El desendeudamiento, un hito fundacional de la década ganada

Roberto Feletti

Entre 1976 y 2003, la economía argentina estuvo signada por crisis recurrentes, planes de ajuste y la imposibilidad del Estado de ejercer plenamente la capacidad de cumplir su rol de distribuidor social. El ciclo de la deuda que caracterizó a ese cuarto de siglo convirtió a nuestro país en un territorio subyugado y a merced de las decisiones de los centros del poder financiero.

Cuando Néstor Kirchner asume la presidencia de la Nación el 25 de mayo de 2003, la deuda pública representaba casi el 150% del PBI, lo cual tornaba imposible cualquier tipo decisión autónoma por parte del Estado, es decir, del pueblo argentino.

Con la clara visión de que el primer paso a tomar en el camino de la reparación social y la liberación tenía que ver con bajar el peso de ese lastre, el ex presidente propuso a los acreedores del default de 2001 una quita del capital adeudado de 65%, decisión que representó un quiebre histórico en el modo en que la deuda se había negociado desde los orígenes de la dictadura cívico-militar que instauró a sangre y fuego el modelo de acumulación financiera.

Si se suman los dos tramos en que se llevó adelante el canje de la deuda, el primero en 2005 y el segundo en 2010, la oferta fue aceptada finalmente por el 93% de los acreedores.

De este modo, al quitar las cadenas de la deuda, recuperando así al Estado como hacedor de políticas públicas, la Argentina se tornó un territorio donde las decisiones económicas tienen un peso específico en favor de la ciudadanía y donde esas disposiciones son tomadas por el poder político elegido por el pueblo.

En ese sentido, no debemos olvidar que en 2005 comienza el tercer proceso de reestructuración de deuda acaecido desde la recuperación democrática. La diferencia es que mientras los dos anteriores -Plan Brady y Megacanje- concluyeron uno en la imposición del Consenso de Washington y el otro en un default inmediato seguido de una crisis profunda y aguda; esta tercera oferta ha sido acompañada por un ciclo de crecimiento económico gigantesco, sin consecuencias gravosas para el pueblo argentino.

No es un dato desdeñable el hecho de que se trate de la primera vez que se aborda un canje de deuda sin que se establezcan tutelajes a la política económica, programas de ajuste que dañen al pueblo y una situación perenne de recurrencia de crisis de balanza de pagos por imperio de la demanda de dólares y el problema de la cancelación de intereses.

Esto permitió al Estado abocarse a políticas de expansión del gasto público sin condicionantes, lo que posibilitó una fuerte inversión social y en infraestructura, al tiempo que acondicionó los servicios de deuda.  En efecto, este esquema nos blindó de la volatilidad de los mercados, a partir de lo cual pudimos combatir el desempleo, establecer las paritarias, llevar el presupuesto educativo desde 2 puntos del Producto a más del 6,5 y la inversión pública desde 0,8 puntos del Producto al 4,5, entre otros logros.

El modo soberano en que el ex presidente Néstor Kirchner negoció la deuda es el hito fundacional que dio inicio a estos diez años de independencia económica y bienestar popular. Decisión que nuestra presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha profundizado decididamente, poniendo en alto el pabellón nacional al negarse a darle un centavo a los fondos buitre y demás especuladores que acechan, heridos porque por primera vez en cincuenta años se encontraron con un gobierno decidido a priorizar el interés de su pueblo.