El gobierno argentino, en la lucha legítima sobre la problemática originada con la sentencia del Juez de Nueva York, sigue priorizando lamentablemente la politización de las circunstancias a las soluciones. La exagerada ofensa oficial generada por las recientes apreciaciones del Encargado de Negocios de Estados Unidos es un ejemplo. También del carácter emotivo con el cual se encara el tema.
Resulta inexplicable que, desde el inicio del problema con los holdouts, se haya optado por dejar de lado un mejor diálogo diplomático y técnico con Washington. No ha sido una buena señal la falta de mecanismos de consulta bilateral sobre este tema específico, como así también el poco interés que despierta la representante argentina en la capital norteamericana. Tampoco los contactos con los diplomáticos estadounidenses en Buenos Aires han sido fluidos. En ese contexto de ausencia de diplomacia, los chispazos interpretativos de intenciones son inevitables, en particular cuando se le quiere buscar el pelo a la leche.
Cuando un país carece de diplomacia estable, todo es siempre un poco más complicado. La situación empeora cuando cuestiones sensibles son encaradas con poca reflexión y sin tranquilidad de espíritu. Diversos pasos promovidos por el gobierno argentino, desde la presentación de la demanda ante la Corte Internacional de Justicia como el enfoque apresurado de la resolución adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, parecerían responder a esos parámetros impulsivos.
Es decepcionante que temas que tendrán gran influencia en el futuro del país no sean asumidos con mayor responsabilidad y seriedad profesional. El enojo o los berrinches, como reacción oficial a los comentarios del diplomático estadounidense, tampoco son buenos consejeros.