A principios de los años 60, Marshall McLuhan, profesor e intelectual más bien controvertido, predijo cambios profundos en la forma en que la gente pensaría y se comunicaría. Una de sus ideas era que estábamos entrando en un mundo de conectividad al que él llamó la “aldea global”. No hay duda de que muchas de sus predicciones se hicieron realidad en la era de Internet.
En La galaxia Gutenberg, McLuhan analiza la influencia de la prensa en la evolución de la cultura y de nuestra sensibilidad individual. Con el tiempo, sin embargo, varió su posición: En Understabding Media y otras obras, predijo la declinación del alfabeto lineal y el auge de la imagen. Los medios masivos hipersimplificaron este fenómeno con la siguiente fórmula: la gente ya no leerá; sino que verá televisión.
McLuhan murió en 1980, precisamente cuando estaba por cambiar la vida cotidiana con el advenimiento de la computadora personal. (A fines de los años 70 habían aparecido algunos modelos, que eran poco más que experimentales, pero el mercado masivo de las computadoras se inició con el lanzamiento de la PC de IBM en 1981.) Si McLuhan hubiera vivido unos años más, habría tenido que admitir que, aun en un mundo evidentemente dominado por la imagen, estaba surgiendo toda una nueva cultura alfabética. En efecto, con las computadoras personales no podemos llegar muy lejos a menos que sepamos leer y escribir.
Es verdad que muchos niños ahora dominan el uso de una iPad mucho antes de que tengan la edad necesaria para ir a la escuela. Aun así, una muy buena parte de la información que recibimos por Internet, correo electrónico y mensajes de texto está basada en el lenguaje. La computadora personal representa la culminación de lo que predijo Víctor Hugo en El jorobado de Nuestra Señora de París: el sacerdote Frollo señala a un libro y después a una catedral y dice: “Esto va a acabar con aquello”. La computadora ciertamente ha demostrado ser un instrumento de la aldea global de McLuhan, pues facilita todo tipo de conexiones sociales (incluso las religiosas, tendría que agregar), pero fundamentalmente es abanderada de la palabra escrita.
Con el advenimiento del libro electrónico, ahora tenemos más oportunidades de leer textos en una pantalla que en papel. Esto, por supuesto, ha suscitado toda una nueva serie de profecías sobre la desaparición del libro impreso y de la prensa en general; profecías que, a veces, parecen verse confirmadas por la caída de las ventas. Así pues, desde hace años, uno de los pasatiempos favoritos de los periodistas de poca imaginación ha sido preguntarle a un hombre de letras qué piensa o siente ante la desaparición de la palabra impresa.
Podemos apoyar el argumento de que los libros impresos tradicionales siguen siendo fundamentalmente importantes para preservar y transferir la información. Después de todo, tenemos ejemplares de libros que se imprimieron hace 500 años y que han sobrevivido maravillosamente, mientras que no podemos saber cuánto van a durar los métodos de almacenamiento digital. (No ayuda en nada que la tecnología esté en continua evolución; nadie pensaría que una computadora fabricada en 2013 sería capaz de leer un disco flexible de los años 80)
Entre tanto ha habido importantes cambios en el mundo de los medios de comunicación, cuyas consecuencias quizá no entenderemos plenamente por algún tiempo. Desde hace mucho se ha proclamado la declinación del periódico, pero en agosto, Jeff Bezos, fundador y director ejecutivo de Amazon, compró The Washington Post. Y el año pasado, Warren Buffett añadió 63 periódicos a sus pertenencias. Como señaló recientemente en el diario La Repubblica el periodista italiano Federico Rampini, Buffett es un gigante de la economía a la vieja escuela: no es innovador pero posee el raro don de detectar buenas oportunidades de inversión. Y parece que algunos tiburones de Silicon Valley también tienen puesta la vista en los periódicos.
En su artículo, Rampini se preguntaba si la estocada final no sería que alguien como Bill Gates o Mark Zuckerberg comprara The New York Times. Pero aun si eso no ocurriera, es evidente que el mundo digital está redescubriendo el papel. ¿Es un cálculo mercantil, una medida política, el deseo de preservar a la prensa como guardián de la democracia o algo por completo diferente? Todavía no me siento listo para tratar de responder a esa pregunta. Pero me parece interesante que, una vez más, nos encontremos presenciando el desmentido de una profecía. Quizá Mao Zedong estaba equivocado y sí hay que tomar en serio a los tigres de papel.