Por: Nicolás Albertoni
El multipolarismo hacia donde camina el mundo desde el plano político y económico hace que los aportes al crecimiento global ya no estén monopolizados por unos pocos países.
Así lo confirman informes como el de OCDE (2010) donde se veía que si bien en el 2000 el 60% del PIB mundial pertenecía a los países desarrollados, las proyecciones muestran que en 2030 este porcentaje se reducirá a 43% y el 57% restante estará compuesto mayormente por nuevos actores globales. Visto de otra forma, se podría decir que el mundo del desarrollo está cambiando de generación y posiblemente también de concepto.
Sucede que entre los nuevos actores que comienzan a aparecer se plantean diversas miradas sobre el mundo.
América Latina es hoy un caso de estudio interesante para comprender cómo pueden convivir en una sola región dos visiones tan contrapuestas sobre el mundo económico y comercial.
Estos enfoques divergentes se traducen hoy en la región a través de dos ejemplos concretos como los son, por un lado, la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) y, por otro, el Mercado Común del Sur (Mercosur) conformado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela.
La Alianza del Pacífico nace en junio de 2012 y el Mercosur en marzo de 1991. El bloque sudamericano desde el inicio planteó una lógica restrictiva hacia sus miembros plenos en relación con los acuerdos con terceros países.
Esto tiene su razón de ser ya que el Mercosur busca ser una unión aduanera (hoy imperfecta), por lo tanto además de establecerse un arancel externo común, los países deben contar con una política comercial común hacia terceros países.
Esta base teórica tradicional en la que se fundamenta hoy el Mercosur tiene su origen en las excepciones que establece el artículo XXIV del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio.
Este acuerdo establece que las preferencias arancelarias pueden no hacerse extensivas a todos los países, siempre y cuando sean negociadas bajo el formato de una zona de libre comercio o de una unión aduanera. De estas dos excepciones, el Mercosur ha optado por la segunda.
La Alianza del Pacífico, por su parte, desde el comienzo ya plantea una concepción diferente de la integración, basándose en un regionalismo (realmente) abierto donde el elemento central no es la restricción a los miembros, sino potenciarlos a aumentar los acuerdos con terceros países, porque el resultado de esas negociaciones beneficiará al conjunto. Los pilares de este tipo de proyectos están en la confianza y la cooperación entre las partes.
Las Cumbres y los resultados económicos
Los resultados de las cumbres son otro ejemplo concreto para entender las diferencias entre un bloque y otro.
El pasado 23 de mayo se llevo a cabo en Colombia la Cumbre de la Alianza del Pacifico. En este encuentro se firmó el convenio de eliminación de aranceles en el 90% de su comercio de mercancías. También se pondrán de acuerdo sobre un calendario de no más de siete años para la eliminación de los aranceles sobre el 10% restante. Debe considerarse que hace un año ya eliminaron los requisitos de visado para los ciudadanos de cada uno. Pero lo más importante es que ya manifestaron los países miembros la aspiración de avanzar rápidamente hacia la creación de un mercado común. Como traduciendo todos estos avances la actual presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, cuyo país se está integrando oficialmente a la Alianza del Pacífico, dijo: “Ya basta de ideologías, ya basta de consignas, ya basta de buscar chivos expiatorios. Tenemos que asumir con responsabilidad las tareas que aún tenemos pendientes en materia de desarrollo”.
La otra cara de la moneda muestra que en los próximos meses (aún sin fecha definida) se llevará a cabo en Montevideo la próxima Cumbre del Mercosur en la que asumirá la presidencia pro témpore Venezuela, país cuyo protocolo de adhesión aún no ha sido aprobado por uno de sus miembros como lo es Paraguay, país que aún no ha confirmado oficialmente si vuelve o no al bloque.
Más aún, Paraguay ya empieza a dar señales claras de que buscará acuerdos extra-Mercosur. El presidente de la delegación de Paraguay ante el Parlamento del Mercosur, Alfonso González Núñez, señaló a medios de su país que “el artículo 6 del Tratado de Asunción, que textualmente reconoce las diferencias puntuales de ritmo para Paraguay y Uruguay, señala también una aceptación normativizada de las desigualdades imperantes, que estipula la adopción de medidas orientadas a suprimirlas, entre las que se menciona la eventualidad de que las citadas naciones puedan concertar, por separado, acuerdos comerciales con terceros países o agrupaciones de países, la Alianza del Pacífico, como ejemplo, de la que Uruguay es miembro observador y recientemente también Paraguay” (Última Hora, mayo 2013).
Los flujos comerciales de estos últimos años muestran que en plena desaceleración del comercio global, el intercambio entre los países de la Alianza del Pacífico creció 1,3% en 2012, mientras que el comercio entre los miembros del Mercosur cayó 9,4%, según datos de Cepal. En cuanto al crecimiento económico, se ve que los países miembros de la Alianza del Pacífico lo hicieron en 5% mientras que los países del Mercosur en 2% en 2012.
A todo esto debe agregarse que la OCDE ha invitado recientemente a Colombia a ser miembro pleno de este grupo de países desarrollados. Será el tercer país de América Latina que se suma, después de Chile y México (los tres de la Alianza del Pacífico).
¿Acaso faltan más ejemplos para darnos cuenta de cuál es el camino correcto para el progreso en América Latina? ¿La nueva lógica de la integración está siendo realmente comprendida por los países “sudamericanistas”? Cuando despierten los países “pro región”, ¿ya no será tarde para avanzar hacia una estrategia común hacia el desarrollo?
Más allá de todas las interrogantes que puedan existir sobre este tema, probablemente el punto más importante a considerar en el análisis sobre ambas miradas esté en las raíces filosóficas en las que se basan ambos proyectos de integración.
Los países del Pacífico basan sus proyectos en la filosofía oriental mayormente inspirada por Confucio (551-479 aC), reconocido pensador chino cuya doctrina se basa en la buena conducta en la vida, el buen gobierno del Estado (caridad, justicia y respeto a la jerarquía). Una de sus reflexiones más conocidas señala: “El que no es fiel y sincero con sus amigos, jamás gozará de la confianza de sus superiores”.
Mientras tanto, la otra mitad de la región, lejana a las costas del Pacífico, tiene una concepción filosófica distante a la de Confucio y quizá más influenciada por Sócrates (470-399 aC), el máximo exponente de la filosofía occidental. Sócrates insistía en el “conocimiento de uno mismo”, en mirar hacia el interior de la persona. ¿Acaso no es una visión muy similar a la de varios países de la región que han optado por una integración “hacia adentro”?
Recordemos también que Sócrates fue quien dijo la célebre frase “solo sé que no sé nada”; la misma que hoy puede ayudarnos a comprender la razón que hay detrás de la pasividad de varios países “sudamericanistas” ante un mundo que se desarrolló confiado en mirar hacia el mundo.