Por: Mundo Asís
Minas antipersonales para que le estallen al sucesor.
sobre Informe de Consultora Oximoron
Redacción final de Carolina Mantegari
Minas antipersonales
Introducción
La Argentina -según el último Informe Oximoron- se debate entre la irresponsabilidad del gobierno, y la insustancialidad de quienes se proponen para sucederlo.
El cristinismo, en su retirada, deja sembrado, irresponsablemente, el terreno de la gestión, de metafóricas minas antipersonales.
Para que le estallen a El Insustancial que se atreva a pisarlo. Y vuele, ante los nubarrones de la historia.
Osiris Alonso D’Amomio
Director Consultora Oximoron
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En la transición entre las derrotas, el gobierno cristinista adquiere -para Oximoron- el formato del archipiélago móvil. Sin conducción (ni capital) central. A veces, casi reducido a un conjunto de camalotes, que duran, o naufragan, sin rumbo.
Supuestamente persiste la ficción de la autoridad. La contiene Carlos Zannini, El Cenador. En difundida dupla con Máximo Kirchner, el hijo misterioso, al que nadie votó. Y muy pocos, apenas algunos privilegiados, tuvieron la dicha de escucharlo. Enigma que debería esclarecerse pronto en 6-7-8. O en las bulliciosas mañanas de Mauro.
Los argentinos (que no son vasallos) merecen conocer a quienes -como Zannini y Máximo- supuestamente deciden. Aunque nadie, en el fondo, les crea.
Pero Zannini es, según nuestras fuentes, como Máximo, otro camalote más.
A lo sumo, son islotes. Merecen apenas un poco más de respeto que el islote de El Abalito. O el del pobre Boudou, El Descuidista. Primer gran error de La Doctora. Al que hoy se le atreve cualquier locutor habilitado para anunciar la temperatura.
Hay piedra libre para masacrarlo a Boudou. Como al incinerado Cabandié, estrella de La (Agencia de Colocaciones) Cámpora. Agrupación combatiente que tiene sólo una víctima. Motivada por “una Manuela de alta complejidad”.
El descuidismo del ya entregado Boudou, y la soberbia inculta del “camporista” Cabandié, representan los emblemas más humanitarios del archipiélago actual.
Más que agravar la desolación del cuadro, la inquietante enfermedad de La Doctora -para Oximoron- lo clarifica. Lo exhibe en el patetismo de la desnudez.
Aunque debe aceptarse que, cuando La Doctora se encontraba relativamente sana y lúcida, solía exhibir, sin pudores, el altivo empecinamiento de insistir en el error.
En el desvarío institucional de suponer que “el modelo” -ese conglomerado de improvisaciones abstractas-, debe permitirle la gloria exclusiva de la distribución permanente.
Hasta que quede para distribuir, tan solo, la miseria.
“No cuenten conmigo ni para ajustar ni para devaluar”, confirmó La Doctora.
La realidad “destituyente”
Para Oximoron, lo que se impone como “destituyente” es, en la práctica, la realidad.
Por lo tanto no corresponde ayudarla (a la realidad). Ni confabularse con ella.
Ni siquiera tentarse con las alternativas fáciles de sustitución.
La gran mina antipersonal es precisamente el dispendio más espectacular, que los técnicos denominan “gasto público”.
Mina que se encuentra enterrada en el presupuesto, para que explote en el escritorio del idiota estipulado que la suceda.
A los efectos de quedar, ante la historia -el idiota-, como el malo del ajuste.
El recortador de los panes y los peces, que La Doctora supo -si no multiplicar- distribuir.
De explotarle la mina, en el rostro, al próximo idiota, La Doctora podrá reiniciar el largo camino del retorno exitoso.
Para volver -con suerte- a dilapidar la torta construida por el próximo idiota.
El cíclico gil de la historia argentina que siempre se recicla.
“No se entiende Celestino Rodrigo sin entender a José Gelbard”.
Lo escribió Juan Carlos De Pablo, un economista lúcido pero tablonero. Tienta a no tomarlo en serio porque tiene sentido del humor.
