Por: Mundo Asís
Acuerdo de seis potencias con Irán, que abandona el Eje Del Mal
También debe aclararse, de paso, que el acontecimiento nada tiene que ver con el acuerdo -casi insólito- que la Argentina trata de enhebrar con Irán. Por el violento atentado a la AMIA, que los persas enfáticamente niegan haber provocado. Ampliaremos.
Los cinco grandes y Alemania
Perspectiva que atenúa el temor en la región, y sobre todo favorece la vida en Irán. Signada por el padecimiento, las libertades contenidas y la angustia.
El acuerdo fue sobriamente conducido por Catherine Ashton -alta representante para la política exterior europea-, por parte de occidente. Y por el canciller Zarif, de la República Islámica de Irán.
Ashton supo complementar la ofensiva diplomática decidida por el presidente Barack Obama, e instrumentada por el secretario de estado John Kerry.
En especial cuando Putin se interpuso, con superior astucia, como escudo –junto con China-, a los efectos de evitar la intervención militar en Siria.
Y para facilitarle, a Estados Unidos, una salida más o menos honorable, de su propia encerrona.
Hoy Putin emerge, aparte, como otro privilegiado coautor del acuerdo del deshielo con Irán. (Conste que el persa es el principal aliado de Siria en la región).
Israel, Arabia Saudita, Egipto
Benjamin Netanhyau debía oponerse a cualquier acuerdo por cuestiones básicas de principios. Y por la dinámica de su propia interna.
Aunque, desde el pragmatismo más elemental, debería descontarse que el Estado de Israel hoy se encuentra aún más seguro que la semana anterior.
O que cuando amagaba con atacar a Irán, y con someter al mundo hacia otro desastre inexorable.
Aparte, las potencias protagónicas que firmaron el acuerdo le garantizan -a Israel- la contención del persa. Al que califican como el enemigo principal.
De ningún modo los sauditas admiten que las potencias “amigas” fortalezcan al gran enemigo histórico. El eterno animador del “eje del Mal”. Que para colmo también vende petróleo. Y que se dispuso, con el inicial ayatollah Khomeiny, a llegar hasta La Meca.
La severa pérdida de influencia real de Egipto.
Derivaciones de la primavera tergiversada. Que concluyó con el invierno democráticamente fundamentalista de Morsi. Una mera escala para otro golpe militar. Y popular.
Uranio y sanciones
Resulta llamativa -aquí- la relación entre las sanciones y el enriquecimiento del uranio.
Se levantan las sanciones a medida que se baja el caudal de enriquecimiento del uranio.
Es decir, empobrecimiento del uranio por la capacidad para comerciar.
Para el persa Irán el acuerdo es inteligentemente beneficioso. Se abandonan las trabas económicas que derivaron en el boicot que les destruyó la vida cotidiana. Para convertirla en un calvario de carencias.
Irán cuenta, en la actualidad, con doscientos kilos de uranio enriquecido al 20 por ciento. Y los persas se comprometen, por el acuerdo, a dejarlos en cero, en medio año.
En adelante, sólo podrá desarrollarse el uranio hasta el 5 por ciento. A los efectos de adaptarse a la categoría incierta de los “fines pacíficos”.
El capitalismo llama y tienta y Rohanni, por supuesto, atiende.
Y no porque sean, precisamente, unos insensibles.
Como si el tema “muertos de AMIA”, directamente, no existiera. Acaso por portación de imprevisibilidad. De falta de credibilidad. Carencia –alarmante- de seriedad.
El acuerdo marginal que la Argentina le propone a Irán fue solicitado por el extinto Chávez. Cómo negarse. Y fue para facilitar los desplazamientos de los dirigentes del “aliado estratégico”.
A los efectos de complacer a Chávez, Argentina giró inexplicablemente en 180 grados su política internacional. Y hasta planteó una guerra alucinante a sus propios servicios de inteligencia, que impulsaban, con sus instrucciones, otra línea, para colmo antagónica.
La cuestión que Argentina se lanzó a negociar, antes de tiempo, con el gobierno declinante de Mahmud Ahmadinejad, que era el verdadero amigo de Chávez. Y de su alucinación bolivariana.
Un aliado indeseable, ya sin legitimidad. Del que Rohani, el renovador, el reformista, decide simplemente distanciarse.
Para entenderse -quién iba a decirlo- con el diablo imperialista. Y sin la menor necesidad de rociar -con azufre- los ámbitos venerables de la diplomacia.