Desmesura

Samuel Cabanchik

En la mitología griega,  Hybris (la desmesura) era una falta que cualquier ser humano cometía contra los dioses cuando en su acción pretendía, tanto en los asuntos humanos como divinos, ejercer el poder que sólo le está reservado a las fuerzas de la divinidad. Lo que esos antiguos relatos nos enseñan reiteradamente es que el ser humano, aun cuando en ocasiones pudiera llegar a la perfección misma en el ejercicio de una capacidad, no debería tentarse con ello, pues es de dioses y no de humanos actuar sin límites, sobre todo allí en donde podríamos hacerlo.

A la desmesura se opone la phronesis, habitualmente traducida por la palabra prudencia, que Aristóteles concibiera como la virtud por excelencia. No debe confundirse la prudencia con la cobardía, la timidez o la simple falta de audacia. Muy por el contrario, la prudencia es una virtud porque requiere la mayor de las fuerzas: la de elegir el límite en cada circunstancia, encontrando el justo medio en un campo de posibilidades.

Provistos de esta oposición entre desmesura y prudencia, no es difícil ver cómo abunda la desmesura entre nosotros -los argentinos como sociedad-, y por el contrario, cuán difícil es encontrar ejemplos de prudencia. En su esencia, nuestra desmesura toma la forma de un comportamiento colectivo que no se ajusta a regla alguna, no respeta ni siquiera las normas propias.

Para volver a la comparación entre lo humano y lo divino, recordemos que para una importante corriente de la teología, Dios no dispone lo bueno porque esto lo sea, sino que algo es bueno porque lo dispone Dios. Ahora bien, lo que vale para Dios no vale para los simples mortales. Por ejemplo en la política argentina nos tratamos a nosotros mismos como si fuéramos dioses. El colmo de ello se expresa cuando, por caso, los partidarios de una expresión política avalan todas las determinaciones de su líder porque éste así lo ha determinado, más allá de lo bueno o malo que pudiera ser en sí mismo o en sus consecuencias. En otras palabras, se trata al líder como a un dios, he ahí la desmesura llevada a su máxima expresión. (Es interesante establecer esta misma comparación por “el lado del mal”. En efecto, si después de la modernidad puede resultar chocante aceptar algo como bueno porque Dios lo decreta así, nos es más fácil rechazar cualquier cosa que podamos atribuirle al diablo, considerándola mala por provenir de él, no atreviéndonos a juzgarla por su valor propio. De igual manera, suele ser fácil para la oposición rechazar todo lo que provenga del oficialismo por provenir de él, y al oficialismo desvalorizar a priori todo lo que proviene de la oposición, ¿no es esto tan desmedido como pueda serlo?)

Incluso a los argentinos nos cuesta discriminar cuál es la medida o límite que se impone en una situación dada. Frente a ello, masivamente se opta por la desmesura, se premia la desmesura y se castiga a todo aquel que no se suma. Los menos, entre los que habrá prudentes de verdad y otros simplemente cobardes, se esconden o permanecen indiferentes ante la turba desaforada.

La desmesura es nuestro ethos comunitario. Mientras lo sea estaremos condenados a repetir los ciclos históricos que nos llevan, cada 10 años, a comenzar de nuevo. En el medio, no sólo perdemos tiempo sino que sacrificamos a nuestros hijos, por duro que suene, pues se malogran las generaciones al quedar en medio del camino de su desarrollo o directamente al tener que empezar desde la adversidad.

Si realmente queremos cambiar la historia, comencemos por cultivar en nosotros mismos la prudencia, esto es, amar al límite por sí mismo y practicarlo. Premiar al prudente y condenar al desmedido; en fin, cambiar de héroes y de modelos para que nuestro gol preferido no sea el de la “mano de Dios” sino aquél en el que Maradona eludió a medio seleccionado inglés e hizo el gol con el pie, jugando con su genialidad, sí, pero con las reglas.