La etapa lazarista del cristinismo

Mundo Asís

Sólo adentro se discuten los efectos perniciosos de la devastación moral.

Tío Plinio querido,

“Nada que puedan demostrarlo”.
“Jode, pero es todo ruido mediático”.
“En el fondo, para llevar a la Justicia, no tienen nada en la mano”.
“Lo que pasa es que todos se comen la operación del Monopolio”.
“En octubre, otra vez, igual les vamos a romper el c…”.

Se asiste, tío Plinio querido, a la etapa lazarista del cristinismo.
Es dura. Catastrófica. Para disfrutarla parsimoniosamente desde afuera, mientras se aguarda la anhelada pulverización.
La implosión largamente anunciada. El derrumbe.
Y es para sufrirla adentro. Entre los que necesitan creer que se trata, en exclusiva, de “un armado”.
Efectos colaterales de la guerra equivocada que se lanzó contra el multimedio.
(Y que, para colmo, pierden).

Trascienden, en la impactante cotidianeidad del primer plano, los aspectos marginales. “El otro rostro del kirchner-cristinismo”. El verdadero. Aunque hay varios rostros en el poliedro.
Los derivados patéticamente pintorescos de la irrupción brutal de Lázaro Báez. Pero a usted, a esta altura, no pueden asombrarle.
Porque lo conoce a Lázaro, El Resucitado, desde hace ocho años.
Oportunamente se le explicaron las cuestiones de las valijas, bolsos y attaches, marroquinería en general. De la paradójica debilidad por las cajas fuertes.
El atributo natural hacia los estremecedores sobreprecios. Ceremonias del Sistema Recaudatorio de Acumulación. Se las describimos de manera horriblemente natural. Sin que contenga el sabor policial de la denuncia. Sólo para que se entendieran las claves específicas de aquel nuevo poder que llegaba desde el sur. Para conquistar fácilmente la hegemonía. Y ponerse el país, literalmente, en el “chiquilín”, como se llamaba al bolsillo del pantalón, el de las monedas.
Trátase del tramo nostálgico de “la construcción del poder personal”.
Con el tiempo, se lo va a estudiar. En profundidad. Con la sucesión de los aspectos que hoy son reprobables y que, desde el comienzo, estaban servidos. A merced de quien quisiera explicarlos.
Los desconocía sólo aquel que se resistía, tío Plinio querido, a conocerlos.
Que nadie le vuelva con el cuento cíclico del “no saber nada”.
Que aquellos aspectos delictivos no se puedan demostrar, en cambio, es otra cosa.
Nunca nadie podrá demostrar de manera fehaciente que se la llevaban, semanalmente, entre los bultos presidenciales que nadie podía revisar.

“Jamás lo vas a saber”

Se los ve golpeados, turbados. Irritables, pero aparentemente inconmovibles.
Decididos, como siempre, tío Plinio querido, a ir admirablemente al frente. Predispuestos a reaccionar ante la menor chicana del adversario.
Como si el orgullo resultara más intenso que la sensibilidad.

Hoy el cristinismo está sostenido por Magnetto”, define El Sofista.
“Están divididos, enfrentados, sólo los galvaniza Clarín, el enemigo común”.
“De no ser por Clarín, que los unifica -prosigue El Sofista- hubieran estallado por sus contradicciones internas. Luchas de bandas”.

Los efectos perniciosos de la devastación moral son discutidos sólo entre pares. Entre los que están adentro. Los que “no se la llevaron”. Sin ser, necesariamente, giles.
Y sin que trascienda, hacia afuera, nada que pueda remitir a la magnitud del dolor. A la idea frágil de la decepción.
Como si se comportaran, en definitiva, con la relativa entereza del tango “Jamás lo vas a saber”:

“No me vas a ver tirado/ ni me vas a ver vencido/
No me vas a ver rodando como vos te imaginás…”

Instalación popular del delito

Los informados que la saben, así se la hayan “llevado” o no, prefieren compenetrarse con la visión pragmáticamente cínica.
Comparan la instalación nocivamente popular del delito, con la connivencia social durante otros períodos de la historia.
Suelen escudarse en la simpleza reflexiva: “aquí siempre se robó”.
O en aquel miserable lugar común que indica. “Mientras la economía funcione, al argentino no le preocupa que se robe”.

El problema lo tienen los cristinistas mayoritarios que “no se la llevaron”.
Los que se quedaron, tan sólo, con la cara presentable del poliedro. Que también existe. Alude a la complejidad del fenómeno.

Son aquellos que aún se emocionan al evocar: “lo vimos bajar los cuadros”.
Los que se enojan cuando se les destaca el atributo genial de “haber metido adentro a la izquierda, para robar mejor”.

Ningunos idiotas, créalo. Pero que se atormentan al creer que el otro, tío Plinio querido, el profano, el “contra que le hace el juego al monopolio”, los toma precisamente por una manga de idiotas.

Pero no se equivoque de nuevo, éstos van al frente con lo que tienen, que no es, para el desierto, nada desdeñable.
Un 30 por ciento de hierro, con el que todavía se pueden animar a animar. A ser maestros de ceremonias. A mantener capturada la iniciativa.
A imponer sus barbaridades mientras los adversarios -“la contra”- se limita a protestar. Como admonitorios columnistas televisivos.

¿Final del ciclo?

La etapa lazarista del cristinismo vuelve a presentar la idea tentadora de creer que se atraviesa el fin del ciclo.
Pero no hay que creerla, tío Plinio querido, categóricamente.
Reiteradamente se le dijo, desde aquí, que el cristinismo sólo puede entenderse a través de sus recuperaciones. De sus caídas.
Esta declinación representa la sepultura moral. Parece ser la caída definitiva. De la que nunca podrá, siquiera, intentar recuperarse. Pero guarda… con ellos nunca se sabe.
Mientras se deterioran, implacablemente “avanzan, así estén al borde del abismo”.
Van igual, “por todo”, hacia el triunfo vacío o la inmolación fatal.
A acordar disparatadamente con Ahmadinejad. A “democratizar la justicia” a los ponchazos. A blanquear lo que se pueda. Entre los pliegues de cien paradojas.

Mientras tanto se exhiben las expresividades de las valijas.
La repulsiva contención de las cajas. Las espumas desbordantes de los lavados.
Los manotazos previamente planificados a los subsidios. A las certificaciones de obra. Falta aún publicitar un conjunto de pestilencias, típicas de la estética del usurero, que se encuentran pendientes. Son tantas que pueden llegar, tío Plinio querido, al aburrimiento. Y tener el destino furtivo del cansancio.

Dígale a tía Edelma que se viene, nomás, la Peste de Transparencia.
Que vuelve a ponerse de moda la honestidad. El ejercicio de ayudar al semejante, de ser buena persona.
Otra vez los giles, con Francisco, pueden disponer de esperanzas. Tienen aseguradas -los giles- las puertas del cielo.
Dígale también que llega la hora de hacerse la limpieza espiritual. El corte etérico. Ella sabe.