En la presente nota intentaremos echar algo de luz sobre ciertas afirmaciones emanadas desde el propio gobierno y de sus más conspicuos (y no tanto) colaboradores en torno al fenómeno inflacionario que padece la Argentina.
Para darnos una idea de la gravedad que ha tomado la inflación como fenómeno económico en la Argentina basta mencionar que desde el 2003 a la fecha la inflación acumulada asciende a poco más del 275%. Este guarismo nos indica que 1 (un) peso del año 2003 tiene a comienzos del año 2013 un poder de compra equivalente a 27 centavos. Reinterpretando dicho cálculo, y para mostrarlo con un poco más de perspectiva, esto equivale a afirmar que el “peso argentino” perdió del 2003 a la fecha un 73% de su poder de compra. Si tomamos la “Canasta Básica” (en lugar del Índice General) el panorama luce peor aún.
Es claro que gran parte de la población ha podido actualizar sus haberes a través de convenios, paritarias, y revisiones anuales, lo cual ha amortiguado en gran medida dicha pérdida de poder de compra. Pero aún así pensemos que, según cifras de la propia OIT, todavía existe cerca de un tercio de trabajadores informales que no pueden actualizar sus haberes. Aún más, pensemos qué ocurre con aquellos que aportan “pesos” al sistema previsional, es decir los futuros jubilados, y cuánto poder de compra tendrán dichos “pesos” dentro de treinta años cuando se jubilen y el estado les devuelva sus “pesos” devaluados.
Pero más allá de estos detalles lo interesante es que el propio Gobierno ha intentado relativizar e incluso justificar la suba alocada de precios recurriendo a curiosas teorías y afirmaciones de dudosa veracidad. Incluso llegó a culpar a “inescrupulosos empresarios” por generar inflación, que dicho sea de paso, parecería ser un fenómeno inexistente para el propio gobierno, según las asombrosas cifras que emanan del hoy intervenido Indec. Compilamos a continuación algunas de las afirmaciones y explicaciones más escuchadas en boca de los parlanchines oficialistas:
Mito # 1 – El Crecimiento genera inflación. Prima facie, uno está tentado a refutar la lógica de tamaña afirmación, sin embargo, lo que uno hace es cuestionarse cómo pudieron hacer prácticamente todos los países de la región, y muchos países del mundo, para mostrar fenomenales tasas de crecimiento con baja inflación. Como un buen ejemplo (en este caso van a ser más que uno) vale más que mil explicaciones, tomemos al país con mayor crecimiento del mundo en los últimos años: China. Dicho país durante la última década (2003-2012) tuvo un crecimiento interanual de su PBI del orden del 10,46% en promedio, con una inflación (también interanual) del orden del 3,00%. Vale remarcar, que dicho promedio tiene una muy baja dispersión, es decir, China creció en torno al 10% prácticamente todos los años.
Uno entiende que para muchos resulte muy difícil compararse con esa economía tan lejana para nosotros, por ese motivo, veamos qué ocurrió con nuestros países hermanos de Latinoamérica. En el caso de Perú el crecimiento interanual de su PBI (2003-2012) se ubicó en torno al 6,49% con una inflación que fue en promedio del 2,86%. Vale una aclaración, si excluimos el año 2009 donde el país prácticamente no creció debido a la crisis financiera internacional, su tasa de crecimiento ascendería al 7,11% con una inflación prácticamente de la misma magnitud. Veamos qué ocurrió con Brasil: allí la tasa de crecimiento interanual del PBI durante el mismo período analizado fue del 6,34% con una inflación interanual que promedió el 4,66%. Para terminar con esta muestra, tomemos un caso más, el de Colombia: allí el crecimiento interanual del PBI (también para el decenio 2003-2012) ascendió al 4,69% mientras que la inflación para dicho período promedió el 4,80%. ¿Existe algún país que sea similar a la Argentina? Solo uno, y mal que nos pese, se trata del gran socio estratégico de la Argentina, el país de Simón Bolívar: en Venezuela el crecimiento interanual del PBI fue del 4,99% pero con una inflación promedio del 23%.
