Por: Ricardo Romano
Es triste, indignante y a-histórico que los argentinos lleguemos a este 12 de octubre embarcados en una polémica por la antojadiza decisión oficial de desplazar un monumento, en lo que no sólo constituye una ofensa a la comunidad italiana que lo donó sino una verdadera operación de vaciamiento cultural que abona el terreno de la enemistad social y la desunión cultural.
Paradójico es que la iniciativa provenga de una administración que se dice peronista, considerando el declarado hispanismo del fundador de ese partido que, el 12 de octubre del 1947, homenajeaba a España en términos que deberían hacer avergonzar a quienes hoy mancillan ese patrimonio cultural común.
En aquel mensaje, Perón hablaba en nombre de quienes “formamos la Comunidad Hispánica” para homenajear “a la Patria Madre, fecunda, civilizadora, eterna, y a todos los pueblos que han salido de su maternal regazo”.
Y afirmaba además “la existencia de una comunidad cultural hispanoamericana de la que somos parte y de una continuidad histórica”.
Aclaraba que el concepto de raza no era “biológico” sino “cultural”, algo que los zonzos que rebautizaron el 12 de octubre –feriado establecido por Hipólito Yrigoyen por otra parte- con el pomposo nombre de “Día del respeto a la diversidad cultural” deberían recordar, ya que con ese concepto se reivindicaba el mestizaje, signo distintivo de las nacionalidades hispanoamericanas.
Así lo definía Perón: “Para nosotros, la raza constituye nuestro sello personal, indefinible e inconfundible. Para nosotros los latinos, la raza es un estilo. Un estilo de vida que nos enseña a saber vivir practicando el bien y a saber morir con dignidad. Nuestro homenaje a la madre España constituye también una adhesión a la cultura occidental. Porque España aportó al occidente la más valiosa de las contribuciones: el descubrimiento y la colonización de un nuevo mundo ganado para la causa de la cultura occidental”.
En concreto, una clara reivindicación de la colonización española que debería interpelar a quienes vergonzantemente buscan reescribir la historia. “Su obra civilizadora cumplida en tierras de América no tiene parangón en la historia –agregaba Perón-. Es única en el mundo. (…) Su empresa tuvo el sino de una auténtica misión. Ella no vino a las Indias ávida de ganancias y dispuesta a volver la espalda y marcharse una vez exprimido y saboreado el fruto. (…) Traía para ello la buena nueva de la verdad revelada, expresada en el idioma más hermoso de la tierra. Venía para que esos pueblos se organizaran bajo el imperio del derecho y vivieran pacíficamente. No aspiraban a destruir al indio sino a ganarlo para la fe y dignificarlo como ser humano…”
Perón no desconoce la leyenda negra sobre la conquista, ésa que hoy impulsa a la juvenilia que nos gobierna a la iconoclasia. Y por eso dice: “Como no podía ocurrir de otra manera, su empresa fue desprestigiada por sus enemigos, y su epopeya objeto de escarnio, pasto de la intriga y blanco de la calumnia (…) …se recurrió a la mentira, se tergiversó cuanto se había hecho, se tejió en torno suyo una leyenda plagada de infundios y se la propaló a los cuatro vientos”.
En su mensaje, el entonces Presidente de la Nación, también advertía sobre “el propósito avieso” detrás de esta leyenda: “Porque la difusión de la leyenda negra, que ha pulverizado la crítica histórica seria y desapasionada, interesaba doblemente a los aprovechados detractores. Por una parte, les servía para echar un baldón a la cultura heredada por la comunidad de los pueblos hermanos que constituimos Hispanoamérica. Por la otra procuraba fomentar así, en nosotros, una inferioridad espiritual propicia a sus fines imperialistas (…)”.
Finalmente, Perón hasta tendría respuestas para los que pretenden contraponer a Juana Azurduy con Colón, porque donde ellos siembran discordia, él veía continuidad histórica: “Son hombres y mujeres de esa raza los que en heroica comunión rechazan, en 1806, al extranjero invasor (…). Es gajo de ese tronco el pueblo que en mayo de 1810 asume la revolución recién nacida; esa sangre de esa sangre la que vence gloriosamente en Tucumán y Salta y cae con honor en Vilcapugio y Ayohuma; es la que bulle en el espíritu levantisco e indómito de los caudillos; es la que enciende a los hombres que en 1816 proclaman a la faz del mundo nuestra independencia política”, etcétera, etcétera.
Y advertía: “Si la América olvidara la tradición que enriquece su alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se evadiera del cuadro humanista que le demarca el catolicismo y negara a España, quedaría instantáneamente baldía de coherencia y sus ideas carecerían de validez. Ya lo dijo Menéndez y Pelayo: ‘Donde no se conserva piadosamente la herencia de lo pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original, ni una idea dominadora”.
Pensamiento original es justamente lo que falta en todas estas movidas icónicas que impulsa el kircherismo, que por un lado cuestiona el monumento a Cristóbal Colón frente a la sede de Gobierno y por el otro cree que el Che Guevara tiene más que ver con nuestra historia y cultura e instala su imagen en la Casa de Gobierno. Como hace con el estalinista David Siqueiros en cuya biografía el acto más saliente es haber intentado asesinar a León Trotsky en su exilio mexicano.
Trasladar el monumento al hombre que con su empresa unió dos continentes y dio origen a un largo proceso, que con sus luces y sus sombras, engendró nuestra Nación e instalar a la vez, en la mismísima sede de Gobierno -con bombos y platillos- la obra de un pintor que no tiene ningún vínculo con nuestra historia, resulta como mínimo contradictorio.
Son las concesiones que le gusta hacer a la Presidente a lo políticamente correcto, buscando una vez más el aplauso fácil, pero no se trata de caprichos gratuitos pues siempre son a costa de lo que en Argentina debiera ser permanente: los fundamentos de nuestra existencia nacional y la consolidación de nuestro Estado.
Alegremente se convierten en repetidores de la leyenda negra a la que hacía referencia Perón, y se suman a la zoncera extemporánea de juzgar el pasado con parámetros del presente, desconociendo que la Argentina -al igual que las demás naciones latinoamericanas- es fruto del mestizaje étnico y cultural de la España de entonces con las civilizaciones autóctonas; a ese sustrato, siglos después, se sumaron nuevos contingentes de emigrados del continente europeo que encontraron en estas tierras una acogida y una apertura que estaba inscripta en sus genes, fruto del mismo carácter de la conquista y civilización española que hoy se quiere repudiar en la figura de Colón.
Bien decía Rodolfo Walsh, escritor al que el kirchnerismo dice venerar pero no ha leído ni entendido, que “la principal falencia del pensamiento montonero” era su “déficit de historicidad”…
¿Qué otra cosa es si no pregonar un modelo “nacional y popular” y a la vez relacionarse vergonzantemente con la propia historia; o golpearse el pecho con supuesto orgullo patrio y dejarse conducir culturalmente por usinas de pensamiento transnacional?