De Carlos Corach a Jorge Capitanich

Silvia Mercado

Jorge Capitanich sorprendió atendiendo a todos los periodistas sin discriminación ni restricción de preguntas. Para muchos jóvenes se trató de la primera vez que vieron a un ministro rodeado de micrófonos y cámaras, contestando a la prensa sin distancia ni temor, tampoco agresiones. Finalmente, el ejercicio carecía de dramatismo.

La sorpresa de esta práctica sencilla tiene la medida de la baja calidad democrática a la que estuvimos sometidos durante 10 años. Lo que debería sorprender es que un gobierno que se jacta de defender los derechos humanos haya sido remiso a la pregunta periodística, elemento constitutivo de la democracia. O tal vez sea cierto eso de que uno se jacta de lo que carece.

Como sea, la nueva escena matutina del Gobierno llevó a recordar aquélla que con innegable talento desplegó el por entonces ministro del Interior, Carlos Corach, en la puerta de su departamento de la calle Sinclair, casi esquina Libertador, durante cuatro años.

Todo había empezado con una durísima lucha interna en el poder. Los periodistas aprovechaban que Domingo Cavallo salía a caminar todas las mañanas, para arrancarle declaraciones contra sus pares del Gabinete y, como vivía cerca, empezaron a acudir a la puerta de la casa de Corach para que le respondiera.

Corach decidió salir del tsunami mediático que provocaba Cavallo, aceptando el interrogatorio matutino para responder críticas, mientras instalaba la agenda diaria del Gobierno. “Es el modelo perfecto, dice hoy -pícaro- el ex ministro, porque todos te preguntan a la vez, y vos respondés sólo lo que querés“.

La convivencia cotidiana entre funcionario y periodistas no fue sencilla durante esos largos años. Había enojos, tensión, broncas de todo tipo. Se fueron midiendo a diario, aprendiendo a aprovecharse mutuamente, en mañanas que pocas veces fueron monótonas. Y fue pasando de todo. Desde que una vez que el ministro tuvo que salir a bordo de una tanqueta de la Policía Federal porque la calle estaba totalmente inundada, hasta la ocasión en que el programa CQC le llevó unas chicas vestidas con muy poca ropa para lograr que el ministro rompa con la regla de hablar a todos los medios juntos, y no por separado.

Obviamente, Corach no improvisaba antes de salir al ruedo. Leía todos los diarios y llamaba a cada uno de los ministros para conocer cada asunto criticado en los medios. Sabía qué decir y qué callar. Y muchas veces hacía acudir a todo su equipo a las 7 de la mañana con todos los deberes hechos para analizar las mejores respuestas ante los peores problemas.

Lo curioso del “Método Corach” para intervenir en la agenda pública cotidiana no es sólo su particular eficiencia, sino su costo, que tiende a cero.

Si uno se pone a pensar en la fenomenal inversión presupuestaria que hizo el kirchnerismo comprando medios en todo el país, aumentando increíblemente la pauta publicitaria para distribuir entre los empresarios y periodistas amigos, haciéndose cargo del fútbol, contratando personal en todos los organismos públicos vinculados a la producción de relato, con tan pobre resultado, las cosas se entienden.

Tal vez Capitanich no alcance el histrionismo de Corach pero, por lo menos, les sale barato. No es poco en estos tiempos de ajuste.