La condición humana supone la incorporación de una ley fundamental que está por encima de cada sujeto. Una ley que manda sin condiciones respetar al otro como a sí mismo, incluso a aquel que cometa la mayor tropelía. Esta ley sólo se sustenta en la articulación de dos impulsos básicos propios de la condición humana: la pulsión de vida y la de muerte. Dicho de otro modo: todos los humanos tenemos en nuestras relaciones algo del orden de la creatividad y el amor, pero también algo del orden de la hostilidad.
En esta perspectiva, los humanos nos constituimos como tales en tanto somos capaces de asumir una ley fundamental que nos trasciende a todos y a la vez nos protege: se trata de la prohibición del homicidio, sostenida en la conciencia de que el otro es mi prójimo. Aún quien haya cometido el crimen más aciago, merece una justa defensa. La violación de esa ley nos deshumaniza. Ahora bien: ¿porqué en ciertas situaciones algunos grupos humanos parecen olvidar esa ley básica?
A lo largo de la historia, diversas situaciones han impulsado a ese olvido. Sólo es necesario reflexionar en el nazismo o el fascismo, para encontrar ejemplos. En general se trata de procesos en los que por razones diversas, algunas personas vivencian una profunda sensación de indefensión. Sensación que puede responder a situaciones objetivas, pero que suele ser exacerbada por imágenes y consignas que profundizan y resignifican situaciones de dolor diversas. Esta vivencia, puede en algunos casos hacer que los humanos nos sobrepongamos al dolor y asumamos la ley; o bien que el psiquismo vuelva a un estado muy primario, en el cual se suspenden las mediaciones reflexivas y se pasa al acto; proceso éste en que un ser humano puede caer en la violencia contra sí o contra otros.
Éste es un mecanismo básico que funciona en las sociedades cuando desde diversos lugares se las instiga a esa sensación de desamparo, más allá de que existan o no razones objetivas para tal vivencia. Es entonces cuando algunos grupos comienzan a pedir orden, mano dura y fuerte. Se interpela a figuras que imaginariamente salvarían del desamparo, y esto se conforma en un proceso destituyente de cualquier forma de democracia.
Es sobre este proceso profundamente humano que la estrategia destituyente del neoliberalismo viene operando desde hace muchos años y con mayor énfasis en los últimos en Nuestra América; En la cultura neoliberal cualquier gobierno político que intente sostener derechos es una forma de dictadura. Frente a esa ampliación de derechos, la cultura neoliberal, incluso más allá de la conciencia, opera creando una constante sensación de malestar, con ello se modelan tendencias, hábitos y actitudes; este proceso produce un ensimismamiento, ligado a la ruptura de lazos sociales, que puede conducir a actos de violencia irreflexiva.
Argentina guarda en sus memorias muchos dolores, pero también muchos amores. Es tal vez uno de los únicos países del mundo que ha sido capaz de someter a juicio justo a personas acusadas de crímenes de lesa humanidad. En Argentina no ha habido venganzas personales por crímenes atroces. Por eso y por otras razones históricas pensamos que es posible invitar a todos nuestros conciudadanos e instituciones a reflexionar con calma. Tenemos redes que pueden colaborar para que la mayor parte de la ciudadanía rechace toda forma de violencia contra el prójimo. En los momentos más confusos, la reflexión y el amor son los únicos maestros.