Por: Luis Rosales
El Papa argentino sigue adelante. En estos días con dos jugadas, que aunque parecen desconectadas entre sí, constituyen dos hitos muy importantes dentro de su hoja de ruta: el encuentro en La Habana con el Patriarca Ortodoxo Ruso y su visita a los Estados Unidos Mexicanos.
Cada vez más nítidamente se va exponiendo y revelando su estrategia central como Jefe de la Iglesia Católica de Roma y su cada vez más creciente rol como líder espiritual de al menos una importante porción de la especie dominante de este planeta en que vivimos.
Más allá de las disquisiciones teóricas sobre si el Profesor Huntington tenía razón, en cuanto a que la humanidad, terminada la Guerra Fría, se dividiría y enfrentaría en civilizaciones y no en ideologías, o sí la fractura correspondería a categorías culturales, como sostuviera en este mismo diario George Chaya, lo que sí está claro es que los conflictos ahora tienen otra dimensión. Dejaron de ser consecuencia de la rivalidad decimonónica de las ideas dominantes en Europa, entre la libertad capitalista y la planificación comunista, para dar lugar al retorno a una grieta mucho más profunda y compleja. Las tensiones y guerras, ahora se basan en temas de religión y cultura. Basta realizar un somero listado de los últimos conflictos posteriores a la implosión del Imperio Soviético, para poder reforzar esta afirmación. Mucho más si tenemos en cuenta la grave aceleración del derramamiento de sangre generado por el terrorismo fundamentalista musulmán, en sus área directas de influencia y su peligrosa extensión al corazón mismo de Occidente y Rusia. A lo que se le suma el accionar y la presencia territorial de ISIS en varias regiones del mundo mahometano y su pretendido califato y las crecientes tensiones entre las dos principales ramas del Islam.
Por eso el encuentro y el diálogo en Cuba entre Francisco y Kirill o Cirilo, excede ampliamente lo teológico. Son dos líderes espirituales que convergen, precisamente cuando el mundo diverge y pelea por estos temas. Siguiendo aquella división y posibles choques de civilizaciones o culturas, donde se privilegia el factor religioso o idiomático, el argentino representaría al menos la mitad de la placa tectónica occidental y el ruso otro tanto de la más pequeña, pero no por ello menos importante placa ortodoxa.
La reunión fue trascendente desde varios puntos de vista. La primera vez que se encontraban un Papa católico con un Patriarca de Moscú desde el gran cisma de 1054. Las diferencias dogmáticas entre ambas vertientes de los seguidores de Cristo son numerosas. Pero más allá del tema relativo al origen del Espíritu Santo y si deriva sólo del Padre o también del Hijo, la existencia o no del purgatorio, la Inmaculada Concepción de la Virgen o la infalibilidad papal en temas de doctrina, fe y moral y las discrepancias más superficiales sobre liturgia, acerca del tipo de pan que debe usarse para la comunión, si el bautismo y la confirmación deben ser impartidos simultáneamente y el primer sacramente por infusión o inmersión, el celibato sacerdotal y la presencia o no de estatuas en iglesias y lugares de culto, la principal causa que las alejó hace casi mil años tuvo que ver que con la autoridad del sucesor de Pedro. Hasta ese entonces los asuntos del cristianismo se decidían y resolvían en el Concilio Ecuménico de los cinco patriarcas originales: el de Roma, quien era considerado el “Primus Inter pares”, el de Constantinopla, el de Antioquía, el de Jerusalem y el de Alejandría. La decisión de occidente de darle al Papa la autoridad suprema de todo el cristianismo, provocó la ruptura. Por eso los gestos y decisiones de Francisco, desde el mismo momento de su designación, considerándose sólo un Obispo, invitando a Bartolomé I a su entronización en el Vaticano , primera vez en diez siglos que un patriarca constantinopolitano participaba en aquella ceremonia, autorizando a cantar el evangelio en griego y aceptando su convite de viajar juntos a Tierra Santa para rezar ante la tumba de Cristo, fueron pavimentando un camino de encuentro y reconciliación que ya Juan Pablo II y Benedicto XVI habían comenzado a recorrer. Por eso las referencias posteriores en las conferencias de prensa, tanto en Cuba como en el avión, a que se consideraron como dos hermanos y la permanente referencia papal a que se trataba de dos obispos conversando sobre los temas de sus iglesias.