Por último, y para aquellos que sostienen que es imposible comparar países (todas las comparaciones son odiosas), analicemos qué pasó en la misma Argentina. La serie de inflación de la Argentina muestra dos períodos bien diferenciados: el primero que va desde el 2003 al 2007 con una inflación promedio del 7,77% y otro período que va desde el 2008 al presente, con una inflación que se ubica por encima del 20%. Siguiendo la lógica del gobierno en el segundo período el crecimiento debería haber sido más alto, sin embargo, ocurrió exactamente lo opuesto: el crecimiento de los años 2003-2007 ascendió al 8,83% mientras que entre los años 2008-2012 el crecimiento del PBI se ubicó en torno al 5,64% en promedio.
Mito #2 – La inflación es generada por los “oligopolios” y los grupos concentrados. Resulta llamativo que los mismos “grupos concentrados” y los mismos “empresarios inescrupulosos” que según el gobierno generan inflación también operan en otros países de la región como Chile, Brasil, Perú y Colombia. Y lo que resulta más llamativo es que en dichos países esos mismos empresarios no generan inflación, aún cuando dichas economías crecen igual o más que la Argentina. ¿Cómo puede ser que en esos países los mismos empresarios no generen inflación y acá sí lo hagan? ¿Son más buenos allá que acá? Aún más, estos mismos empresarios operan en la Argentina desde hace años, por lo que resulta llamativo que durante los primeros años del kirchnerismo dichos empresarios no generaban inflación, y ahora al parecer son los responsables de una inflación que supera el 20%. ¿Cómo puede ser que antes no generaban inflación y ahora sí lo hacen?
Mito # 3 – La inflación es el costo que hay que pagar por mantener un Tipo de Cambio Competitivo que favorezca la “industrialización” del país. La teoría del “Tipo de Cambio Competitivo”, de los tipos de cambio múltiples, y del resto de las alquimias cambiarias tomaron impulso a principios de los años 70 a la luz de una teoría (muy original vale aclarar) que alertaba sobre una supuesta “estructura productiva desequilibrada”. Dicha teoría alertaba que en la economía argentina convivían, grosso-modo, dos sectores bien diferenciados. Por un lado, teníamos un sector ganadero/agro exportador que al operar con un gran nivel de eficiencia lo convertía en uno de los principales generadores de divisas del país. Dicho flujo de divisas generaba presiones (a la baja) del tipo de cambio nominal (y eventualmente una apreciación real) ubicándolo en un nivel sub-optimo para el otro sector de la economía, el industrial. Esta apreciación estructural del Tipo de Cambio sería la responsable de que el sector industrial fuera naturalmente más introvertido y que tuviera “costos medios” sensiblemente superiores a los internacionales. Bajo esta óptica un tipo de cambio “libre” tendería a apreciarse irremediablemente perjudicando así la competitividad del sector industrial, que es el que genera empleo. Esta es una de las justificaciones que ubican al Estado como eterno regulador del tipo de cambio. Pues bien, si uno observa la serie histórica (disponible a partir del año 1955) del producto industrial como porcentaje del producto bruto total de la economía, uno se sorprende al ver que la participación industrial prácticamente se ha mantenido inalterada (promediando un 27% aproximadamente) por casi cincuenta años, a pesar de que en dicho lapso el país ensayó infinidad de regímenes cambiarios, desde los más restrictivos (Convertibilidad) hasta los más disparatados (tipos de cambio múltiples).
