Por: Nicolás Albertoni
Hace algunos días las redes sociales se han inundado de la etiqueta #SOSVenezuela aludiendo a la señal de socorro más utilizada internacionalmente, en este caso, para alertar sobre la difícil situación política que vive ese país. Asimismo, tras la forma en que actuó la Unión Naciones Suramericanas (Unasur), una vez que se desataron los conflictos en Venezuela, después de conocerse los estrechos resultados; el tema pasa a ser mucho más serio y trasciende las fronteras de un solo país.
La Unasur, lejos de mirar con objetividad lo que la mitad de un país reclamaba en las calles de Venezuela, se dio el lujo de decir desde Lima y a pocas horas de conocerse los resultados primarios: “respeten los resultados”. ¿Acaso hubieran dicho lo mismo si el escenario hubiera sido adverso a Maduro?
Si se hubiesen generado los conflictos que hoy vive este país en sus calles habiendo ganado Capriles, Venezuela seguramente ya estaría expulsada de la Unasur a las pocas horas de conocerse los resultados y se hubiera dejado sin efecto su proceso de adhesión al Mercosur, hasta tanto no se realicen nuevas elecciones. Si bien éstas son simples hipótesis, sabemos muy bien que no se alejan del escenario que podría haber existido si la balanza se hubiera volcado hacia el candidato opositor.
Esta situación actual de bloqueo para quienes se apartan del bloque ideológico mayoritario es totalmente perversa para nuestras democracias. Tal es la presión que ejerce esta nueva herramienta, que muchos países conocidos como moderados hasta el momento han acatado sorprendentemente mandatos que se alejan mucho de su histórico actuar diplomático. Tales son los casos de Perú, Chile y Colombia.
No debemos olvidar las penas que aplicaron a Paraguay por hechos que nadie puede negar que han sido dudosos desde el punto de vista constitucional, pero que pasan a ser excesivos al compararlos con el silencio que existió ante el accionar de Maduro cuando fallece el entonces presidente Hugo Chávez.
La Constitución de Venezuela indica que en caso de fallecimiento del mandatario, quien asume la presidencia es el titular de la Asamblea Nacional, es decir Diosdado Cabello, mientras que quien asumió bajo el rol de presidente encargado fue el entonces vicepresidente Nicolás Maduro. La respuesta que se dio a esta inconstitucionalidad fue que no se respetaría artículo 233 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, porque el fallecido presidente había pedido expresamente que Nicolás Maduro ocupe su lugar si “algo llegara a pasar”. ¿Basta ese pedido para pasar por arriba el artículo constitucional? ¿Para la Unasur es ésta una respuesta razonable? ¿Acaso se la miró con los mismos ojos críticos por los que se observó a Paraguay ante la destitución parlamentaria del ex presidente Fernando Lugo?
La misma América Latina que el mundo mira con atención por vivir uno de los tiempos de bonanza económica más importantes de su historia -básicamente por el alto precios de las materias primas- actúa hoy bajo mecanismos políticos que distan mucho de una región que busca alcanzar el desarrollo no sólo económico sino también social y político.
Es muy importante subrayar, como siempre lo hacemos, que cuando lo que se busca es sentido común jamás debemos hablar de derechas o de izquierdas, de buenos o malos. Simplemente darnos cuenta de que la región no merece ser vista por el mundo como lo está siendo hoy.
¿Acaso es digno que un candidato presidencial deba tener que escuchar de boca de una ministra de Estado en conferencia de prensa: “Capriles, te estoy preparando la celda”?
Ésta no es la región que quisieron los libertadores que tanto citan los mismos que hoy, lejos de engrandecer un continente que tiene todas las condiciones para crecer, lo están aplastando por sus anisas de poder.