Peligro: guerras de religión en puerta

Luis Rosales

El papa Francisco sostiene que la humanidad enfrenta desde hace ya unos años una Tercera Guerra Mundial en cuotas, imagen que día a día parece lamentablemente que se va haciendo realidad.

El tema es tratar de precisar y categorizar de qué se trata este nuevo conflicto que compromete la paz y el futuro de la especie dominante en este planeta. Más allá de que una lectura rápida de las noticias podría hacernos creer que el riesgo bélico se extiende por todo el orbe y no responde a ningún criterio o categoría, basta hacer un análisis un poco más detallado para ordenar el asunto.

Esta tercera guerra se parecería más a las que tantas veces en el pasado, desde hace siglos, nos dividieran y desangraran por razones religiosas que a aquellas más recientes, conocidas y destructivas que asolaron principalmente en el siglo XIX y XX, especialmente entre las potencias dominantes europeas, por el control de territorios, colonias o por la preponderancia ideológica de unas sobre otras.

Si bien las tensiones entre Ucrania y Rusia o la locura megalómana de los líderes norcoreanos y su carrera nuclear, ahora con bomba de hidrógeno incluida, plantean escenarios complejos, estos tipos de enfrentamientos responden más a un anacronismo de las guerras por control territorial del siglo XIX o la Guerra Fría de finales del siglo XX. De todas formas, nadie puede subestimar el riesgo que implican y siempre sería conveniente desactivar esas verdaderas bombas de tiempo, ya que nunca se sabe hasta dónde puedan escalar, mucho más con actores y protagonistas llenos de odios, resentimientos e impulsados por retrógrados nacionalismos que ya parecen perimidos en un mundo global e interconectado.

Pero la herida sangrante compleja, que no cicatriza y se agrava, según las propias alusiones papales, tendría más que ver con aquellas divisiones y enfrentamientos relacionados con la forma en que los humanos nos vinculamos e interpretamos a la divinidad y lo trascendente. Cuando en el mundo, o al menos en algunas regiones, los hombres se enfrentaron por estas razones, nada ni nadie los detuvo. La fuerza que da luchar por Dios, por su verdad revelada, por las escrituras sagradas, es muchas veces más poderosa que la referida a la ocupación de un espacio geográfico, a la preponderancia de un ideología sobre otra o la prevalencia de una dinastía o familia en el poder. Las guerras de religión son interminables, de todos contra todos y en ellas vale todo.

Este es el fantasma increíble que el mundo enfrenta a los indios del 2016. Como en una especie de parodia de las placas geográficas en las que flotamos en la superficie de este planeta todavía caliente y encendido en varios sentidos, que cuando se rozan y chocan generan tensiones que al reventar producen cataclismos, la humanidad parecería dividirse en otras placas que generan problemas similares o más graves.

Como en una verdadera pesadilla, se estarían cumpliendo las profecías apocalípticas de gente como Samuel Huntington, que a finales de la Guerra Fría preanunciaba el enfrentamiento y el choque de civilizaciones. Así las cosas, donde el islam se roza con el mundo cristiano surgen los conflictos: Nigeria, Malí, Kenia, Somalia, en el África. Bosnia y otros enclaves europeos hace algunos años, Siria, el Líbano y la lista lamentablemente sigue. Pero la novedad de estos últimos tiempos está centrada en los problemas internos de la religión profetizada por Mahoma. Tal cual sucediera hace unos quinientos años en el mundo de los seguidores de Cristo, las divisiones entre la mayoría sunita liderada por los guardianes de la ortodoxia y los sitios más sagrados del islam, la monarquía saudita, inmensamente rica gracias a la avidez petrolera de europeos y norteamericanos, con la minoría chiíta, concentrada principalmente en teocracia que gobierna Irán, abre una grieta muy peligrosa. Hace años que esas tensiones se vienen agravando y las presiones van en aumento.

El ataque a la Embajada de Arabia en Teherán, con la complicidad de la Guardia Revolucionaria iraní y la posterior ruptura de relaciones entre ambas potencias preanuncian graves tormentas en Medio Oriente.

Eso se percibe muy claramente y con temor aquí, desde Dubái, el emporio comercial y financiero del mundo sunita, que, asociado al capitalismo occidental casi salvaje, ha permitido la ficción de que la dictadura perfecta es posible. Monarquías absolutas al estilo europeo de antes de las revoluciones, sumadas a un crecimiento económico y tecnológico increíble, todo regado por la renta petrolera que, a pesar de la fiesta del progreso, teme a esas nubes que hacen presagiar malos momentos. El efecto dominó de todos los Gobiernos aliados a Riad de ir retirando embajadores en Irán e ir tensionando las relaciones con los teócratas que gobiernan la antigua Persia agrava aún más la situación.

Una lucha frontal y directa entre estos dos colosos haría que las carnicerías del Ejército Islámico en Siria e Irak parecieran un juego de niños. Los crímenes de estos fanáticos enfervorizados son sólo muestras de lo que podría venir en la pelea de fondo entre iraníes y árabes de no primar la cordura e imponerse la sensatez de la comunidad internacional.

Un enfrentamiento abierto y generalizado entre sunitas y chiítas tal vez no escale a guerra planetaria, pero tendrá consecuencias enormes en todos los frentes y planos de la vida humana. Decimos que es probable que quede concentrada en el mundo islámico, ya que en la actualidad existen mecanismos y salvaguardas internacionales para que no se extienda más allá y no se mezclen otras consideraciones e intereses. Además, por primera vez, en estos temas no habría mayores diferencias entre rusos, chinos, estadounidenses y europeos, gracias al descongelamiento de las relaciones con Teherán por el reciente acuerdo nuclear. Hace pocos meses una situación similar hubiera presupuesto dos bloques muy marcados entre Teherán, Moscú y Beijín, por un lado, con Riad, Washington, más las principales capitales del Viejo Continente, por el otro. Ahora las cosas son un poco más complejas.

Desde el Vaticano, el Papa argentino pide cordura. En su calidad de principal líder religioso del mundo, sabe de lo que habla y a lo que le teme. Basta con que baje algunos pisos en los sótanos de los archivos vaticanos para refrescar la triste memoria de los tiempos en que por más de cien años Europa se desangrara entre católicos y protestantes: Pero la prédica de Francisco no alcanza. El mundo entero tiene que obligar a los díscolos a entrar en razones antes que sea demasiado tarde. Antes de que nuevamente los humanos nos matemos masivamente por Dios y su palabra revelada.