El llamado a indagatoria a Amado Boudou vuelve a poner sobre la mesa el tema de la función del Vicepresidente. En diciembre de 2011, Cristina Fernández de Kirchner, luego de asumir su segundo mandato, dijo: “No saben lo lindo que es tener vicepresidente”, ironizando sobre su conflictiva relación con Julio Cobos. Lo cierto es que, a lo largo de estos 30 años, ningún presidente gobernó en colaboración con su vice, sino que en todos los casos la relación fue difícil y conflictiva.
Así, desde Carlos “Chacho” Álvarez, que renunció a los diez meses de iniciado el gobierno de la Alianza, por el escándalo de “las coimas del senado” y sentenció la suerte del gobierno de De La Rúa, o la relación “tirante” entre Eduardo Duhalde y Carlos Menem, que solo estuvo dos años en el cargo, y que luego le dio el visto bueno para que fuese candidato a Gobernador de Buenos Aires en 1991 para tenerlo lejos, o Raúl Alfonsín que tuvo una convivencia tensa con Víctor Martínez, quien en varias oportunidades fue acusado de conspirar contra el Presidente. Todo quedó en “sospechas”, pero Martínez fue “obligado” a renunciar, cuando Alfonsín decidió resignar su mandato en el Congreso, para que asumiese Carlos Menem. Si bien Daniel Scioli y Néstor Kirchner, tuvieron una convivencia pacífica, al primero se lo tenía relegado a cuestiones protocolares y las tareas propias dentro del Senado. El punto máximo de esta historia de desencuentros fue el distanciamiento de Cobos y CFK, luego del voto “no positivo” del radical, que terminó con la relación entre ambos que solo se cruzaban en la apertura de sesiones legislativas.
La historia muestra que esto no siempre fue así. Hay casos como el de Carlos Pellegrini que asumió la presidencia, luego de la renuncia de Juárez Celman por la Revolución del Parque, y completó el mandato constitucional, o José Evaristo Uriburu, quien sucedió a Luis Sáenz Peña, fallecido en el cargo. José Figueroa Alcorta asumió la presidencia ante la enfermedad del Presidente Manuel Quintana, quien falleció meses después, y Victorino De La Plaza, que asumió luego de la licencia de Roque Sáenz Peña, o Ramón Castillo, quien completó el mandato de Roberto Ortiz, quien también abandonó el cargo por razones médicas.
En todos los casos, el Vicepresidente “asume” la función del presidente, de acuerdo a lo que marca artículo 88 de la Constitución: “En caso de enfermedad, ausencia de la Capital, muerte, renuncia o destitución del Presidente, el Poder Ejecutivo será ejercido por el Vicepresidente de la Nación”. Pero las funciones propias del vice son difusas. Solo el artículo 57 le asigna la función de presidir la Cámara de Senadores y de tener voto en caso de empate, como sucedió en el caso de Cobos. Luego, el vice vegeta entre las funciones que le delega el presidente, la representación de este en el exterior cuando no puede viajar, y funciones protocolares.
Lo cierto es que en otros países, el vice puede ser un colaborador activo del presidente y contar con funciones propias que le permiten colaborar en la gestión y convertirse en un aliado y una ayuda para éste. Nuestro sistema no lo entiende así, y el vicepresidente se convierte en una figura de resguardo en caso de incapacidad, muerte o enfermedad del presidente.
Para terminar de completar el cuadro de situación, la ley que regula las PASO, requiere que sean elegidas fórmulas completas, es decir compuestas de un candidato a presidente y otro a vicepresidente. Sin embargo, varios proyectos apuntan a reformar esto y que sólo se elija al presidente. La fórmula puede constituirse luego, con el segundo candidato más votado, o bien por un acuerdo posterior. Cualquiera de las dos alternativas da opciones a los frentes de negociar, evita la confrontación y aumenta la competitividad de la fórmula. Algo semejante ocurre en Estados Unidos, donde las primarias son entre candidatos a presidente, quien luego elige su vice, ya sea por un acuerdo partidario, o por otro candidato a presidente. Uruguay, pese a su carácter unitario y no federal, tiene una tradición donde quien queda segundo en las elecciones primarias, acompaña al ganador. Así ocurrió con Danilo Astori, que quedó por detrás de José “Pepe” Mujica en las internas de 2009, fue luego su compañero de fórmula y hoy es su actual vicepresidente. Lo mismo sucedió entre Larrañaga y Lacalle del Partido Nacional en 2009 y Jorge Batlle del Partido Colorado, que eligió a Luis Hierro López, a quien derrotó en las internas de 1999, siendo su único contendiente dentro del partido, para que sea su vicepresidente entre 2000 y 2005.
Pensar en una posibilidad semejante, es también darle un nuevo rol al vicepresidente, pudiéndose asignarle funciones específicas, que alivien al presidente en la tarea diaria de gobernar, pero sobre todo, que doten de mayor institucionalidad al gobierno. Cabe resaltar que según nuestra constitución, el Poder Ejecutivo es unipersonal, ejercido solo por el Presidente, lo cual da un rol central al presidente relegando al vicepresidente a su rol en Senado. Abrir el debate para que en las PASO se elija solo el presidente, y que luego cada frente electoral elija al vicepresidente, ya sea por un acuerdo interno o bien a quien obtuvo la segunda pluralidad de sufragios, es pensar un nuevo rol para el vicepresidente. De esta forma se le otorga mayor representatividad a este último y evita ser una figura “acompañante” o “decorativa” en la fórmula, pero permite comenzar a pensar en atenuar nuestro sistema (hiper)presidencialista, y sobre todo, dotar de mayor institucionalidad al Poder Ejecutivo, incluso en su relación con el Congreso Nacional.
La discusión es amplia y debe darse en todos los ámbitos. Se trata de pensar si queremos un presidente fuerte o un Poder Ejecutivo fuerte. Si el vicepresidente sigue siendo como decía Sarmiento (en relación a su vice, Adolfo Alsina) a quien “toca la campanilla” en el Senado, o bien si queremos un vicepresidente activo, que aporte a la gestión y permita pensar en gobiernos más amplios, plurales y de coalición con bases sólidas.