El Reino Unido ha impulsado un referéndum en Malvinas como si fuera una decisión propia de los isleños y no una iniciativa estratégica de la metrópoli. Un intento de cobertura intencional de Londres para trasladar una cuestión colonial de carácter bilateral a otra dimensión más compleja. Es en ese contexto que los casi tres mil ciudadanos británicos que residen en las Islas Malvinas han participado de un referéndum que básicamente implica expresar si desean seguir siendo lo que siempre han sido. Ha sido un ejercicio de pretensión tautológica. Casi una encuesta de etnicidad.
Hubiese sido notable que el resultado no fuera el que los isleños quisieran seguir siendo un territorio de ultramar del Reino Unido. Era de pura lógica que iban a querer ser lo que son por nacimiento, mayoritariamente por ius sanguinis, ciudadanos británicos tal como lo reconoce la propia legislación del Reino Unido. Salvo por un puñado de isleños de otras procedencias geográficas.
Esa radiografía no introduce ninguna novedad. Tampoco cambia en nada la esencia de la naturaleza de la disputa de soberanía ni los fundamentos del reclamo argentino. Ni jurídica ni políticamente. Las islas son argentinas y los aproximadamente tres mil residentes son ciudadanos británicos con la preferencia, por el momento, de seguir vinculados al país de origen étnico. Nada especial. El mundo de hoy reconoce diversas situaciones parecidas. De hecho muchos de los 250 mil ciudadanos argentinos de origen británico que viven en la Argentina son también en muchos casos británicos. No está mal que así sea y es por ello que existe en el derecho de gentes la doble nacionalidad. También la ciudadanía se puede adquirir por nacionalización. Asimismo, existen las ciudadanías múltiples. Son todas situaciones cambiantes.
Ninguna de esas circunstancias modifica la naturaleza jurídica y política de un territorio colonial en disputa que es ius cogens. Menos aún cuando los pobladores originales argentinos fueron desplazados por la fuerza en 1833 y reemplazados por ciudadanos propios. En ese marco, la pretensión de Londres que la parodia de un referéndum podría tener alcance de libre determinación sería un fraude a ese principio esencial de la Carta de las Naciones Unidas.
El Reino Unido debería comportarse con un poco más de responsabilidad y seriedad. También con más sensatez. Resulta desilusionante la preferencia por crear ficciones y artificios para mantener un clima de tensión en lugar de iniciar un dialogo honesto, franco, razonable que permita acomodar, simultáneamente, la cuestión de la soberanía de las Islas Malvinas como la de los intereses de los pobladores británicos y de otras nacionalidades que habitan ese archipiélago.
Iniciar un enfoque diplomático civilizado sería para el bien de todos, argentinos y británicos, para establecer en el Atlántico Sur una convivencia perdurable. También de una relación bilateral que, por su historia, merece de un futuro mejor. Es de esperar que Londres lo entienda y recapacite aun con los datos del referéndum en las manos. El mundo de hoy necesita de la diplomacia imaginativa y razonable en lugar del recurso peligroso y poco estable de la imposición o el del uso de la fuerza a través de una desproporcionada presencia militar.