Irán ha elegido en primera vuelta al clérigo Hassan Rouhani como nuevo Presidente en reemplazo de Mahmoud Ahmadinejad. El futuro mandatario ha sido presentado en sociedad como una personalidad moderada y reformista en comparación con los otros seis candidatos. Sin embargo, los antecedentes muestran una figura mucho más compleja. Por lo pronto, la trayectoria deja traslucir a un militante religioso fuertemente vinculado a Líder Supremo, Ayatola Ali Jamenei, como también a un político comprometido con los propósitos controvertidos de la política exterior y de seguridad de Irán.
Es en la actualidad, entre otras cargos críticos que hacen a las características del régimen iraní, es el representante personal del líder religioso en el Consejo Superior de Seguridad de Irán, posición que desempeña desde 1989, y que lo vincula con todas las decisiones estratégicas que ha adoptado Irán en las ultimas décadas, tanto a las que hacen a acciones internas como externas. Eso incluye intervenciones militares y de otro tipo en terceros países como el haber sido el negociador iraní hasta el 2005 sobre el controvertido programa militar nuclear.
Hassan Rouhani se ha ganado en Irán el sobrenombre del “Jeque diplomático” por las características sinuosas, no siempre francas, de negociación. Un ejemplo, citado por el propio Rouhani, es haber logrado neutralizar la ofensiva de Estados Unidos con “humo” mientras Irán se encontraba potenciando de manera encubierta el desarrollo de 150 a 3000 centrifugas para producir uranio enriquecido. Un método similar lo aplicó con el entonces canciller del Reino Unido, Jack Straw, a quien había prometido suspender por diez años la producción de uranio enriquecido mientras, paralelamente, Irán avanzaba en desarrollos tecnológicos nucleares sensibles contrarios al Tratado de No Proliferación.
Todas las decisiones con alcance externo, sin excepción, han pasado por sus manos como integrante principal del Consejo Supremo de Seguridad. Consecuentemente, no es ajeno a la activa intervención iraní en Siria en respaldo de Al Assad con armas, efectivos y apoyo financiero. También en la adopción de la estrategia de Ahmadinejad en América Latina y en otras regiones del mundo, por sólo citar algunos ejemplos.
La habilidad diplomática de Rouhani le permitió mostrarse ante el electorado como un candidato “moderado”. Esa imagen sumó el respaldo reformista al plantear un discurso mesurado a favor de mayores derechos para las mujeres, proponer ordenar la crítica situación económica y reducir el aislamiento internacional de Irán con motivo del programa nuclear.
Es de esperar que esta vez, para el bien de Irán y de la comunidad internacional, las palabras de Rouhani y los hechos vayan en la misma dirección y que lo que el Presidente electo ha proclamado en la campaña electoral -encauzar a Irán a un futuro sin confrontaciones externas- se transforme en realidad y no nuevamente en “humo cosmético” para otros propósitos. Esa esperanza incluye también a que el nuevo gobierno en Teherán tenga una mejor disposición a cooperar con la justicia argentina, de manera lisa y franca, por el criminal atentado a la AMIA en lugar de apelar a un Memorándum de polémico objetivo.