Por: Silvia Mercado
A los que después de su hazaña política imaginan un camino ineludible de Sergio Massa hacia la Presidencia en el 2015, hay que alertarlos: nada va a ser fácil para el Frente Renovador.
Primero, por algo elemental. Massa y el grupo de intendentes que lo acompañó en el único desafío político que tuvo el kirchnerismo en 10 años es un grupo de valientes. Pero la valentía no es lo que domina en el peronismo, un sistema dominado por la genuflexión al poder central que fue y sigue siendo el kirchnerismo.
Hay quienes auguran saltos de garrocha masivos. Tal vez haya pases, pero en cuentagotas y en las márgenes, bajo la forma de un “deshilachamiento” no demasiado perceptible. O sea, sin la celeridad que esperan algunos.
El peronismo es un movimiento de tipo conservador, atado a prácticas clientelares territoriales, herederas de caudillos como Manuel Fresco en la provincia de Buenos Aires o Vicente Leónidas Saadi en el noroeste de la Argentina. O sea, desconfía de los liderazgos que prometen transformar el estado de las cosas, como en su momento fueron Antonio Cafiero o Carlos Saúl Menem, que desafiaron a la estructura del Partido Justicialista derrotado en 1983, y fundaron la Renovación Peronista.
Está claro que no salió de esa arcaica estructura, el PJ de la derrota, el ganador de la gobernación bonaerense en 1987 (Cafiero), ni de la presidencia de la Nación en 1989 (Menem). Ambos tuvieron que derrotar a la estructura pejotista para hacerse del poder. Y sólo cuando ganaron, pudieron dominarla.
Hoy el peronismo es una estructura domesticada por el kirchnerismo central, con los gobernadores más genuflexos que se recuerde desde el regreso de la democracia, acostumbrados a la comodidad de preguntar “arriba” qué hacer, qué decir, qué pensar. Muchos tienen posibilidades de seguir dominando sus propios territorios. Algunos ni siquiera eso, pero se conforman con administrar la quiebra en la que se ha convertido el peronismo en el gobierno kirchnerista.
Julio Bárbaro tiene razón cuando dice que “no conozco ningún dirigente que haya llegado a la Presidencia de la Nación de rodillas”. En la Argentina, por lo menos, todos los que llegaron a la presidencia antes ganaron alguna batalla de verdad, no de mentirita, con la que pudieron templar su condición de liderazgo.
Ni el derrotado Daniel Scioli, ni los victoriosos Jorge Capitanich o Sergio Uribarri tienen ya esa posibilidad. Forman parte de un colectivo en quiebra, al que aspiran administrar cargando, sin cuestionar, la pesada herencia kirchnerista, cuando el fin de ciclo ya es evidente para las mayorías.
Pero que ellos no puedan, tampoco quiere decir que Massa podrá lograrlo. Tiene cantidad de enemigos que esperan sus equivocaciones con los dientes afilados. En la Cámara de Diputados, peronistas y no peronistas tendrán que pedir turno para vapulearlo, ya que todos coinciden en la misma necesidad de mellarlo. Y aunque quiera refugiarse recorriendo el país, tampoco lo estarán esperando con los brazos abiertos dirigentes de todos los partidos, que ven al líder del Frente Renovador como el claro enemigo a vencer, antes de que los derrote a ellos. Las maquinarias electorales son como las brujas. No existen, pero que las hay, las hay, y en todos los rincones de la Patria.
Es verdad que Massa posee un volumen político notable, invisible todavía para muchos, incluso peronistas. Pero lo cierto es que para tener chances en el 2015 tendrá que empezar todo de nuevo. De poco le servirá el sorpresivo armado que construyó hasta ahora. Por empezar, ya todos están avisados.
Lo saben radicales y socialistas, sedientos de poder después de años de derrotas, con una vocación nueva que se exhibió -por ejemplo- en el pronunciamiento que lograron de la Corte Suprema de la Nación para cortar la re-re de Gerardo Zamora o con triunfos en distritos importantes como Santa Fe y Mendoza y en enclaves peronistas como Jujuy y Catamarca. Y lo saben los macristas, con un armado político que sorprende por su calidad profesional, paciente, exitosa, precisa, capaz de dejar sin réplica posible a una frase como “ningún miembro de nuestro gabinete en el 2015 será ex ministro”, que fue pronunciada la misma noche de la victoria en el búnker del PRO.
Y aquí, otra cosa más. No puede pasar desapercibida una coincidencia notable: los dos dirigentes mejor posicionados para el 2015, Sergio Massa y Mauricio Macri, son actualmente intendentes. El dato no puede ser una casualidad. Quizás se trate, de verdad, de la esperada “nueva política”, dirigentes de proximidad, que buscan resolver problemas concretos, de gente concreta, alejados del principio de unanimidad que buscó imponer el kirchnerismo en el poder, cercanos a la diversidad y sus debates sin fin para el encuentro de las soluciones, tan imperfectos como la democracia misma.