Lo dicho por De Pablo habilita a suponer que, para interpretar al idiota recortador, al que se postule para encarar el sinceramiento económico y moral de la Argentina, va a tener que interpretarse, previamente, a Los Irresponsables. Capitostes de cada uno de los islotes que componen la deriva del archipiélago cristinista.
Desde Moreno, el Neo Gostanián, a Kicillof, El Gótico. Desde De Vido, El Ex Superministro, hasta Gallucio, El Empleado de la Tía Doris.
Desde los frontales justificadores de Carta Abierta (a los que sólo les queda el intelecto para perder), hasta los embaucadores cotidianos.
Los cuantiosos cómplices del Sistema Recaudatorio. Los que son conscientes -en “off the record”- que la Argentina cristinista marcha exactamente por el desfiladero. Hacia el infierno.
Con la implantación de una sociedad-cultura de barra brava, dividida hasta la imposible convivencia.
Y con los pliegues atravesados de una instalada marginalidad social. Nos exhibe al desposeído excitadísimo, por las falsedades de la Revolución Imaginaria. Definitivamente trucha. Como el “modelo”.
Hacia el democratismo perverso
La subsidiada miseria social representa, acaso (para Oximoron), la más potente mina antipersonal. La que tendría que estallarle, en el rostro, al hipotético sucesor.
En una atmósfera de rencor y de fracaso. Sin dólares para los dolores de la energía.
Y con una sociedad librada a su desdicha. Recalentada con las generosas cocinas del narcotráfico. Conste que es la cultura que ya pudo estructuralmente apoderarse de provincias fundamentales.
Ante la magnitud del descalabro a heredarse, Oximoron sugiere optar por las ventajas del “democratismo perverso”.
Trátase de la invocación para mantener los pies en el plato de la legitimidad constitucional.
Y ser, a través de la perversidad, más legalistas que nunca.
Sin permitirles, a Los Irresponsables, la salvación de la retirada que necesitan. Para posteriormente victimizarse. Hasta la mitificación.
El objetivo es que asuman, en el rostro, el estallido de la propia mina antipersonal.
La insustancialidad como mérito
Para Oximoron, resulta más satisfactorio acentuar la ligereza de los que gobiernan, que advertir sobre la perceptible insustancialidad de los que aguardan el turno de sucederlos.
Son los incautos que se suponen capacitados para heredar el descalabro. Mencionarlos sería un acto obvio de crueldad innecesaria.
Aventureros rescatables que aún no tomaron consciencia de la magnitud de las situaciones límites que habrá invariablemente que resolver.
O por lo menos dilatar, si la habilidad es un atributo posible.
Como la destreza para sortear las minas antipersonales que necesariamente no habrá que desenterrar.
Porque alcanza, acaso, con la feliz ilusión voluntarista. La que suele ampararse en la difusa ideología del vitalismo. En la celebración positivista de la gestión.
Entre las vaguedades genéricas de Los Insustanciales, que planifican sus campañas electorales como si se tratara de un desafío voluntario y líquido. O como si se postularan para representar el país de Heidi.
Debe aceptarse que la insustancialidad que portan es, ante todo, un mérito.
Ya que conecta perfectamente con la liviandad de la sociedad que prefiere desentenderse de los factores negativos. Y encontrar, a lo sumo, algún culpable para pasar el rato. A los efectos de adjudicarle la totalidad de los reproches y dedicarse a construir, entre todos -y hasta que se aguante- la próxima decepción.
En cierto modo -concluye el Informe Oximoron- no registrar la gravedad de los temas constituye, acaso, el máximo acierto de Los Insustanciales.
Después de todo nada es, en definitiva, para tanto. Y a medida que los problemas se presenten se van a enfrentar. “Mandar para adelante”.
Siempre se puede recurrir a algún retoque, un parche justo.
“Vamos viendo”.
Carolina Mantegari
para JorgeAsisDigital.com
Redacción final de Informe Oximoron