Por: Mundo Asís
La sobreactuación de los Cancerberos del Despojo.
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella
Antes de entrarle al fiscal Campagnoli, El Centauro, y a los tristes Cancerberos del Despojo, debiera aceptarse que la señora presidente Cristina Fernández, La Doctora, supo conducir con destreza la herencia política del marido extinto, Néstor Kirchner, El Furia. Sobre todo en el primer tramo, cuando alcanzó el 54% que dilapidó muy pronto.
Pero debiera coincidirse también en que La Doctora nunca acertó en el manejo de la herencia económica.
No se lo puntualiza para maltratarla. Sólo para entenderla.
El tema fue abordado por Serenella Cottani en “La disyuntiva existencial de Nuestra César”.
Si la pobre transparentaba la calidad de construcción de la fortuna heredada, iba ineludiblemente a “traicionar la memoria”. No podía desmoronar el legado. Ni transmitir su asombro a la sociedad cuando supo que el extinto juntó mucho más de lo que cualquier alucinado podía imaginarse. Territorio de la fantasía.
Cuentan que al saberlo exclamó: “¿Para qué “juntar” tanto?”.
En realidad, el verbo utilizado -aseguran- fue menos elegante.
Con interpretación brutalmente simple podía advertirse que La Doctora prefería presentar a El Furia mitológicamente como El Néstor Nauta. Y quitar del medio el enojoso asunto de la recaudación.
Por lo tanto, a la corta o a la larga, con o sin Fiscal Campagnoli, la pobre iba a empantanarse. A transformarse -lo peor- en cómplice. Los efectos de la acumulación insólita iban a venirse, en la primera de cambio, contra su gobierno. Con la previsible virulencia del tsunami. Para evitarlo, sólo podía recurrir a la indispensable acción de los cancerberos. Emotivos, leales y entusiastas, pero ya sin la fría eficacia de Los Profesionales Tardíos.
Seamos claros: La Doctora nada tuvo que ver con la metodología de acumulación practicada. En todo caso decidió, a los sumo, ignorarla.
Sin embargo ahora, por el ocultamiento combinado con la tergiversación, la pobre es absolutamente responsable. Sobre todo cuando se consolida, con violencia mediática, la etapa lazarista del cristinismo. Por las derivaciones de los arreglos, manipulaciones y asociaciones de El Furia con Lázaro Báez, El Resucitado, crédito del portal desde 2005. Es la herencia envenenada que se le viene -pobre- encima.
Viudas del poder
En cierto aspecto, el fiscal José María Campagnoli es otra “viuda de Kirchner”.
De los que se tildan, con ironía vulgar, como “viudas del poder”.
Junto al venerable fiscal jubilado Norberto Quantín, ex secretario de Seguridad, Campagnoli participó del equipo de máxima pureza idílica de Gustavo Beliz, Zapatitos Blancos. En aquel Ministerio de Justicia que justamente colapsó cuando Luis D’Elía, El Levantino, Falso Negro, decidió en junio de 2004 copar cierta comisaría de la Boca, por la muerte del Oso Cisneros.
El ciclo cristalino de Zapatitos coincidió con la etapa del cuaderno nuevo. Cuando El Furia, incentivado por Alberto Fernández, El Poeta Impopular, intentaba hacer letra redondita y sin manchones, a los efectos de presentarse como el paladín de la lucha contra la corrupción. Nada mejor que tenerlo entonces a Zapatitos y a la señora Graciela Ocaña en el muestrario.
Pero el ciclo cristalino de Beliz culminó en julio del mismo 2004, con la efectista exhibición televisiva de un retrato irreconocible de El Ingeniero. Trátase del espía más poderoso, hoy en litigio con La Triada. La conforman el general Milani, El Irresistible Seductor de Sexagenarias; Zannini, El Cenador; y La Doctora. Ampliaremos (pronto).
La cuestión que Campagnoli dejó la Subsecretaría de Seguridad para volver a la normal Fiscalía de Instrucción, de donde nunca debió haber salido. Con su competencia última en Saavedra y Núñez, barrios porteños que aún no tienen su tango como Boedo, Almagro o Flores.
El Cruzado
Diez años después, confirma Campagnoli que su moral es inquietantemente irreprochable. Aquel Centauro de Quantín derivó en El Cruzado que acumula rencores transversales en su gremio.
