Por: Luis Rosales
Increíble paradoja del destino: los argentinos, que nunca tuvimos un debate presidencial en serio, probablemente este domingo definiremos con uno nuestro futuro, al menos por los próximos cuatro años.
Las democracias más establecidas, en sociedades acostumbradas a estas prácticas, saben la importancia que pueden tener estos retos televisivos frente a grandes audiencias, especialmente si la elección está con pronóstico reservado.
Si bien en los últimos días, y después del golpe que significara el triunfo de la David, María Eugenia Vidal, sobre el Goliat, Aníbal Fernández, el clima preelectoral parecería favorecer a Mauricio Macri, los errores reiterados en las previsiones y en las encuestas a lo largo de todo este año nos dejan algo escépticos al respecto. Los votantes andan muy fluctuantes y un porcentaje relativamente pequeño de ellos, aunque suficiente para dar vuelta comicios tan ajustados, se está decidiendo realmente a último momento. Lo que pasó en las horas de la veda de la primera vuelta de hace unas semanas sólo se explica por un cambio repentino de entre el 2% o el 3% de los argentinos que eligió migrar su voto; algunos desde el propio Frente para la Victoria hacia el PRO, sin escalas.
Por eso, qué mejor que este verdadero casting que el destino nos ha regalado justo a una semana del día D.
Dick Morris suele decir que habitualmente los debates presidenciales no deciden una elección, salvo que los candidatos lleguen muy parejos y que el comicio se celebre muy cerca, en cuyo caso el efecto espuma que estos duelos producen no logra asentarse en el tiempo. Dos condiciones que se cumplirían en este caso. También señala que poco tienen que ver con sus equivalentes estudiantiles. En los Estados Unidos es práctica habitual que los alumnos del secundario se organicen en equipos que compiten hasta a nivel estadual, con jurados independientes y reglamentos muy estrictos. Si bien en estos certámenes educativos siempre gana el que logra imponer su criterio, o tener la razón, o convencer a los jueces, en su versión política no parecería ser así. En estos últimos se impone aquel que consigue que su tema o issue de campaña que ha logrado instalar y representar ante el electorado sea el que más tiempo se mantenga en la discusión. En general, se llega a esta instancia con poca gente indecisa, que pueda cambiar su voto como consecuencia de lo que vea en televisión durante esas dos horas de enfrentamiento verbal.
Si esto fuera extrapolable a la realidad argentina, podríamos afirmar que el domingo a la noche se impondrá en el debate aquel de los dos que consiga que su tema central de campaña domine el intercambio. Pero, como siempre, nuestro país no es tan fácil. Si bien para Macri el asunto sería el cambio con mantenimiento de logros, el de Daniel Scioli es el mantenimiento de los logros con algunos cambios. Todo muy sutil. La enorme coincidencia en los issues entre ambos, así como la necesidad de seducir a exactamente el mismo segmento, cuyo apoyo es imprescindible para que cualquiera de los dos llegue a la Casa Rosada, hace que este debate en particular genere más expectativas de las normales.
Si bien el mandato que se va gestando para los próximos cuatro años tiene que ver con alguna adecuada y justa alquimia entre estos dos conceptos aparentemente antagónicos, la convergencia de propuestas y personalidades de los candidatos hace todo un poco más complejo. En atributos personales son muy parecidos, también lo son en porcentajes de imagen positiva y negativa; hasta sus equipos técnicos coinciden en muchos puntos de vista.
En un estudio realizado conjuntamente con Raúl Aragón se mostró que es altamente probable que acceda a la Presidencia aquel postulante que pueda garantizar una adecuada combinación de cambio sin arriesgar logros. En esa competencia, Scioli retendrá a todo aquel que pretenda solamente continuar con el modelo y Macri a los que buscan un cambio total, no importa cuánto se corra cada uno de su propio eje. Estos segmentos extremos sumados significan cerca de un 40% de los votantes. Por eso, la cacería enorme será por aquellos que analizan diferentes combinaciones y el debate permitirá semblantearlos, especialmente por parte de este otro 60%, para verlos en acción y ayudar a convencerse sobre cuál de los dos está más capacitado y es más confiable para esta delicada tarea.
