El mundo vive en la actualidad ante la amenaza de tres conflictos que podrían desembocar en confrontaciones que arrastren a varias potencias a un enfrentamiento de consecuencias impredecibles. Uno es la grave tensión generada con Corea del Norte como consecuencia de los anuncios de Pyongyang de atacar a Estados Unidos, como a Corea del Sur y Japón, con armamento nuclear. Otro es el temor a un bombardeo a las instalaciones subterráneas de uranio enriquecido de Irán ante la continua dilación de suspender el programa militar nuclear y el riesgo que construya próximamente un arma nuclear. El tercero es la guerra civil en Siria que podría dar lugar a una intervención directa de una coalición militar de confirmarse el uso de armas químicas por parte del régimen de Al Assad.
Los tres escenarios, aunque difieren en las características y riesgos, son susceptibles de desencadenar enfrentamientos militares entre las grandes potencias y llevar al mundo a una nueva versión de la guerra fría que caracterizo gran parte del siglo XX. En Asia ya existen síntomas que ya permiten esta interpretación.
La noticia esperanzadora es que cada uno de esos conflictos, por el momento, no tiene a Estados Unidos, Rusia y China en enfrentamientos directos sino a través de la defensa de los respectivos intereses y percepciones regionales. Esa circunstancia, aunque suele ser el germen de la confrontación armada, permite el suficiente espacio para la búsqueda de una solución diplomática y evitar escaladas militares. El riesgo son los incidentes fuera de cálculo. Las dos situaciones críticas más complicadas en ese sentido son Corea del Norte e Irán, en particular el régimen norcoreano que resulta menos predecible en su comportamiento.
Los tres casos tienen en común a las armas de destrucción masiva como centro de la disputa y riesgos de guerra lo que demuestra en qué medida resulta urgente, además de proceder a un desarme nuclear, el fortalecimiento del Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares y al tratado que prohíbe la producción y almacenamiento de las armas químicas.
En ese propósito las principales potencias, en particular Estados Unidos y Rusia, están en mora. No sólo no han encarado un proceso genuino de desarme nuclear sino que siquiera han contribuido a eliminar los respectivos arsenales químicos a lo que se habían comprometido. Lo mismo se podría decir, aunque en menor medida, de China como de los otros estados poseedores de armamento de destrucción masiva sea nuclear o químico. Ninguno de esos países demuestra la suficiente voluntad para resignar una capacidad militar que resulta, sin lugar a dudas, un instrumento genocida y que por imitación, algunos países, como Irán y Corea del Norte, intenten legitimar obsesivamente en sus respectivos arsenales. Otros países, en distintas latitudes, podrían aspirar a la misma capacidad. De hecho está ocurriendo.
Naciones Unidas y los organismos específicos del sistema multilateral, como la Organización de Energía Nuclear y la Organización de las Armas Químicas, deberían ser los medios para poner fin a tanto desvarió de poder que puede sumergir al mundo en períodos de enfrentamientos muy graves en lugar de abocarse a la solución de los problemas más urgentes que enfrenta la comunidad internacional como puede ser el medio ambiente, la pobreza y la desigualdad creciente de desarrollo económico entre las naciones.