Pero volviendo a los asuntos más terrenales, con esta jugada, cuya negociación se mantuvo en un estricto secreto, el hasta hace algunos años Jorge Bergoglio sigue desarrollando un plan muy ambicioso en materia geoestratégica. Un acercamiento entre el Papa de Roma y el Patriarca de Moscú, dentro del contexto de un potencial enfrentamiento entre civilizaciones, tendrá consecuencias prácticas muy concretas. Obviamente coordina esfuerzos para proteger a las comunidades cristianas originarias, muy antiguas, que están siendo exterminadas en en Medio Oriente por la locura asesina del Ejército Islámico. Pero tal vez, también sirva para tenderle una mano a la ambiciosa y siempre altiva Rusia, que desde la caída de su rol como potencia planetaria rival de Washington, no encuentra un papel claro en el escenario internacional. Putin y la iglesia ortodoxa son prácticamente lo mismo. Por eso Francisco con esta jugada, complementada con la nueva coordinación sobre los asuntos sirios, entre Washington y Moscú, contribuye decididamente a un acercamiento y la habilitación de un canal de diálogo entre los archi-enemigos de la guerra fría. De paso, dos civilizaciones al decir de Huntignton, que deponen desencuentros y buscan caminos comunes.
La elección del lugar donde se llevó a cabo la reunió, tampoco es casual. El tema de la vuelta de Cuba a la familia occidental es crucial si se quiere recomponer la fortaleza y salud de nuestro hemisferio. Como un resabio anacrónico de tiempos idos, las tensiones entre los EEUU y esta isla vecina, constituían un foco de conflicto y problemas entre el Norte y el Sur del continente americano, dos de las grandes regiones constitutivas de los que se considera como Occidente, la civilización a la que pertenece el Papa argentino y la Iglesia que él dirige. Remover esa piedra en el zapato, permitirá no solo construir puentes entre dos pueblos enfrentados, sino que también abrir una puerta grande para que facilitar la entrada de Latinoamérica a la mesa de decisiones reales de esta parte del mundo, único camino disponible para que no se produzca un colapso o se siga con la la lenta e inexorable decadencia de sus valores y principios. La tierra de donde viene el Papa es esencial para oxigenar y dinamizar a un bloque conformado por la vieja Europa, que da vueltas y vueltas tratándose de morder la cola y los estancados y muy divididos Estados Unidos (valga la contradicción), que parecen ya cansados de ejercer el liderazgo planetario.
Por eso el viaje a México también toma otra dimensión. Seguramente Francisco cumplirá en tierra azteca una agenda coherente con la visita de la cabeza de la Iglesia al segundo país del mundo en virtud del número de bautizados. Pero sin dudas, el argentino guarda también otra carta bajo la manga de su sotana blanca. La frontera caliente del norte, que al igual que el mar Mediterráneo divide aguas y exacerba ánimos y espíritus en ambas márgenes, es una preocupación permanente y por cierto estará presente en su visita. Desde Ciudad Juárez irrumpirá con sus dichos en el proceso eleccionario estadounidense para tratar de acercar y moderar. Para evitar que los extremismos se impongan. En un plan de resurgimiento civilizatorio, las fronteras entre países del mismo bloque no deben ser muros, sino puentes.
Con todos estos pasos, el incansable hombre que llegó desde el fin del mundo, sigue avanzando en su hoja de ruta. Un camino que poco a poco lo va convirtiendo, además de una figura planetaria universal, con mucha autoridad y carisma, en el líder real y concreto, al menos en lo espiritual, que Occidente andaba buscando desde hace tiempo. Sin energía, ideas, coraje, sin principios y valores, no se puede señalar el destino de toda la humanidad. La retirada de Europa y el amesetamiento de los EEUU, han ido generando un peligroso vacío. Alguien tiene que llenarlo.