El 10 de diciembre tuvo lugar en Oslo la entrega del Premio Nobel de la Paz 2013 a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ). Me cupo el privilegio de dirigir ese organismo durante la mitad de su existencia, motivo por el cuál fui invitado a la ceremonia.
La ocasión contó con un elemento especial de inspiración en la memoria de Nelson Mandela, insigne liberador de la nación sudafricana y ganador del Premio Nobel de las Paz en 1993.
En lo sustancial, escuchamos dos importantes discursos, a cargo del presidente del Comité de Selección, Thorbjørn Jagland, y del actual director general de la OPAQ, Ahmed Üzümçü, quien recibió la distinción en nombre de ese organismo internacional.
Ambos oradores destacaron la importante contribución que la OPAQ hace a la paz internacional mediante la erradicación de las armas químicas y reclamaron que los seis países que permanecen afuera del tratado que las prohíbe adhieran a ese convenio rápida e incondicionalmente.
Üzümçü reseñó los numerosos logros concretos de la OPAQ en sus 16 años de vida, incluyendo la eliminación de más del 80% de los grandes arsenales que constan en sus registros, así como los variados desafíos que todavía enfrenta. Resaltó igualmente que el uso de armas tóxicas contra civiles constituye un gravísimo crimen que no debe quedar impune.
Por su parte, Jagland instó enfáticamente a los países poseedores de armas nucleares a que sigan el ejemplo sentado en el campo químico y acuerden eliminar también esos terribles instrumentos de destrucción en masa.
Jagland expresó asimismo que la OPAQ recibió el premio porque a lo largo de su trayectoria cumplió ampliamente con el criterio de selección precisado por Alfred Nobel: recompensar a “quien haya hecho más por la hermandad entre las naciones, por la abolición o reducción de los ejércitos y por la realización o promoción de congresos de paz”. El grave tema de Siria, donde la OPAQ desarrolla una misión peligrosa y compleja, fue presentado como parte de ese contexto pero no como un factor decisivo.
En conversaciones con miembros del Comité de Selección me quedó en claro que, aunque abierta a interpretaciones progresivas, inspiradas en la evolución del mundo, la pauta definida por Alfred Nobel permanece intacta y excluyente. Las nominaciones que no responden estrictamente a ese patrón cuentan con menos posibilidades de prosperar.
Así, por ejemplo, muchos esperaban que el premio 2013 fuera asignado a Malala Yousufzai, la valiente paquistaní de 16 años que nos impresiona con su admirable campaña en pro del derecho de sus conciudadanas a la educación. Sin embargo es probable que, por no ajustarse a la definición de Alfred Nobel, esta nominación no haya sido considerada por el Comité de Selección al tomar su decisión final.
El Nobel de la Paz es sin duda el premio más importante del planeta. Eso hace que sea mirado con especial atención y que periódicamente su concesión motive agitadas controversias. Por fortuna, hay un sólido consenso de que este año ha sido depositado en muy buenas manos.