La hora de Eduardo Feinmann

Luca Sartorio

“Los kirchneristas me dicen que soy un opositor. Los macristas me dicen que soy kirchnerista. Los de izquierda me dicen que soy un facho. Los fachos me dicen que soy un panqueque. Los progres me dicen que soy la derecha. Los de la derecha me dicen que soy un vendido. Los vivos me dicen que soy un pelotudo. Los pelotudos me dicen que soy un forro.”

Eduardo Feinmann 

(entrevista con Lucas Carrasco y Zambayonny)

Ya en aquellos archivos de Sensación Térmica de tiempos pre 2001 se puede apreciar cómo se fue gestando la dinámica de la convivencia jamás resuelta entre Eduardo Feinmann y nuestros sectores medios más ideológicamente intensos. Señalado por Jorge Lanata en el viejo Día D como un “quemalibros”, era resistido por un progresismo que vivía su época dorada comunicacional. El inicio de la década fue modelando el éxito de Radio 10, bastión en el que confluían las grandes figuras del Grupo Hadad y espacio que propició incipientes principios de masividad de un Feinmann que figuraba todavía como un actor de reparto dentro del equipo del Negro Oro. Tras la crisis del 2001, la emisora emerge con un sello transgresor desde una impronta conservadora con el ya consumado clima de época del fin de ciclo menemista, signado por el auge editorial de la centroizquierda cultural. Y fue durante el kirchnerismo cuando Eduardo experimentó el despegue profesional. Su consolidación vino de la mano del crecimiento de la radio que mejor expresó durante estos años la idiosincrasia de la clase media metropolitana en el dial.

2013 parece ser el año del apogeo. Su programa en C5N hace rato que se consolida como referencia del cable. El debate sobre libertades individuales encuentra a su estudio como sede principal y alimenta de rebote el contenido de la programación. Drogas, tomas, piquetes, aborto y sexualidad se conjugan con el mejor diseño gráfico del rubro noticiario al estilo Fox News. Epicentro de la polémica metropolitana, El Diario tiene el patrimonio televisivo de todo asunto que un diario ubicaría en la heterogénea rúbrica “Sociedad”. Feinmann desideologiza la escena para volverla más genuinamente política. Con agilidad, sortea las tradicionales distinciones del debate público actual, evita mayores referencias dentro de la lógica oficialismo/oposición e incluso en la de izquierda/derecha. Prefiere ordenar la discusión más bien en los términos del combate al desorden desde cierto “sentido común” que pretende enarbolar.

Es furor en la comunidad Twitter, sí, pero también le marca la agenda a los multimedios en los que termina por incursionar. Feinmann es más que un fenómeno del microclima, es la voz del grueso de una clase media que adhiere a sus consignas troncales: a la escuela se va a estudiar, las calles no se cortan y la falopa se está comiendo a los pibes. Alguna vez le dijo a Lucas Carrasco en una entrevista: “yo creo representar una mayoría silenciosa, que no grita ni tiene voz en los medios”. Democratiza la pantalla dándole aire a un escuadrón diverso de invitados que va desde jóvenes UBA hasta párrocos, boqueteros o literatos, pasando por personajes como Alex Freyre o Malena Pichot. Cualquier figura con una relevante dosis de polémica y de marginalidad es plausible de participar. Esa amplitud es la que le permite adquirir el diferencial que lo separa cualitativamente del resto: en el show hay lugar para todas las voces. Consigue llamar la atención de propios y extraños y le permite exponer crudamente ante la audiencia la incongruencia de sus exóticos adversarios. Entiende que una buena forma de imponerse es elegir bien a su antagonista. Amigo o enemigo, en El Diario no hay lugar para los débiles.

Como todo gran emergente, Feinmann tiene su hit. Las tomas de los secundarios UBA son una debilidad de su público nutrido de una mezcolanza de indignación, batalla cultural y consumo irónico. Explota a fondo toda la dimensión del espectáculo en el que los chicos juegan a ser grandes y los grandes añoran ser chicos. Aprovecha la inconsistencia de los adultos que no se muestran dispuestos a ejercer su rol de padres y mantiene un mano a mano brutal con los chicos de estética latinoamericanista y con todos los lugares comunes de la izquierda estudiantil. Y así se generan intercambios de alta intensidad que luego serán repetidos hasta el hartazgo en programas de archivos y portales de noticias.

Eduardo ha logrado constituirse como el conserva hit de la pantalla. Ya no queremos al Feinmann filósofo disertando sobre Hegel en canal Encuentro y preferimos a aquel que con violencia nos denuesta las vilezas del “charuto”. Del staff de la Radio 10 de antaño, el del Negro, Baby, Chiche y compañía, fue el único que se sobrepuso con creces a la implosión de la batalla cultural y quedó parado de frente a lo que se viene. Nuestra clase media ya tiene en el cable su presentador selecto. Los tiempos que se vienen lo incluyen dentro y con su rol protagónico intacto. Queremos polémica y por eso extrañamos la columna de deportes del eléctrico Elio Rossi. Queremos la intensidad de un todos contra todos para despuntar el vicio del debate pero sin revolearnos abultadas y tediosas argumentaciones. No queremos pensarlo tanto, simplemente queremos polemizar. La ampliación de derechos se pone a prueba en los estudios de C5N. Las expresiones marginales de nuestra sociedad se juegan ahí su prestigio. No pretendemos resolver nuestra convivencia. Eduardo Feinmann relatará nuestro Mayo Francés. Y nuestro Woodstock. Y que no se quemen los libros. Pero que arda el cable.

Eduardo Feinmann