Por: Roberto Reale
“La analogía es generalmente incorrecta como argumentación, pero es frecuentemente fecunda como fuente de inspiración”, dice Hull en Historia y filosofía de la ciencia, y también dice que vale la pena prestarles atención.
Existen conceptos del teatro que pueden ayudar a ciudadanos y periodistas a descifrar lo que sostiene el Abate Dinouart: “El silencio político es el de un hombre prudente que se reserva y se comporta con circunspección, que jamás se abre del todo, que no dice todo lo que piensa, que no siempre explica su conducta y sus designios; que, sin traicionar los derechos de la verdad, no siempre responde claramente, para no dejarse descubrir”.
En el teatro clásico el actor hace un aparte o soliloquio, enfrentándose al auditorio y explicando con palabras los motivos de su acción. Son memorables en este sentido las obras de Shakespeare.
En otro estilo teatral, a partir de Chejóv —algunos dicen que desde “El Monje Negro”— las intenciones se hacen más esquivas, más implícitas, quedan a merced de la interpretación del espectador. Otros marcan el punto de inflexión en la llamada Gran Reformarealizada por Stanislavski y Dullin hasta Meyerhold y Artaud.
Por el lado de la política, vemos cada vez más un traslado a la puesta en escena de las políticas públicas donde la explicación queda subsumida a la demostración. Los políticos hablan cada vez más con lugares y fotos. Entonces, ¿cómo podemos descifrar más densamente los mensajes políticos?
Para Stanislavski, la vida de un personaje es una secuencia ininterrumpida de objetos y círculos de atención en el plano de la realidad imaginaria, en el plano de los recuerdos del pasado o en el plano de los sueños del futuro. Sería una tarea interesante analizar las secuencias de cada “personaje” político, dónde ponen su atención, los temas obvios que no están o las ausencias que brillan.
Los periodistas, para tener esta actitud activa que reclama Julio Orione en su libro Introducción al periodismo, deben despojar del maquillaje, de los vestuarios especiales, de la escenografía, de la iluminación, analizando la relación con la ciudadanía, no desde un análisis de contenidos exhaustivo de los discursos, sino desde los temas, los lugares y las personas que rodean a nuestros actores políticos, haciendo un paralelismo con el llamado teatro pobre de Grotowski.
En algunas entrevistas políticas que he leído, el entrevistador, habiendo agotado el tiempo, culmina sugiriendo con hastío que no pudo generar ningún titular, ni pudo penetrar la coraza que esconden las palabras. En nuestra época de convergencia digital, los discursos tienden a ser más sintéticos y más significativos los lugares y las compañías. Por eso, los conceptos del teatro pobre nos proporcionan herramientas para analizar lo ilocucional de la comunicación política y nos permiten escaparnos de las sigilosas trampas diseñadas por las carambolas de sentido.
Ninguna imagen es inocente, ningún lugar es azaroso en el escenario político; siguiendo un axioma del constructivismo, todo comunica. Al final del día, como afirma sobre los políticos un famoso periodista en el libro Las guerras de Obama, “…lo que digan o hagan, siempre llega a oídos de otros”.
Para concluir con otra relación, Stanislavski sostiene que el arte dramático se basa en la acción. Los ciudadanos tenemos que analizar más las acciones, en qué lugar del escenario se ubican los personajes y con quién, no prestando tanta atención a lo que se dice, sino a lo que se hace. Como decía Goethe: “No basta saber, se debe también aplicar; no es suficiente querer, se debe también hacer”.