Por: Miguel Velardez
En este preciso momento más de 6.000 personas esperan un trasplante de riñón en Argentina (incucai.gov.ar). Si nos guiamos por información de la Organización Mundial de la Salud que dice que se llevan a cabo solamente el 10% de los trasplantes que son necesarios realizar podremos darnos cuenta que con suerte 600 pacientes argentinos encontraran un órgano compatible durante el 2013. Con esta realidad, un paciente puede permanecer en la lista de espera hasta 5 años para conseguir un órgano compatible. Por supuesto que en esos cinco años de espera el paciente ve deteriorar su calidad de vida y en numerosos casos pensará en otras opciones, entre ellas el mercado negro de órganos y el llamado turismo de trasplantes.
La Declaración de Estambul de 2008 define al tráfico de órganos como “la obtención, transporte, transferencia, encubrimiento o recepción de personas vivas o fallecidas o sus órganos mediante una amenaza, uso de la fuerza u otras formas de coacción, secuestro, fraude, engaño o abuso de poder o de posición vulnerable”. Asimismo, entre sus principios asevera que “el tráfico de órganos y el turismo de trasplantes violan los principios de igualdad, justicia y respeto de la dignidad humana y deberían prohibirse”. Las declaraciones de principios son muy importantes pero no le solucionan el problema al paciente. Este necesita ya mismo un donante compatible y las chances de encontrarlo son bajas. Es por eso que la demanda de riñones crece día a día y según una investigación de la Universidad de California en Berkeley, se trafican aproximadamente unos 15000 riñones por año y el precio oscila entre 2.000 y 5.000 dólares.
Entre los países reconocidos por ser proveedores de órganos se encuentran Egipto, India, Brasil, Moldavia, Indonesia y Sudáfrica. Las causas prevalentes para la venta de órganos son la pobreza entre los donantes y la desesperación entre los compradores. En el medio queda la corrupción que se reparte equitativamente entre médicos, clínicas, gobiernos, intermediarios, aseguradoras, y otros elementos necesarios para la nada sencilla tarea de trasplantar un órgano. De más está decir que sólo acceden a la compra de un órgano aquellos pacientes provenientes de clases adineradas y que los pobres y otros grupos vulnerables ven a la donación como una forma de hacer frente a las necesidades económicas. Algunos casos impactantes fueron el de presos condenados a muerte en China que unas semanas antes de su ejecución ponían sus órganos a la venta por internet, o el de la ejecución de civiles serbios en la zona de Kosovo como fuente de órganos para trasplantes.
Algunas propuestas para solucionar la falta de donantes voluntarios incluyen la creación de un mercado legal de órganos, como fuera implementado en Irán hace unos años y cuyo resultado es que ya no tiene lista de espera para trasplante renal. Otras alternativas como las campañas masivas de concientización podrían contribuir a aumentar el banco de donantes, aunque los resultados son dispares.
Desde el mundo científico se puede aportar dos líneas de acción para aumentar el número de órganos disponibles para trasplantes. Por un lado, los estudios sobre toma de decisión muestran que las llamadas opciones por defecto tienen un papel determinante a la hora de elegir. Los países con programas de reclutamiento de donantes voluntarios se pueden clasificar entre aquellos en donde el ciudadano debe explicitar que quiere ser donante voluntario (opt-in) y aquellos en donde el ciudadano es considerado donante voluntario a menos que explícitamente exprese lo contrario (opt-out). La realidad muestra que aquellos países con sistema opt-in como Alemania un 12% elige ser donante mientras que en aquellos que implementan un sistema opt-out como Austria, el 98% de la gente elige donar voluntariamente. Desde el punto de vista de las ciencias de la vida, se está avanzando rápidamente en el campo de la medicina regenerativa hacia la generación de tejidos a partir de células madre del propio paciente que puedan reemplazar los órganos dañados. Del mismo modo se están realizando pruebas para crear animales transgénicos (cerdos) cuyos órganos sean compatibles con los humanos. De ser exitosas estas pruebas podríamos pensar en granjas donde la producción animal se conciba no sólo como industria alimenticia sino también como una industria de producción de órganos de reemplazo.
A simple vista uno no relacionaría la ciencia con el tráfico de órganos y el turismo de trasplantes, sin embargo una mirada más profunda muestra que apoyando la investigación y desarrollo en biomedicina se podrá aumentar el número de órganos disponibles para trasplante. Asimismo, desde las investigaciones en psicología encontramos que un pequeño cambio en la forma de redactar un formulario, con costo cero a nivel gobierno, puede contribuir a una política en salud más inclusiva y lo que es aún mejor, puede servir para mejorar drásticamente la calidad de vida de miles de pacientes que hoy siguen en lista de espera.