Por: Miguel Velardez
En estos días en que el intercambio de opiniones entre el actor Ricardo Darín y la presidente Cristina Fernández de Kirchner está en boca de todos, es interesante reflexionar acerca del grado de madurez de nuestra sociedad en materia de discusión basada en la información y el poder de toma de decisión informada, dos aspectos clave dentro del proceso de pensamiento crítico (científico) y el avance del conocimiento.
Todos aquellos que hemos tenido la suerte de haber pasado por la universidad y cursar alguna carrera científica hemos tenido la oportunidad de entrenarnos y en el mejor de lo casos adquirir como práctica corriente la habilidad de discutir ideas con interlocutores que muchas veces tienen posiciones diametralmente opuestas a las nuestras. Esta habilidad nos permite a los científicos encarar discusiones desde una posición humilde y a la vez muy sólida, dado que partimos siempre del supuesto de que la verdad es una construcción social y que lo que hoy nos parece verdadero mañana podría resultar completamente falso frente a evidencia y conocimientos nuevos surgidos de nuevas investigaciones.
Imaginemos la siguiente escena: un becario de investigación envía una carta a una revista científica internacional emitiendo opinión sobre un trabajo científico reciente (esto es una práctica muy habitual en las revistas científicas de prestigio) y en cierto párrafo se pregunta: “me gustaría saber cómo hizo el Dr. Premio Nobel para obtener los resultados de su trabajo partiendo de las condiciones iniciales expresadas con anterioridad”. También puedo imaginar al prestigioso premio Nobel utilizando la misma vía de comunicación publicando una elaborada y elegante carta de respuesta con una explicación más detallada del problema en cuestión e invitándolo al becario a acceder a más datos crudos del experimento e incluso a participar de investigaciones en conjunto dado el interés del becario en la temática. Lo que sí es seguro es que en la carta de respuesta el prestigioso investigador nunca incluirá una frase del tipo “ahora bien, yo le pediría estimado becario que usted entonces me explique los resultados de su publicación del año 1991 porque tengo entendido que ese trabajo fue objetado por uno de los revisores de la revista científica”. Una respuesta de este estilo hubiera sido suficiente para llevar al prestigioso premio Nobel al último puesto en la escala de confianza por parte de los pares y prácticamente sería una deshonra para la institución a la cual perteneciera.
En ciencia, este tipo de discusiones es moneda corriente y es parte del sano ejercicio de indagación, esencial para el avance del conocimiento. Nadie tomaría la pregunta del becario como una agresión al gran investigador así como nadie dejaría de cuestionar los resultados de cualquier publicación por más que su autor haya sido premiado múltiples veces a nivel mundial. Recuerdo que una compañera mía en Boston tuvo que dejar el laboratorio básicamente porque no era lo suficientemente crítica con todos nosotros, porque no cuestionaba lo suficiente y mi jefe era tajante: “sin indagación no hay avance del conocimiento”.
Volviendo al grado de madurez de nuestra sociedad en materia de discusiones e introduciendo el concepto de popularización de la ciencia en donde políticos, científicos, educadores y divulgadores de ciencias nos quemamos las neuronas para definir las mejores prácticas para que la gente se apropie del conocimiento científico, creo que el mayor desafío radica en brindar a la sociedad las herramientas para que todos desarrollen un pensamiento crítico (científico). Según expertos en educación (ver educación de las ciencias en el portal de Unesco) las habilidades de indagación y la lógica científica no son necesariamente adquiridos en el paso por la escuela primaria y/o secundaria (ni pública ni privada). Esta carencia de pensamiento crítico, falta de motivación para cuestionar, de creer que existe una forma de hacer las cosas, una verdad inamovible, una versión de la historia e incluso una línea estanca entre lo que está bien y lo que está mal, lo correcto y lo posible, nos cercena la diversidad de ideas que nuestra sociedad necesita para crecer en democracia.
En estos momentos en que todos comentamos las idas y vueltas de Darín y la presidente, creo que deberíamos ponernos a pensar si verdaderamente estamos capacitados para defender nuestra posición con argumentos sólidos, si somos capaces de aceptar argumentos diferentes, si basamos nuestros argumentos en información fehaciente y si tenemos habilidades para elaborar respuestas elegantes. Me gustaría ver que la sociedad comentara sobre la solidez de los argumentos expresados en las discusiones de carácter público, me gustaría que hubiera un juego de egos al estilo científico, una carrera para demostrar quién es más inteligente (y no más agresivo) al momento de argumentar su posición. Este tipo de discusión sería un gran ejemplo para la Argentina.