Los dos llegarán a ese momento de clímax con grandes desafíos por delante. El actualmente favorito tiene que demostrarles a los argentinos que su buena onda y su cercanía reciente son reales y no fruto de alguna técnica publicitaria. Allí no estarán los especialistas que le hacen coaching, ni, como en los avisos publicitarios recientes, la carismática y articulada triunfante bonaerense explicando que no hay riesgos en los cambios que se proponen. Estará él solo para probar que un hombre nacido rico puede ser presidente de una sociedad que, en general, en los últimos tiempos, ha rechazado a los de su condición que se animaban a la política y le teme mayoritariamente a las ideas que él antes enarbolara y defendiera. Que esta primavera repentina, que no se pudo prever debido a la seguidilla de derrotas locales de todo el año, y que sorprendiera a propios y a extraños, puede transformarse en un verdadero verano. Que podrá integrar y mantener cohesionada a su coalición, incluyendo a la propia Elisa Carrió, y que los fantasmas del período 1999-2001 están aventados para siempre. Que se ha conciliado con la política y sus complejidades y que su “eficientismo” habitual, producto tal vez de su formación como ingeniero o de su experiencia empresarial, no lo hace menospreciar el mundo de los políticos. Que sus idas y venidas con el peronismo y sus principios constitutivos culminaron en una sincera adhesión que garantice gobernabilidad. En definitiva, probar que el interés por el cambio moderado que representa y que ha logrado prender en al menos la mitad de los argentinos logra superar todos estos frenos, techos y prejuicios que siempre condicionaron su vida y sus aventuras políticas, desde los tiempos de Boca Juniors.
Por su parte, el hasta hace pocas semanas tranquilo y seguro candidato oficial deberá demostrar que finalmente decidió ser quien efectivamente dijo que era. Que para perforar techos electorales se anima a desafiar el liderazgo temerario de Ella, mecanismo imprescindible para desmentir lo que dicen sus adversarios sobre que es una marioneta de otros y que puede ser un presidente confiable para una transición querida por la amplia mayoría. Que efectivamente decidió escuchar más a Juan Manuel Urtubey y un poco menos a La Cámpora, entendiendo que sus compatriotas piden más hablar de futuro que de pasado. Que, como buen deportista y hombre que ha sufrido mucho, logra sobreponerse al fracaso y se anima a remontar la cuesta arriba, sin perder su humor y su compostura. Que sus disculpas a los argentinos son sinceras y no se quedan sólo en una buena producción publicitaria. Que ha logrado descifrar el dilema existencial, para la mayoría insoluble, entre continuidad y cambio, algo que llevó muy eficientemente desde hace años, hasta que su repentino fervor y alineación ideológica con la letra k lo ungiera en candidato oficial, pero lo alejara de los independientes. En síntesis, que puede ser nuevamente el alquimista que combine estas fuerzas contradictorias, o como lo dijera él mismo después del cimbronazo de hace un par de semanas, volver a ser más Scioli que nunca.
Ambos se juegan mucho en este duelo dominical. Macri tiene que demostrar que su propuesta no es un salto al vacío y que puede garantizar gobernabilidad y Scioli, que será un presidente confiable y no un instrumento de otros. Mochilas pesadas de las que pueden liberarse si aciertan en el tono, la imagen, el manejo de los temas, la sinceridad y la convicción que demuestren en los gestos y en el diálogo.
Como pocas veces, los argentinos nos transformaremos en estos días en los verdaderos constructores de nuestro futuro. Poco influirán las estructuras, los aparatos y los caudillos. Como un jurado de un certamen literario, como en un festival de cine o, más frívolamente, como en un concurso de belleza o en un casting de una agencia de modelos, los dos finalistas tendrán que desfilar ante nosotros y seducirnos con sus talentos y sus virtudes. Una experiencia que, de funcionar bien e instalarse, se puede transformar en una sana práctica electoral en un país no demasiado acostumbrado a este tipo de deferencias por parte de los poderosos. Algo de lo que podemos dar cuenta en carne propia, cuando instituciones como la Fundación Universitaria del Río de la Plata (FURP) y otras tantas intentaran, sin éxito, poner en funcionamiento esta dinámica en 2007 y 2011, con el ejemplo de tantos otros países de la región y con el camino señalado por la Commission on Presidential Debates de los Estados Unidos, entidad permanente bipartidista y totalmente plural creada en el año 1987 para garantizar la inclusión de estos encuentros en todas las campañas presidenciales de ese país, de un manera transparente y abierta para que ningún partido, candidato, organización o grupo empresarial pueda adueñarse de la instancia.
Paradoja y vuelta del destino, decíamos, que el kirchnerismo, tal vez el grupo político más hermético y probablemente el menos apegado a la transparencia informativa desde la vuelta de la democracia en 1983, termine su ciclo eligiendo a un sucesor surgido de un largo proceso que culmina con una de las instancias más saludables y menos practicadas en estos últimos años: el debate franco y honesto de ideas y propuestas.