Por: Paula Oliveto
Por diversos motivos pareciera que la corrupción, aquella que se manifiesta en las diversas esferas máximas del poder, comenzó a ser advertida y sentida como una preocupación de los argentinos. Lamentablemente, según los analistas de opinión pública, esta indignación ante el saqueo se empieza a hacer patente a partir que se reciente la llamada “economía familiar”. Y empieza a valorarse o reconocerse así lo que durante muchos años venía denunciado Lilita Carrió casi en soledad.
Cuando hasta hace poco vimos familiares sosteniendo, en marchas por justicia, carteles que decían “LA CORRUPCION MATA”, percibíamos el reflejo más doloroso de lo que ocurre cuando un gobierno corrupto y sus empresarios amigos, se llevan la plata de los trenes, de los hospitales, de las rutas y de la seguridad. Ellos son el reflejo más agudo de que la corrupción nos afecta a todos, que las consecuencias son terribles y el llamado más elocuente a nuestras conciencias.
Pareciera que durante años en Argentina si no consentimos, al menos hemos dejado pasar la corrupción, el atropello, la violencia. Hemos naturalizado la mentira, la impunidad, la falta de justicia y hasta la muerte de compatriotas. Adormecidos fuimos viendo cómo la cultura era desplazada por la vulgaridad y el exitismo, donde los honestos parecen fracasados, y los corruptos exitosos. Ese fue el verdadero triunfo de la cultura mafiosa por sobre la cultura del trabajo, del esfuerzo y la trasparencia.
Y a eso estamos llamados a combatir, con las armas que dan la democracia, el voto, la participación y la República. En el maravilloso libro Entrevistas con la historia de Oriana Falacci, se recuerda cuando Kruschev denunció los delitos de Stalin durante el vigésimo congreso del Partido Comunista. En esa oportunidad, ante la descripción desgarradora del orador, se alzó una voz en el fondo de la sala que dijo “Compañero Kruschev, ¿y tú dónde estabas?”. Kurschev escrutó a los asistentes en busca del rostro que lo interpelaba, al no encontrarlo preguntó “¿Quién ha hablado?”. Nadie contestó. Entonces Kruschev exclamó “Compañero, yo estaba donde tú estás ahora”.
Hannah Arendt habla de la política como la condición humana y la vida del espíritu. Para ella los seres humanos, al ser sujetos de pensamiento y acción, nos distinguimos de los restantes seres naturales. Nacemos, en consecuencia, cada vez que somos capaces de pensar y de obrar distinto. Cuando pensamos en forma colectiva estamos haciendo política. No política entendida desde lo partidario, sino la participación ciudadana para cambiar la realidad y buscar el bien común.
No podemos ni debemos ser indiferentes ante el dolor de otros. En las sucesivas tragedias de transporte o por falta de seguridad, podríamos haber estado nosotros o un ser querido. No debemos dejar de exigir que queremos un país donde el Estado sea el que determine el interés de todos y no de los que piensan igual a los que gobiernan. Un país donde se respete el derecho a la vida, a la libertad, a la igualdad, al hábitat digno. Un país y una ciudad con futuro real, en serio.
Estamos en pleno proceso preelectoral. Durante esta campaña asistiremos a la disputa publicitaria en el espacio público entre los llamados partidos “grandes”. Tanto en la Nación como en la Ciudad vemos la misma actitud respecto del uso de la publicidad oficial para inaugurar obras o servicios, justo este mes.
Es que más allá del color azul y blanco, o amarillo, es el momento en que podremos ver también que es igual la actitud en la profusión de cuantiosas y enormes publicidades y aparatos propagandísticos. Sería interesante preguntarnos acerca del valor de semejante despliegue.
Quizás podamos imaginarnos quiénes lo pagan. Y quizás podamos advertir por qué los contratistas y proveedores de las grandes erogaciones públicas de la Nación y de la Ciudad se centran siempre en un puñado de empresarios conocidos.
Cuando hablamos de construir una Argentina republicana estamos insistiendo en que la comunidad debe hacer propios todos los mecanismos existentes que permitan acceder a la información pública (para tomar posición con información adecuada) aumentando el control social de las acciones del Gobierno. Y actuar opinando fundadamente en todos los ámbitos posibles. En las ONG, en los gremios, en las instituciones intermedias… y en el voto.
Ese involucrarse con los demás nos hace dejar de ser simplemente la “gente” para ser “ciudadanos”. A esta altura queda claro que no habrá posibilidad de una patria próspera e inclusiva sin nuestra participación. Si no lo hacemos, nos estaremos resignando una vez más a perder una nueva oportunidad de cambiar.
En ese camino es que estamos trabajando con Lilita. Antes y ahora. En soledad y acompañada por otros dirigentes de historia probada.
Porque nos indignamos con lo que pasa. Porque seguimos creyendo en que es posible hacerlo distinto. Y porque seguimos contando con vos.