La catarsis de la Argentina blanca

Mundo Asís

El agotamiento de La Protesta como metodología emocional.

Introducción

Los que ponen y los que sacan

La sociedad padece un corte transversal.
Como si se tratara del cotejo tácito entre los que ponen y los que sacan.
Entre los que pagan los impuestos, que son los que permiten el funcionamiento regular de la economía. Y los eternos “condenados de la tierra”, que reciben las migajas. En nombre de la relativa equiparación social.

Los que ponen son aquellos que, de tanto en tanto, salen a la calle y protestan.
Los que sacan, en cambio, sobreviven y callan. Apoyan, esperan. Sobre todo amenazan.
Los que ponen viven con cierto temor permanente a los que sacan.
Y ya no puede unificarlos, siquiera, aquel fenómeno maldito, históricamente acaparador.
El Peronismo.

Osiris Alonso D’Amomio
Director-Consultora Oximoron

* * * * *

En su insensible precariedad, La Doctora suele serruchar la rama de la que pende. Aunque, a menudo, se caiga.
Pero siempre La Doctora logró, hasta aquí, recuperarse de los porrazos.
Para volverse a colgar. Sin renunciar nunca a la “terca” conspiración contra sí misma.
La insistencia en el recurso del serrucho suicida.

Prosigue, La Doctora, sin inmutarse, sostenida por un ajado 54%, que se abrevia.
Sin escuchar los mensajes diáfanos de la multitud que le reclama (y hasta la insulta).
Sin percibir que tiene, mayoritariamente en contra, a la Argentina blanca.
Sin su apoyo, aún podrá ganar, alguna que otra elección.
Pero lo que no podrá, en definitiva, es gobernar.

Tercera Protesta

La tercera versión de La Protesta, apodada vulgarmente “cacerolazo”, ya demuestra -pese a su masiva contundencia- señales de agotamiento.
Como forma, al menos, de expresar metodológicamente la emotiva indignación.
El descontento popular de “La sociedad harta que espera”. Y que no encuentra la respectiva representación política.
Hartazgo sin canalización, sumado al enfurecimiento activo, deriva en una indeseable antesala de la anarquía.

A La Protesta se le recriminaba la carencia de referentes, como si fuera una vulnerabilidad.
Cuando ahí residía, al contrario, la propia fortaleza del fenómeno.
Con la persistencia del mensaje doble que se le enviaba, en primer lugar, hacia la obcecación del gobierno.
Un virtual cachetazo provocador. Un repudio.
Pero sobre todo se trataba de emitir el mensaje crudo, casi cruel, hacia los archiconocidos exponentes de la oposición.
Los que debían tolerar el ninguneo de la muchedumbre que opositaba en las calles, pero ni siquiera consignaba el peso pluma de sus presencias.
A pesar de abnegarse, los pobres opositores, en la fraseología vacua para la televisión, generalmente de cable. Sugerida por los esmerados asesores de imagen.

En la tercera manifestación, La Protesta presentó una marca tibiamente innovadora.
El aderezo, como complemento, para poner en el primer plano, del referente opositor.
Es lo que le despoja, justamente, del mejor atributo que atraía y encantaba. E inquietaba.

Al mezclarse con la figura del “opositor oficial”, para Consultora Oximoron, en adelante, La Protesta pierde su razón de ser. Su identidad.
Las aglomeraciones bulliciosas sirvieron -al fin y al cabo- para servirlas en bandeja. A los referentes que no las habían conquistado.
Y que se encuentran inhabilitados para llenar, por su cuenta, por separado, alguna pequeña playa de estacionamiento.

Hasta la próxima catarsis

Ante la imposibilidad de superar en número el 8-N, sólo quedaba la alternativa de igualarlo con el 18-A.
A los efectos de reiterar la catarsis de la Argentina blanca. Ante la indiferencia del oficialismo “terco”, culturalmente aislado.

Aquí se dijo que el gobierno de La Doctora no sólo demostró -para Oximoron- su pasión invariable por el aislamiento externo.
No. Porque profundizó también las claves del aislamiento interno.

Un gobierno, el de La Doctora, sumergido en el autismo. Fascinado por el encanto envolvente del propio discurso. Sólo produce entusiasmo en los funcionarios que aplauden. Y despierta aún expectativas entre los que participan de la epopeya, aunque sea falsa.
De la Revolución -para el Portal- Imaginaria.
Sostenida electoralmente por los desplazados -los que sacan-, situados en general en los alrededores de los grandes centros urbanos, especialmente de Buenos Aires. Y sostenida por los exponentes de la última generación, pródiga en protagonistas que suponen adherir a la épica revolucionaria.

Sigilosos programadores de la espontaneidad

Los organizadores -los sigilosos programadores de la espontaneidad- los de la “mesa ratona”, saben armar, de memoria, las paradas perfectamente masivas. Con ramificaciones internacionales.
Lucho, Naza y El Correntino -los de la mesa ratona- saben diseñar la viralidad.
Producir el fenómeno que, en definitiva, los excede.
Pero se encuentran, los tres, con sus ciento cincuenta webberos que los siguen y celan, absolutamente incapacitados para ofrecer alguna respuesta racional a la pregunta del millón.
¿Y después de la catarsis, qué?
Resulta insuficiente organizar, para la descarga colectiva, la próxima catarsis.

Carolina Mantegari
para JorgeAsisDigital.com