La boba tentación de usar el fútbol

Mundo Asís

El Grupo Clarín, con el misil de Lanata, humilla al Gobierno-Estado de La Doctora.

escribe Osiris Alonso D’Amomio
Director de Consultora Oximoron

 

Se dijo aquí que el primer gran error de Néstor Kirchner, El Furia, transcurrió durante la presidencia de Cristina, La Doctora.
Consistió en declararle la Guerra-Divorcio al Grupo Clarín.
En representación del Gobierno, que en Argentina es, siempre, también el Estado.
Se dijo también que el segundo error fue compartido. Por El Furia y La Doctora. Consistió, precisamente, en perderla.
Cuando el Gobierno embarca al Estado en una guerra tan absurda debe tener la certeza, al menos, de ganarla.
Sin llevar, al Estado, al extremo piadoso de la humillación.

Con El Furia (irresponsablemente) extinto, La Doctora estrelló el Estado en la Guerra. En principio, entre los pliegues atravesados de la justicia.
Y transformó a la política en el rehén de esa guerra ajena. Sin derecho a la neutralidad, sobre todo cuando los políticos, para ser, deben aparecer.
Y a la sociedad, casi indiferente, le impuso situaciones innecesariamente límites. Fechas tensas, “abstractas”, dirían en Carta Abierta, como el 7-D.

En la devastación moral que generaba el conflicto, el Gobierno-Estado se desmoronó. Sin el menor sentido del equilibrio. Para perder en el combate más ordinario. El del sentido común.
En la rutina del derrotero, La Doctora resignó hasta la iniciativa. Para doblegarse e ir al pie. E incinerarse ante la evidencia del nuevo error.

La dinámica de la improvisación la llevó a perder, de manera públicamente grotesca, ante el misil más efectivo del Grupo Clarín. La emisión televisiva de Jorge Lanata, Periodismo para Todos. Especializada en el entretenimiento servido de desenmascarar, con saludable irreverencia, los desastres seriales de la corrupción estructural, que La Doctora -pobre- había heredado.
Justamente cuando se inspiraba para la tergiversación de hacer, del admirable extinto, un mito para celebrar. Y adorar.

El acierto del Fútbol para Todos

Por sus dificultades clásicas para retroceder, por su obcecación de dama altiva unánimemente adulada por sus funcionarios, por asesorarse -sobre todo- con perversos improvisados, La Doctora debió desperdiciar, en la vorágine de la derrota, uno de los pocos instrumentos inapelables de la gestión. Equiparable a la Asignación Universal. Y al gran acierto del extinto. Haber introducido a la izquierda en sus planteles, a los efectos de medrar con mayor protección.
Se trata de “Fútbol para Todos”. Hasta aquí, se lo consignaba como uno de los escasos logros. Cuestionado, apenas, por la ceguera impotente del adversario crítico, y sin ideas. Con baraturas argumentales que sin embargo suelen confortar a los incautos que aparentan ser hondos.
La realidad marca la vigencia de estadios de fútbol absolutamente capturados, en la práctica, por la marginalidad. Con la forma violentamente festiva de la cultura del “barra brava”.
En el contexto, el Fútbol para Todos, aparte de haber representado un golpe fuerte contra Clarín, resultó, además de un negocio, una solución popular.
Una suerte de reivindicación poli-clasista.
Traía, a la gran mayoría de los moderados, la totalidad de los partidos, hacia el living de sus casas bien instaladas. O en cualquier rectángulo con televisor, en penosos poblados que bordean las grandes ciudades. En el campo o la montaña, donde fuera.
Proporciona, al aficionado al fútbol, un programa. Desde la tarde del viernes hasta la noche del lunes. Gratuito -el programa- se convertía sobre todo en un sólido pretexto para permanecer adentro el fin de semana. Se le podía reprochar, al Fútbol para Todos, el pasable aprovechamiento político, en el entretiempo publicitario. Pero perfectamente puede evitarse con el zapping.

Confusiones usuales

Confundir la pasión futbolera del ciudadano, con la evasión de los problemas más serios, es uno de los defectos orgánicamente usuales del poder.
Pero sobre todo es un consuelo para los dadores voluntarios de profundidad.
Los que suponen que, aquel que gusta del fútbol, se encuentra menos capacitado para ocuparse de los temas trascendentales.
Aún se difunde el solemne lugar común que prefiere mostrar, durante la Dictadura Militar, a la sociedad colmada de indiferentes. Adormecida por el fútbol.
Como si, por gritar aquellos emotivos goles de Luque o Kempes, o por salir a festejar la obtención del título mundial, se pasara automáticamente a la exaltación al régimen.
El uso más patológico de la confusión ocurrió en 1979, durante aquel festejo inducido. La coincidencia de la conquista del campeonato mundial juvenil en Tokio, con la llegada de la Comisión Humanitaria de la OEA, que llegaba a Buenos Aires para recibir las denuncias sobre desapariciones.
Como si artificialmente se enfrentaran dos países distintos. Y como si aquel familiar de la víctima de un atropello no tuviera el menor derecho de disfrutar aquellos goles de Ramón Díaz (pases de Maradona).
La confusión se basa en un prejuicio bobo, que implica una enorme capacidad para la subestimación popular.
Creer que alegrarse por un festejo, por un triunfo deportivo, o un mero gol, inhabilita al ciudadano a detenerse en aspectos supuestamente elevados.

Estética de valijas

Cuesta resignarse a aceptar que La Doctora se haya dejado deslizar por el viejo error. El más bobo. Equiparable al de aquellos militares. Sea para atenuar el efecto de unos crímenes o el amontonamiento de unas valijas de Lázaro.
Suponer que el fútbol, como competición popular, puede utilizarse como recurso infalible de evasión. Para colmo, de manera tan ordinariamente frontal.
Pero felizmente no fue para atenuar la llegada de ninguna Comisión fiscalizadora. Fue para quitarle probables espectadores a la emisión televisiva que demuestra, con desparpajo, lo que, en el fondo, se sabía. La persistencia de la corrupción estructural. La maldita vigencia del Sistema Recaudatorio de Acumulación que el lector del Portal conoce en sus detalles. Desde hace, por lo menos, ocho años.
Una estética de valijas que, si hasta hoy no había trascendido masivamente, fue por la maravillosa relación armónica, que El Furia mantenía con Magnetto, El Beto. Con aquel polo de poder del que, equivocadamente, decidió divorciarse. Para encarar el Crimen de una Guerra que, para colmo, pierde.
Escandalosamente, pierde. Entre la desesperación del (Gobierno-Estado) que carece de una metodología sensata para cumplir con su estrategia de aniquilación.
Justo en la semana en que pretendía recuperar la calle. La que también, por desgaste, había perdido. Aunque invocara, para reconquistarla, la ilusión de una “década ganada”. Al menos, en las construcciones voluntarias de la imaginación.

Osiris Alonso D’Amomio