Lo consignan, según nuestras fuentes, como bastante recostado sobre la derecha. Sus innumerables críticos enuncian sus categorías radicalizadas. A los efectos de su profesión conforman, a nuestro criterio, meros aspectos secundarios.
“No importa que el profesional sea facho o zurdo, lo importante es que sea eficiente en su trabajo de Fiscal”, confirma la Garganta, académica del derecho.
El Centauro pudo haberse sentido sensiblemente profanado cuando vio por televisión, en el show popular de Jorge Lanata, cómo desfilaban las historias obscenas de la marroquinería política.
Pudo perfectamente haber sentido que, si no se lanzaba a investigar por su cuenta aquella basura denunciada, su rol de fiscal no servía para un pepino.
Aquí se ingresa en el foco exacto del conflicto. Investigar era su obligación. Pero ocurría que el caso ya tenía su propio investigador en el ámbito federal. Por lo tanto carecía de competencias para involucrarse. Aunque trascendiera que El Cruzado consideraba a “la Justicia Federal como una justicia de servilletas”.
Para el purista del derecho, “Campagnoli comete varios errores infantiles de procedimiento”.
“Primero, desoye la incompetencia dispuesta por la Cámara del Crimen”, confirma otra Garganta. Un colega que lo respeta, pero lo considera imprevisible. ¿Un defecto?
“Esto no es una anarquía, Rocamora, quien debe investigar es un Fiscal con competencia”, continúa.
Significa confirmar que El Centauro no era el magistrado natural de la causa. Se les metía por la ventana y desacomodaba al par habilitado para la investigación. Avanzaba de más. Llegaba más lejos. Ingresaba en zonas de turbulencia.
“Y el fin, Rocamora, no justifica los medios”. Aunque el objetivo sea noble.
Pero bastaba con sacarle las causas a Campagnoli y sancionarlo, incluso, con fuerza. Con alguna medida disciplinaria. A lo sumo con 60 días de suspensión.
Pero los Cancerberos del Despojo tenían la irremediable instrucción de terminar con él. Echarlo.
Era, por lo menos, una sobreactuación expresionista de los cancerberos que necesitaban hacer méritos con La Doctora, que ya carecía de Profesionales Tardíos.
Había que darle una lección ejemplar al suicida que pretendió entrometerse con el dilema de los bolsos sagrados. Para que no fuera imitado por nadie. Nunca más.
La desprolijidad aceptablemente formal de Campagnoli de ningún modo debía atenuar la presión de los cancerberos sobre los miembros del Tribunal de Enjuiciamiento.
Se registraron, según nuestras fuentes, llamados casi suplicantes de Eduardo De Pedro, El Wado. Es el camporista de acceso libre a la intimidad de La Doctora y de Máximo, En El Nombre del Hijo.
O telefonazos del mismo Julián Álvarez, secretario de Justicia, posible candidato a la intendencia de Lanús. La figura realmente fuerte del ministerio que adorna Julito Alak. Hoy Julián es miembro -como El Wado- del Consejo de la Magistratura en Liquidación.
Entregar a El Descuidista
El accionar de estos valerosos muchachos -El Wado y Julián-, en perfecta sintonía con Alejandrita, remite también a las desdichas de Amado Boudou, El Descuidista, un buen producto que fue tempranamente imantado por el ruidito febril de las monedas, y por la tendencia sublime hacia la impunidad.
Trasciende que estos dos mismos muchachos, de innegable sentido de la lealtad, suelen dejar los dedos pegados. Y esgrimen travesuras en voz alta, a veces con algún obstáculo en materia de locuacidad.
En un campito, seguramente de Mercedes, convocaron, a principios de diciembre, a otro Fiscal, en retiro efectivo, peronista y respetado. Pero no vacilaron en transmitirle, según nuestras fuentes, un contundente mensaje: “Con Boudou hacé lo que te parezca, pero no te metas con el enriquecimiento de Mariano Recalde”.
Las solidaridades suelen despertar ternuras infinitas. Generan emociones en el argentino medio. Sensiblero, casi llorón.
Pero Boudou es mucho más que una figurita de recambio por un miembro de número de la secta.
Hay que entregar a El Descuidista para salvar -en todo caso- a La Doctora.
Para proteger los bolsos sagrados que podrían cambiar radicalmente el ánimo del presidente del Banco Central.
Bolsos que deambulan de una estancia a la otra. Como los castillos de Celine.
¿Continuará?
Oberdán Rocamora