Por: Pablo Stefanoni
Después del triunfo electoral del chavismo en las elecciones municipales de diciembre pasado -que según todos los analistas dieron un respiro a Nicolás Maduro-, unas manifestaciones estudiantiles en demanda de seguridad en los campus derivaron en una ola de violencia con muertos y heridos.
En este marco, casi todos los medios asumieron la figura del “periodismo militante”: para los probolivarianos, todo se reduce a una conspiración del imperio anudada a los intereses del “fascismo criollo”. Para la mayoría de los periódicos y canales comerciales, a un levantamiento democrático contra el populismo autoritario de Maduro. La cantidad de noticias basura, como las fotos de Chile, Egipto o Siria incluidas en las redes sociales –incluso por algunos periodistas- como si fueran de la represión en Venezuela, no hizo más que embarrar aún más la cancha.
El problema con la actual crisis es que ésta tiene muchos pliegues. Uno de ellos se vincula a las disputas estratégicas al interior de la oposición: con el triunfo chavista en el “plebiscito” de diciembre –tal como el antichavismo leyó las municipales- el liderazgo de Henrique Capriles, que apuesta a desplazar a Maduro por la vía electoral, pareció debilitarse. Y eso abrió paso a Leopoldo López que combina juventud, formación académica, sex-appeal, pertenencia a la élite, radicalidad política (antigubernamental) y coraje personal –como se vio al momento de entregarse a la Justicia. Un López que imagina “la salida” de Maduro vía la presión callejera, y cuyo partido Voluntad Popular, pese a estar tramitando su incorporación a la Internacional Socialista, es claramente de derecha.
No es difícil imaginar que López esté pensando en repetir el “por ahora los objetivos que nos planteamos no fueron logrados” que recitó Chávez en 1992 al ser arrestado por un intento de golpe de estado. Dirán los próximos días si la detención del ex alcalde de Chacao servirá para desactivar a la oposición radical o sólo logrará posicionar a un nuevo líder, con tonalidades de héroe/mártir. ¿Cuánto tiempo podrán mantenerlo detenido sin que esa detención se parezca a un estado de excepción? ¿Podrá la oposición mantener e incrementar su presencia callejera para contrarrestar la enorme capacidad de movilización popular/estatal “roja-rojita?
Es evidente que no todos los que salen estos días a las calles son “fascistas”. Eso no quiere decir que “objetivamente” puedan contribuir a la ofensiva de la derecha. Tampoco significa que no existan las “oscuras” conexiones entre la derecha dura venezolana, el uribismo y los halcones norteamericanos (además de sectores de la Iglesia y diversas “fuerzas vivas” del país). El problema es cómo afrontar los problemas que evidencia un modelo (postchavez) con claros signos de agotamiento en el terreno económico y también en la forma de gestionar el poder. Es evidente que a diferencia de Bolivia o Ecuador, donde los gobiernos nacional-populares construyeron una hegemonía relativamente extendida que legitimó sus gestiones, en Venezuela se mantuvo siempre un 40% -y más- de la población militante e irreductiblemente antichavista. La calidad del manejo económico no es ajeno a las diferencias señaladas.
El manejo del Estado es otro pliegue de la crisis que no puede pasarse por alto: los efectos del rentismo (muy anteriores al chavismo pero que no pudieron ser superados), un sistema crecientemente militarizado, una agobiante sobreactuación ideológica en los medios de comunicación estatales y una corrupción que mina las bases morales de la “nueva sociedad”. La llamada boliburguesía es sólo uno de los emergentes de ese “socialismo petrolero”, capaz de romper los techos de cristal que excluían a la mayoría de los venezolanos pero no de sentar las bases de un nuevo sistema económico-productivo y social.
Como pudimos ver desde el 12F, la violencia social tiene su correlato en la gran cantidad de grupos armados que no se sabe a ciencia cierta al servicio de quién aprietan el gatillo pero ya causaron ocho muertes. Las denuncias oficiales sobre los intentos de la “ultraderecha” de asesinar a López junto a las de la oposición sobre “escuadrones de la muerte” presuntamente al servicio del poder sólo dejan ver una crisis societal cuyas grietas no serán fáciles de cerrar.
La frontera entre la neutralización de los intentos desestabilizadores y la represión a quienes protestan en las calles a menudo es mucho menos clara que lo que las teorías que reducen todo a la acción del imperio dejan ver. Resulta evidente que la nación no se construye con la mitad ni con el 60% de sus habitantes. Y esa constatación no significa dejar de lado la necesidad de cambios profundos, sino de buscar la forma de construir un nuevo orden integrador polarizando con los grupos de poder, pero siendo capaces de integrar la diversidad societal. Las revoluciones del siglo XXI no son como las de los años 20 o 50 del siglo pasado, que buscaron homogeneizar de manera totalitaria el cuerpo social. Combinar radicalidad con pluralismo parece ser la clave de bóveda de cualquier socialismo realmente del siglo XXI.
Final sin moraleja y sin “viento de la historia”. Tratar de entender qué pasa en Venezuela no significa el “justo medio” entre el imperio y Maduro. Sino reflexionar preocupadamente sobre un proceso que sin duda enfrenta la voluntad de EEUU de generar un golpe soft pero también innumerables problemas internos que el verticalismo, el manejo opaco de los recursos y las visiones militaristas del cambio social sólo contribuirán a agravar. Lo que pasó en Nicaragua en los 80/90 advierte sobre la necesidad de discutir Venezuela en las izquierdas continentales.