Por: Luis Rosales
Cuando Hugo Chávez ironizaba sobre el olor a azufre que todavía flotaba en el aire del recinto principal de las Naciones Unidas, un día después de haber disertado allí George Bush, no aclaró que el fuego del inferno donde habitaba ese diablo norteamericano estaba en gran medida alimentado por el petróleo venezolano.
Venezuela produce, principalmente en la cuenca de Maracaibo, un combustible fósil muy pesado y de mala calidad, que prácticamente sólo puede ser procesado del otro lado del Mar Caribe, en las refinerías estadounidenses de la costa del Golfo de México. Por esa razón principal las exportaciones del país gobernado por el chavismo adolecen de una enorme dependencia con el califican como su gran enemigo. Una postura éticamente muy discutible.
El régimen que anda pregonando la independencia económica y desarmando a diestra y siniestra cualquier intento de libre comercio con los EEUU es la nación que, junto con México, mantiene mayor relación de intercambio con la primera potencia mundial. Más del 50% de las exportaciones de petróleo venezolano tienen ese destino, lo que representa cerca del 15% de las importaciones norteamericanas. En los hechos, Caracas mantiene y sostiene lo que le niega y reprocha a sus vecinos regionales.
Tras la muerte del caudillo, su sucesor Maduro no pareciera haber registrado cambio alguno en esta materia. Por el contrario pese a su adherencia a rajatabla al manual del buen marxista, escrito esta vez con acento caribeño desde La Habana, sigue manteniendo este esquema. Lo que ocasiona la enorme inconsistencia de que aquel que se yergue como el principal enemigo del “imperio” y el abanderado de la lucha contra el “capitalismo”, continúa haciendo formidables negocios con su adversario. Gran paradoja que el antinorteamericanismo sea financiado por el propio consumo desmedido de los propios norteamericanos.
Por eso la llave de cualquier cambio de rumbo en el gobierno de Maduro la tiene el propio Obama. Impulsada por el verdadero boom del shale gas y del shale oil que está transformando a los EEUU de importadores netos de combustibles en exportadores netos, la Casa Blanca podría decidir presionar al Palacio de Miraflores con la suspensión de las importaciones petroleras hasta que se dé marcha atrás con las aberrantes violaciones de los derechos humanos y se liberen a todos los presos políticos.
Una decisión de este calibre sin dudas será escuchada y tenida en cuenta por el chavismo, que necesita imperiosamente de divisas frescas para poder financiar sus desaguisados internos. Altísima inflación, escasez de todo tipo de productos, gasto público creciente y descontrolado, devaluación eterna, una serie de situaciones que se agravarían aún más si los ansiados petrodólares dejaran de llover como maná del cielo. Lejos de haber alcanzado la industrialización y la autonomía económica tantas veces prometida, los más de 15 años de socialismo del siglo XXI han terminado en una dependencia mucho más grave respecto de las patologías consumistas de los “gringos” y sus enormes necesidades de combustible.
Venezuela no puede siquiera producir los alimentos básicos necesarios para su población. La impunidad de Maduro es temeraria. Al no recibir presión alguna de sus colegas de la región, más inclinados a apoyar a su amigo o correligionario que a hacer cumplir los principios y derechos humanos de los que se dicen abanderados, el chavismo sigue apretando la cuerda que ya está asfixiando a la oposición y a los movimientos juveniles que decidieron salir a protestar en las calles. La minimización de estos atropellos por parte de Cristina Kirchner y otros encumbrados líderes “progresistas” son más que representativos del pensamiento de los otros populismos latinoamericanos que gobiernan Ecuador, Bolivia y Nicaragua, pero lo que es más grave aún, de los socialistas de tipo europeo, más moderados y respetuosos de las libertades individuales en sus propios países, que rigen o regirán los destinos de Brasil, Chile y Uruguay.
Por eso la presión de los EEUU es clave. No debería tratarse de un nuevo embargo, con las consecuencias no deseadas que afectarían primordialmente a la población y que pudieran servirle a Maduro como un excelente pretexto para endurecer más su autoritarismo. Por el contrario, sería una decisión soberana de un país que decide terminar una relación comercial debido a razones extracomerciales. De paso Obama ejecutaría un cambio importante en aquella doctrina o práctica norteamericana de tolerar cualquier tipo de abuso por parte de aquellos países que constituyen una fuente relativamente confiable y segura de petróleo. El primer presidente estadounidense de raza negra, cuya llegada a lo alto del poder mundial generó una ola de esperanza en todas partes, con esta medida podría marcar un antes y un después en las relaciones con la región. Señalar un importante precedente que fuera tenido en cuenta por cualquiera que intente violar en el futuro los derechos humanos elementales.
Los EEUU debería mantener esta decisión hasta tanto Maduro terminara con la represión a los movimientos opositores y decidiera liberar a sus prisioneros políticos, incluyendo a Leopoldo López. Las nuevas posibilidades de producción interna le permiten darse ese lujo y de paso contribuir decididamente a la democracia venezolana y a la libertad de millones de seres humanos. Obama puede hacerlo, ojalá lo haga.