Por: Miguel Velardez
Es ampliamente reconocido en todo el mundo que la producción científica de calidad no se traduce automáticamente en una mejora de la calidad de vida, ni en crecimiento económico, ni en una disminución de las diferencias sociales, ni en mayor calidad educativa o cuidado del medio ambiente.
El pasado 06 de octubre, la revista Scientific American publico un ranking sobre los mejores países del mundo en términos de desempeño científico basándose en datos del último reporte “OECD Science, Technology and Industry Scoreboard 2011”. Según el ranking de Scientific American, Argentina se sitúa en el puesto 31 de los países con mejor calidad en publicaciones científicas, lo cual nos muestra que nuestro país mantiene en cierto grado su histórico nivel de excelencia científico-académica que se traduce en una respetable producción de ciencia original. Un análisis de la serie histórica de publicaciones científicas (según la base de datos Scopus, Elsevier) muestra también que en 1996 los argentinos publicábamos 4002 artículos originales, Brasil 8536 y México 4419. En los años subsiguientes, los países de América Latina mejoraron su desempeño científico y en el periodo 1996-2002 muestran un incremento promedio de artículos originales del 51%, sin grandes desviaciones o excepciones. El cambio, producto de políticas activas de promoción de las actividades científicas y tecnológicas, se hace evidente en el periodo 2002-2011 en donde podemos observar cómo el número de artículos de instituciones argentinas aumentó un 84% mientras que nuestros vecinos lo hicieron entre un 120% en el caso de México y un 207% en el caso de Brasil. Es de remarcar que solo Venezuela creció un modestísimo 26% en este periodo.
Retomando el concepto del primer párrafo, poseer mejor ciencia en términos de publicaciones no se traduce en desarrollo económico y social a menos que se oriente el quehacer del investigador hacia la resolución de los problemas de la gente. Se puede tener una elite de investigadores provista del mejor equipamiento y apoyada con importantes fuentes de financiamiento del estado y el sector privado sin que ello redunde en beneficios para la sociedad. Esto es evidente en Argentina donde la mayor parte de las investigaciones no tratan de dar respuestas a las demandas de la gente. Más aun, la cultura científica local no tiene incorporado el concepto de ciencia orientada a la solución de problemas y esto se refleja en que más del 90% de los investigadores argentinos opinan que al momento de evaluar un proyecto de investigación y desarrollo, la excelencia es más importante que la pertinencia.
Si bien todos los países deben poseer una elite de investigadores que lleven a cabo ciencia original en la frontera del conocimiento, Argentina más que nunca necesita orientar sus esfuerzos de I+D hacia la resolución de los problemas de la gente y hacia un aumento de la competitividad de sus empresas a nivel global. Lo que hace la diferencia en el desarrollo económico y social de un país es el uso del talento joven y de los creativos hacia la generación de ideas novedosas que sean aprovechadas por la sociedad. Eso se llama innovación.
Argentina en general y la Ciudad de Buenos Aires particularmente se caracterizan por concentrar una gran cantidad de jóvenes talentosos, un aspecto resaltado y envidiado de igual manera por los países vecinos y del hemisferio norte. Sin embargo, si consideramos los indicadores clásicos de innovación, como son la inversión pública y privada en la investigación y desarrollo (I + D), la participación del sector privado en las actividades científicas y tecnológicas o el número de patentes registradas por argentinos tanto en el país como en mercados globales, la Argentina tiene un desempeño innovador modesto. Mas aun, tomando los datos del ranking 2012 de innovación a nivel mundial (Global Innovation Index), Argentina se encuentra a mitad de tabla en el puesto 70 de los 141 estados analizados. Esto es, por detrás de Chile (39), Brasil (58), Costa Rica (60), Colombia (65) y Uruguay (67). Que estamos haciendo con nuestros jóvenes investigadores? Cada año finalizan su beca de CONICET aproximadamente 1500 becarios, talentos jóvenes con infinidad de ideas novedosas en todas las áreas del conocimiento. Sin embargo, no somos un país innovador, sino que mantenemos un enorme vacío entre estas ideas novedosas de nuestros investigadores y las demandas de la sociedad.
En una economía global cada vez interconectada, la innovación es uno de los pilares para la ventaja competitiva de un país y esto depende de la correcta orientación de la I+D llevada a cabo por investigadores jóvenes. Además, la innovación es esencial a la hora de encontrar soluciones a los problemas de la gente, en la mejora de la calidad de vida y para acceder a más oportunidades de desarrollo económico y social. Nuestros hermanos latinoamericanos han comprendido esto y están actuando rápida y eficientemente. El desafío de Argentina es decidir ya si nos contentamos con tener solo ciencia de excelencia o si estamos dispuestos a orientar la ciencia para contribuir al bien común, a la construcción de un país mejor.