Resueltas las urgencias electorales, es tiempo de sacar conclusiones y mirar hacia adelante.
El gobierno ha sido derrotado en toda la línea. El proyecto del “vamos por todo” encontró el límite de la realidad. Tres de cada cuatro argentinos no quieren la re-reelección. Otros tantos parecen estar hartos de la prepotencia, la arbitrariedad y la alcahuetería.
La Argentina no será Venezuela. Pero la Argentina se enfrenta consigo misma. El espejo nos devuelve la persistencia de los dramas nuestros que se acumulan sin resolverse, a menudo agravándose.
La inflación argentina es la más alta del mundo. Comparte el podio, precisamente, con Venezuela y con alguna nación africana, sumida en la guerra civil.
El sistema de transporte se revela cada vez más calamitoso. Resulta imposible seguir recurriendo al argumento de la herencia de los años noventa: han transcurrido diez años de gobierno kirchnerista sin soluciones.
La red de autopistas continúa pendiente. Miles de muertes en accidentes de tránsito podrían evitarse si se dotara al país de esta infraestructura. La ineficiencia y la corrupción también causan perdida de vidas argentinas diariamente.
Aerolíneas Argentinas no logra vencer la ineficiencia. Pública, privada, mixta, siempre perdemos. Es quizás el ejemplo más acabado de la autoderrota nacional.
Los expertos indican que la Argentina aumenta año a año el déficit energético. Son miles de millones de dólares escasos los requeridos para suplir el agujero derivado de haber pasado de una situación superavitaria en provisión de gas y petróleo a la carencia actual.
Los teléfonos cada vez funcionan peor: el gobierno demora la posibilidad de ampliar la red local. A propósito, ¿existe algún otro país con el grado de desarrollo argentino, o incluso inferior, en que cueste tanto establecer una comunicación telefónica entre celulares?
El Financial Times (“Top Latin American Brands 2013″, 24/9/2013) nos revela una triste realidad: entre las cincuenta mayores empresas latinoamericanas, solamente hay una argentina.
Este es el resultado de la “década ganada”. Pero no podemos quedarnos en la crítica y en la condena sin aportar soluciones.
El desarrollo parece ser el objetivo compartido por las nuevas generaciones de liderazgos que se vislumbran para 2015.
El gran ganador del domingo, Sergio Massa, en su mensaje, llamó a la unidad nacional y la integración nacional. Pidió reglas de juego claras y planteó el camino de la coordinación entre el capital y el trabajo como vía al desarrollo. Habló de terminar con odios y enfrentamientos inútiles e invitó a sumarse al proyecto de una Argentina moderna y desarrollada.
Mauricio Macri ha establecido que el PRO será “desarrollista“. Lo hizo días pasados, al presentar en la Legislatura la recomendable biografía sobre Rogelio Frigerio que escribió Mario Morando. Macri ha confesado su admiración por la obra transformadora del gobierno de Arturo Frondizi (1958-1962) que en medio de las limitaciones políticas por la inestabilidad militar logró sin embargo modernizar el país.
A pesar de haber quedado golpeado por haberse puesto al hombro la pesada herencia kirchnerista, Daniel Scioli pareció seguir sus pasos cuando inauguró su nuevo slogan para llegar a la Presidencia. Dijo que además de representar la “continuidad con cambios”, el futuro debe aportar la etapa del “desarrollo” superador del “crecimiento”.
Los liderazgos de Cobos y Binner parecen abandonar la izquierda boba y aprender de la experiencia de la socialdemocracia chilena inteligente de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. El trabalhista Lula logró sacar a millones de brasileños de la pobreza e incorporarlos a la clase media. Los argentinos debemos reconocer que ha sido Brasil el verdadero realizador del sueño peronista en estas últimas décadas de dignificar la vida de millones de postergados.
Una agenda “neodesarrollista” parece ser el punto de encuentro para lograr cumplir los anhelos de los argentinos. Sabemos que la iniciativa privada es la generadora de sueños y realidades. Todo el mercado que sea posible debe ser estimulado y fomentada la competencia sana y transformadora pero con un Estado en serio, que regule de veras y que no sea el socio bobo o corrupto que solo pone trabas y restricciones. Transformar el gigantesco gasto público en eficacia del Estado en imponer la ley y el orden necesario para organizar la sociedad es una de las tareas más urgentes que demanda el futuro. Debemos pasar de la ausencia de imperium al programa de orden y progreso en el que se cumpla efectivamente la ley y tengan vigencia los contratos, creadores de riqueza y oportunidades.
Identificar los problemas, elaborar diagnóstico y consensuar una agenda estratégica neo-desarrollista para la Argentina que viene debe ser la tarea de las nuevas generaciones para poner en marcha de una vez un programa nacional en 2015. Nacionalismo con mayúsculas y que no se agote en el mero nacionalismo de medios.