Por: Miguel Velardez
Hace unos días hemos leído en algunos medios que el secretario de Comercio recomendó a los argentinos disminuir el consumo de tomates por alrededor de 60 días. Los expertos sabrán a qué se debe la falta de este fruto casi esencial en nuestra cocina. Me cuesta creer que nos falte tierra para hacer crecer plantas de tomate. Argentina es el octavo país más grande del mundo, tiene un privilegiado eje territorial norte-sur que conlleva a poseer la casi totalidad de climas del planeta (desde subtropical a frío polar). Asimismo, posee tierras que van desde -105 hasta casi 6970 metros sobre el nivel del mar y una distribución de precipitaciones que van de menos de 200 hasta aproximadamente 1000 mm anuales.
Sea cual fuere la causa, la realidad es que por estos días los tomates no nos sobran y no es la primera vez (hay artículos periodísticos que reflejan el mismo problema desde 2007). En el caso de que el próximo año la situación se repita no vendría mal a los porteños conocer que existe una tendencia creciente a lo que llamamos agricultura urbana. Sin ir más lejos, mis pequeños hijos suelen tirar semillas de frutas en las macetas del balcón y debo reconocer que el verano pasado cosechamos tomates, melones y hasta sandias sin habernos esforzado demasiado en su cuidado. La facilidad con que crecen las plantas en la Ciudad de Buenos Aires me llevo a informarme sobre la hidroponía.
La hidroponía es una técnica de cultivo en donde el suelo es reemplazado por un material inerte que ofrezca un soporte para las plantas y que acumule el agua de riego. El soporte no tiene ningún tipo de nutriente y todos los minerales que necesita la planta son aportados por una mezcla de sales disueltas en agua. Esta técnica no es para nada novedosa y era ya usada por los aztecas antes de la llegada de los españoles. Sin embargo, los primeros estudios sistemáticos para comprender el crecimiento de las plantas sin utilización de suelo comenzaron recién a mediados del siglo XVIII. En los últimos 200 años la técnica se fue perfeccionando y en la actualidad se perfila como una solución a la producción de vegetales frescos para travesías espaciales.
Ahora bien, ¿de qué manera la hidroponía podría ayudar al habitante de una gran ciudad como Buenos Aires? Pensemos el siguiente caso: una familia tipo vive en un departamento que tiene un balcón de 3 x 1,5m (4,5 metros cuadrados). En el balcón instalan 5 canteritos hidropónicos de un metro de largo por 20 cm de ancho, así les queda espacio para un par de sillas y una mesita. Plantan tomates, ajíes, lechuga, albahaca y frutillas. Riegan con agua con nutrientes y al cabo de un año se dan cuenta de que produjeron 150 kg de tomates, 60 kKg de ajíes, 10 kg de lechuga, 4 kg de albahaca y 40 kg de frutillas. Una cantidad nada despreciable para cuatro personas.
Además de la obvia ventaja de producir alimentos en nuestro propio hogar con muy pocos minutos de dedicación diaria, la hidroponía tiene otras muchas ventajas respecto de los cultivos tradicionales:
- No necesitamos comprar tierra, ni resaca, ni otros aditivos
- Si armamos un sistema cerrado, el agua se recicla y se gasta un 90% menos que en la agricultura tradicional
- No se producen desperdicios líquidos
- La planta crece más y produce más frutos debido a los micronutrientes que aporta el agua con minerales y que generalmente faltan en los campos erosionados y agotados
- Las plantas se enferman menos por la ausencia de tierra
- No se genera CO2 debido a transporte dado que el vegetal se produce en el lugar donde se va a consumir
- Casi no necesita mano de obra dado que el sistema se puede automatizar. Ideal para familias donde todos trabajan fuera de la casa
Por el otro lado, la mayor desventaja radica en que se necesita mas inversión inicial para comprar los equipos, aunque esto no es tan así en la ciudad donde uno compra macetas, tierra, pesticidas y aditivos. En el largo plazo la técnica de hidroponía resulta ser una producción más barata y limpia que la agricultura tradicional.
La hidroponía ha vuelto a estar en el foco de los habitantes de grandes ciudades como una forma activa de contribuir a la sustentabilidad alimentaria y ambiental desde el propio hogar. La ciudad de Buenos Aires ofrece una oportunidad enorme dada las características climáticas sumamente favorables. La ciudad podría liderar un cambio de paradigma en producción de alimentos si la hidroponía se masifica. Imaginemos por un momento terrazas verdes en casas y edificios, balcones y paredes con huertas verticales, recipientes para compost comunitario en el pulmón de manzana o en las plazas manejados por la tercera edad, producción de fertilizante a partir del compost y distribución a los vecinos que contribuyen con restos vegetales. Sigamos imaginando: escuelas con clases de hidroponía como actividad de ciencia orientada a la producción y ligado a una experiencia de solidaridad en donde los vegetales producidos sirven como insumo para un comedor comunitario. Podríamos de esta manera conjugar en una simple actividad escolar los objetivos de aprendizaje de varias materias: los chicos aprenderían biología (partes de plantas, fotosíntesis), química (soluciones, sales, pH), historia (cultivos aztecas, jardines de Babilonia), matemática (factibilidad comercial de producción escolar de vegetales), geografía (origen de las especies comestibles), física e ingeniería (diseño de sistema automático de riego, diseño de invernadero), y ciencias sociales (equidad, clases sociales, urbanización, pobreza, solidaridad). Todo por una simple tecnología, algunas semillas de tomate y un poco de agua.
Los porteños hemos comenzado a transitar el camino hacia una ciudad más vivible. Ya dejamos de fumar en espacios públicos cerrados, la gran mayoría utiliza el cinturón de seguridad, comenzamos a separar la basura en origen y cada vez hacemos más actividad física. Hidroponía podría ser un paso más en el camino de acercarnos a la ciudad integralmente sustentable en la que estaremos orgullosos de vivir en un futuro próximo.