueño posible. Debemos pensar a las empresas argentinas que anclan a los argentinos a su suelo patagónico cooperando juntas con el Estado en una asociación inteligente. Backward y forward traccionando el futuro.
Estos son los saltos esenciales que debemos dar para el desarrollo de nuestra mayor ventaja competitiva en el mundo posindustrial que se avecina: ser una nación oceánica y antártica. En aquel sueño, el primer paso es industrializar para poblar.