Esa tarde no convenía pedir un taxi o ir a una sala de emergencias de un hospital. Casi 100 mil fanáticos llenaban el Superdomo de Nueva Orleans y otras 110 millones de personas seguían cada detalle por televisión. Se estaba jugando el Superbowl.
Hasta que la mitad del estadio quedó a oscuras, era el evento del año. Pero en ese mismo momento comenzó otro partido.
Los jugadores se hicieron a un lado y los protagonistas pasaron a ser los espectadores, sus teléfonos celulares y los televidentes. La opinión en tiempo real fue se convirtió en el principal show.
Fueron cuatro mil tuits por segundo durante más de media hora. Más de 8 millones a lo largo de los 35 minutos que duró el apagón del espectáculo deportivo más importante de los Estados Unidos.
Acaso haya sido la mayor demostración de que el mundo cambió y de que la forma de entretenernos e informarnos es diferente. La gente participa. Ya no se dedica a presenciar pasivamente: se hace protagonista, se adueña de lo que sucede.
La utilización de teléfonos inteligentes evolucionó hasta un punto en el que la falta de energía no impide las corrientes de opinión en tiempo real. En el mundo ya hay más de mil millones de celulares con acceso a Internet.
Algunas estimaciones que manejan las empresas de tecnología señalan que para el 2016 habrá más smartphones que personas en todo el planeta. Las redes sociales aprovechan esa realidad y construyen autopistas en las que la información viaja sin límites y se comparte para crear verdades inmanejables.
Mucho de eso se pudo apreciar en el Superbowl que ganaron los Ravens. Twitter volvió a marcar la cancha como formador -o tal vez, administrador- de microposteos sobre el partido y sobre el show. En total, hubo 24 millones de actualizaciones alrededor de todo el planeta.
Esa velocidad, ese vértigo que provocan las nuevas tecnologías, se sintió además en Instagram, la pujante red de fotografía adquirida por Facebook en mil millones de dólares. Allí se postearon más de tres millones de imágenes a lo largo de todo el espectáculo. Más de 450 por segundo. Impresionante.
La gente influencia a la gente, y las marcas comenzaron a entender ese poder de persuasión, lentamente. Tal vez por eso, en esta oportunidad hubo grandes corporaciones que prefirieron no pagar los 4 millones de dólares que costaba un comercial en televisión. Por ejemplo, General Motors.
Otras firmas importantes aprovecharon la concentración de gente, pero no aparecieron en la tele: dirigieron sus esfuerzos a las estrategias 2.0. En el momento del apagón se lució Oreo con un tuit y una leyenda tan original como precisa: “Podés seguir mojando en la oscuridad”. La creatividad está más presente que nunca, sólo que ahora no es propiedad de un aviso publicitario.
La velocidad del cambio puede provocar angustia, pero paralizarse no es una opción. Como dicen los Redondos, el futuro llegó hace rato.
Qué lastima que a la Presidenta no le guste el fútbol americano. ¿Cuántos tuits hubiera hecho en esos 35 minutos?