Ricardo Darín siempre decidió cuidadosamente dos cosas: con quién estar y cómo defender su privacidad. Y a pesar de ser una figura pública, lo consiguió. En su lógica, entonces, nada es diferente. Pero el mundo cambió. Para ser protagonistas de esta era, los actores necesitamos una nueva lógica. Ahora Darín lo sabe.
Él se manejó con parámetros hoy casi dinosáuricos: una entrevista a una revista mensual, la promoción de su película y un tiro por elevación, un detalle si se quiere, poniendo un signo de interrogación sobre el patrimonio presidencial. Todo lo que siguió pertenece al nuevo mundo, le guste o no le guste.
La Presidenta no esperó a un acto público o a una conferencia de prensa: apenas seis tuits y un post en Facebook le bastaron para sacudir el domingo de todas las redacciones y cambiar en pocos minutos el eje de la agenda informativa. Los editores no dudaron: fue el gran tema del lunes y todavía lo es.
Ya no son las grandes agencias las dueñas de la información: ahora los grandes líderes y la gente común comparten plataformas sociales en donde recortan la realidad y la potencian según sus gustos y necesidades.
La tecnología ha generado todo este cambio y ha terminado con la conversación unidireccional. Antes, el mensaje se emitía desde los medios al público. Hoy es todos contra todos, sin dirección fija, sin control.
Si Facebook fuera un país, sería el tercero más grande del mundo en cantidad de habitantes, solo detrás de China y la India. Esto tiene una razón muy clara: los usuarios tienen un plano protagónico, con la capacidad de construir y elaborar su propio mundo.
Nuevas formas de expresión gobiernan esa realidad en constante movimiento. Ya no hace falta tener la referencia de la Primavera -Árabe: el #7D o el #8N nacieron en las redes sociales y ganaron la calle. El lenguaje dejó de ser ajeno y fue reapropiado por millones y millones que tienen acceso a internet y la posibilidad de crear una identidad 2.0.
Internet plantea un horizonte que los diarios, la televisión y la radio, los mecanismos tradicionales de comunicación, jamás podrían hacer.
El mundo cambió y Darín debería haberlo sabido: su propia industria hoy es una de las grandes beneficiarias de que cada vez más personas en todo el mundo puedan ver Nueve reinas o El secreto de sus ojos en sus tabletas.
Pero hay que entender que este nuevo mundo tiene a su vez un nuevo orden, que por ahora es un desorden.
Pobre Darín, lo trataron hasta de pelotudo, y por los medios que él ya conocía.