Como ejemplo, podemos tomar una primera muestra a partir del año 1955 hasta el año 1965 (tomamos un período de diez años para favorecer la comparación). En dichos años, la participación de la industria en el producto bruto total fue del 27,7%, es decir, igual al promedio histórico (y eso que estamos hablando de la época dorada del período de sustitución de importaciones). Durante dicho lapso el régimen monetario y cambiario fue variando desde el adoptado durante el Plan Prebisch (1956), pasando por un Plan de Estabilidad Monetaria (1958), hasta llegar a espirales inflacionarias y finalmente la devaluación de la moneda en el año 1962. Si tomamos otra muestra más, y acorde a otro experimento cambiario, podemos ver los años que van de 1976 a 1981, donde luego de un tipo de cambio semi-administrado llegamos a la famosa “tablita cambiaria”. En ese período la participación de la industria se ubicó en torno al 30% del producto bruto total. Tomamos otra muestra más, los años que van de 1982 a 1988, bajo el arco de un gobierno radical durante el cual surgieron dos “planes”: el Austral y el Primavera. En dichos años la industria representaba nuevamente el 27% de la economía. Por último, y por si al lector le siguen quedando dudas, durante los años noventa y bajo otro plan, la “convertibilidad”, la importancia relativa de la industria se ubicó en torno al 24%, apenas tres puntos porcentuales menos que en la década pasada, con la salvedad que el mundo en su conjunto ya ingresaba a una nueva era, la era de la información, dejando atrás a la era industrial.
Mito # 4 – Un ajuste monetario implica ajustar la economía. Ceteris-paribus (manteniendo todo lo demás constante) cuanto mayor es la cantidad de bienes y servicios de una economía, mejor, ya que aumenta nuestro nivel de bienestar. Si bien esto es así para todos los bienes, para el caso del papel moneda “más” no necesariamente es mejor. El dinero papel moneda a diferencia del resto de los bienes de la economía no se puede consumir ni sirve para producir otros bienes, su finalidad es meramente servir como “facilitador” de los intercambios, es decir, para adquirir a su vez otros bienes (ya sea ahora o en el futuro a través del atesoramiento). A su vez, al ser un bien homogéneo y patrón de referencia de la economía, lo utilizamos para realizar cálculos económicos. Pero, de nuevo, inundar la economía con papel moneda no incrementa la cantidad de bienes de consumo ni los bienes de capital disponibles para incrementar la producción. Por lo tanto, el aumento de la emisión de dinero no genera per se ni mayor crecimiento ni mayor bienestar. Cuando dicho incremento de la emisión sobrepasa la propia demanda natural de la economía, tal exceso se traduce en suba de precios, reduciendo así el valor real de cada unidad de dinero generada, al ser está última menos necesaria.
El problema con la Argentina se encuentra en que ciertas erogaciones del Estado como también ciertas actividades productivas se han financiado a través de la emisión monetaria, la cual ha sido tan intensa y sostenida que ha modificado parte de la estructura productiva del país. Estás actividades han cobrado tal magnitud, y han desviado tantos recursos, que dependen necesariamente de la creación de dinero para su sostenimiento.
En este contexto, un ajuste monetario implicaría necesariamente eliminar parte del financiamiento espurio de dichas actividades lo cual impactaría sobre el nivel de actividad. ¿Esto implica tomar como válida las afirmaciones del gobierno? No necesariamente, ya que una “calibración” de la política monetaria generaría una normalización de la economía, mayor confianza en la moneda, menor incertidumbre, y finalmente permitiría retornar a fuentes genuinas de crecimiento. Claro está que este ajuste tendrá un impacto de corto plazo, pero a costa de evitar que la economía se hunda en un caos.
¿Hay otra alternativa? Si, y es la que ha adoptado el propio gobierno donde lejos de adoptar una política monetaria más prudente ha propiciado y apuntalado los niveles de inflación. Lo curioso de esta política monetaria inflacionaria y de la situación que enfrenta el gobierno es que tampoco puede evitar el ajuste. Pruebas al canto, la inflación ya es tan alta que ha destrozado el valor real del salario, y por ende, ha reducido la capacidad de consumo y de ahorro de la población. En este sentido, el año pasado (2012) el PBI prácticamente se estancó, y este año las principales variables de la economía ya indican un año recesivo. Como vemos, ya tenemos ajuste, con el agravante de que la inflación sigue por encima del 20% interanual.
En resumen, la inflación es causa de una irresponsable política monetaria que crea dinero espurio en exceso de las demandas reales de la economía. Es por eso un fenómeno estrictamente monetario y causado por los mismos Bancos Centrales de los gobiernos de turno. Quien niegue esto deberá brindarle al lector un ejemplo de hiper-inflación generada a través de una contracción monetaria. Para no dejarlos con la intriga les adelantamos que dicho ejemplo no existe.