Brasil, asediado por su propio éxito

Santiago Bustelo

Perplejidad es la palabra que mejor define las reacciones de los actores políticos y los medios de comunicación frente a las manifestaciones de jóvenes que se apropiaron de las calles de Brasil a lo largo de las últimas dos semanas. Si bien es cierto que el inicio de las protestas fue motivado por un reclamo concreto, el aumento de las tarifas de transportes urbanos, el movimiento fue progresivamente ampliando sus reivindicaciones al punto de terminar colocando en el centro de sus reclamos al sistema político brasileño y a sus principales protagonistas.

El sentimiento de perplejidad se relaciona con el hecho de que, si bien la situación económica de Brasil no es tan confortable como en los últimos años, el país exhibe indicadores socioeconómicos sólidos y muy positivos en términos históricos. La tasa de desempleo es de aproximadamente 5,5%, la desigualdad según el coeficiente Gini descendió claramente en los últimos 10 años, y a pesar de sus falencias y contradicciones, el gasto en servicios públicos aumentó de forma drástica recientemente. El Plan Nacional de Educación planea elevar el gasto en el área del 5% del PBI al 10% en los próximos años y hay un proyecto de ley del Poder Ejecutivo en el Congreso para que la totalidad de los ingresos generados por el petróleo del pré-sal sean destinados a la educación.

A su vez, a diferencia de otros movimientos de protesta mundiales, como los de Egipto y Turquía, el sistema político brasileño es un
sistema democrático que cuenta con una representación amplia, libertad de expresión y un Estado activo en la oferta de programas sociales. Cabe también mencionar el hecho de que según las últimas encuestas de opinión, la presidenta Dilma Rousseff y su gestión de gobierno cuentan con índices de aprobación superiores al 50%.

¿Qué es entonces lo que sucede? ¿Son acaso los gastos para Copa del Mundo? Puede ser. Pero, entonces, ¿por qué no existió este reclamo cuando el país fue escogido para ser la sede? Y más aún, ¿cuál sería la solución para este problema? ¿Acaso tiene sentido ahora dar marcha atrás y demoler los estadios construidos?

¿Es acaso la corrupción? Pero recientemente fueron condenados la gran mayoría de los acusados por el caso del mensalão y Brasil hoy cuenta con un Ministerio Público y una policía federal que persigue y condena a los corruptos. A su vez, se trata de un problema que afecta a todos los países del mundo, y no únicamente a Brasil.

Resulta entonces difícil, sino imposible, entender concretamente qué es lo que moviliza a los manifestantes. Tampoco está claro a quién están dirigidos los reclamos, pues las protestas se dieron en ciudades gobernadas tanto por el oficialismo como por la oposición.

Por lo tanto, quizás tenga sentido pensar que el reclamo de los jóvenes manifestantes se relaciona con los canales tradicionales de representación y participación del sistema político brasileño, los cuales no logran dar respuestas a este tipo de movimientos y reclamos.

Todo proceso de desarrollo genera importantes transformaciones sociales que dan lugar a nuevas tensiones, actores, demandas y problemas. Las manifestaciones de las últimas semanas pueden ser entendidas como el éxito reciente del modelo brasileño, que logró sacar de la pobreza a millones de personas en los últimos años, así como sus propias limitaciones para responder a las nuevas demandas que su propio éxito generó y que marcarán sin dudas la agenda política y social por venir.