Si tenés menos de 21 años y estás leyendo esta nota, muy probablemente nunca hayas visto el ICQ. Tampoco debés imaginar que no hace tanto, a fines de los 90, esa aplicación, que por ese entonces se usaba sólo en la computadora, revolucionó la comunicación online.
Era una florcita de varios pétalos enmarcada por un cuadradito y llegó a tener más de 100 millones de usuarios a principios del 2000. Recién nos sumergíamos en el mundo del chateo. Primero socialmente y luego como herramienta de trabajo. Empezábamos a hablar menos por teléfono. Con el tiempo, fue el inicio de una nueva forma de comunicación interpersonal, inclusive en un mismo cuarto.
Sin embargo, el gran “pionero” no supo o no pudo enfrentar la aparición del MSN, el programa de chat de Microsoft, que arrasó con todo lo conocido y formó sus propios códigos y lenguajes.
Fueron 100 mil usuarios por día durante diez años suscribiéndose al famoso logo de las dos personitas que aparecía en el margen inferior de casi todas las computadoras del mundo. “Pasame tu MSN” era una frase tan corriente, tan típica para conectarse con otros, que nadie podría imaginar que alguna vez iba a desaparecer semejante éxito, que había logrado 360 millones de usuarios.
Pero pasó.
Microsoft acaba de ponerle fecha de defunción al MSN. En pocos meses, todos los usuarios tendrán que usar Skype, el conocido software de videollamadas que Microsoft adquirió algún tiempo atrás, luego de analizar la nueva tendencia de la comunicación.
¿Cómo se explica la caída de semejante gigante? Con la velocidad.
Un tercio de las empresas que Jim Collins destacó en el 2001 en su célebre libro Good to Great ya no existen. La red social MySpace iba a ser el futuro que nunca llegó. Google lanzó Buzz con bombos y platillos y ya no quedan ni las migas. Hoy nadie se compraría un iPhone 3, que salió al mercado como novedad explosiva hace cuatro años. Los ejemplos se multiplican y todos tienen el mismo denominador común. No es una consecuencia del consumo: la tecnología nos empuja a disfrutar sus beneficios muy agresivamente.
El mundo cambió más en los últimos tres años que en los anteriores 15. Hoy gana el que más rápido se adapta a los cambios, en un contexto frenético, plagado de incertidumbre.
A diferencia del desarrollo en décadas pasadas, restringido a una élite, la creación de herramientas tecnológicas como Facebook y Twitter convierten en estos momentos a todas las personas en partícipes de un proceso que alteró para siempre la forma en que el tiempo solía ser percibido. Millones y millones en todo el mundo pueden enterarse de cualquier información al instante y sin necesidad de la radio, los diarios y la televisión.
Lo inmediato es la regla y no es algo efímero: se trata de un presente-futuro, es decir, de tiempo en movimiento. Una unidad dialéctica y contradictoria que desenvuelve -y combina- el presente con un futuro que se desarrolla en ese mismo instante. Esa es la enorme virtud de esta revolución tecnológica.
Nunca estuvieron más pasados de moda los nostálgicos: “Esto terminó con el diálogo, ya ni hablan” o “Están arruinando el idioma” son definiciones que ya no corren. Y ni que hablar de los traumatólogos que diagnostican un BBS (blackberry sindrome).
No queda otra. Seremos testigos de muchas más desapariciones de objetos y aplicaciones que son parte de nuestra vida y que le dejarán su lugar a otros más fáciles, más ágiles o simplemente más eficientes.
No se trata de salir de closet como Jodie Foster: sólo hay que salir de la zona de confort.