Por: Rodrigo López
Los economistas con saber universitario siguen mirando la economía argentina con las anteojeras teóricas de realidades ajenas. El liberal piensa que todo es cuestión de confianza, que el gobierno intervino en la economía con el “cepo”, los controles de precio, los controles de importaciones, los subsidios y el Indec, distorsionando así todas las señales del mercado. El keynesiano piensa que todo es cuestión de estimular la demanda agregada, incluso puede coincidir con el liberal criticando los controles del gobierno y recomendar el financiamiento externo. El marxista piensa que la tasa de ganancia de los capitalistas es la variable clave que determina la marcha de la economía, y en una de esas propone recomponérselas esperando el efecto derrame.
A estas tres visiones universitarias se le opone una tradición de análisis económico que se pierde en el origen mismo de nuestra historia, la cual fue reelaborada una y otra vez por políticos, empresarios, y finalmente por economistas. Para esta visión, el límite al crecimiento viene dado por crisis estructurales en la balanza de pagos. A lo largo de la historia los condicionamientos estructurales tomaron distintas formas, según la inserción internacional del momento, pero siempre debiendo afrontar la necesidad de divisas.
La versión más popularizada es la de los modelo de stop & go, que describían los ciclos de la economía de los años sesenta. Si hay algo que hemos aprendido de dichos modelos es que el crecimiento demandaba mayores importaciones llegando a un punto en que las divisas de las exportaciones no eran suficientes para saldar el apetito importador. El crecimiento era restringido hasta revertir el balance de pagos. Es decir, las series de PBI y de cuenta corriente se cruzaban constantemente. El inicio de una etapa expansiva tenía como correlato, o mejor dicho, como (pre)condición un superávit previo en el balance de pagos.
Si aplicamos el razonamiento para el presente, tomando el fáctico cierre de la cuenta capital para financiar la cuenta corriente, gracias al “cepo” puesto por nosotros (si no sería peligrosamente deficitaria) o el “riesgo país” puesto por ellos (si no sería peligrosamente superavitaria), el límite de la economía está dado por su cuenta corriente: balanza comercial, remisión de utilidades, y pago de intereses.
El escenario actual es que la cuenta corriente se viene cayendo desde hace tres años, tendencia que no se daba desde 1995-98, la previa a la larga recesión. El primer trimestre de 2013 fue negativo por 2.380 millones de dólares, un valor que no se daba desde el primer trimestre de 2001. De ser cierto que se viene “la curva”, para usar la expresión de la presidenta en el acto del sábado pasado, ¿cómo se va a poder sostener ese crecimiento del PBI si el balance de pagos está mostrando que no hay espacio?
Posiblemente algunos indicadores puedan convalidar la hipótesis de la recuperación. La lógica política indica que el gobierno va a jugar fuerte para repuntar el mercado interno en plena campaña electoral. El tema es el margen que pueda dejar el sector externo para que dicha expansión sea sostenible.
Una solución real requeriría ir más allá de las medidas distribucionistas cortoplacistas y comprometerse con los temas estructurales que hayan sido desatendidos hasta el presente. Nos desendeudamos, disciplinamos a los ahorristas dolarizados, restringimos las importaciones, batimos récord de cosechas y precio de exportaciones, regulamos la remisión de utilidades, y sin embargo caímos igual en la restricción externa, en esta oportunidad por el sector energético.
La economía kirchnerista ha acelerado con éxito en otras curvas, pero esta vez el camino es de ripio, y está bastante embarrado. Las medias expansionistas no podrán avanzar si no se complementan con medidas de otro orden, de sintonía gruesa, como fue la recuperación de YPF. Habrá que ver dentro del sector energético qué otras herencias de los noventa están atentando contra el modelo de crecimiento con inclusión, juntar legisladores, coraje, y cambiarlas.