Messi y la economía argentina

Adrián Ravier

“Esto es América, chicos”, dijo Roberto García cuando los jugadores argentinos le cuestionaban al árbitro sus decisiones en el partido Argentina-Colombia. El fútbol argentino pasa por Messi y los rivales saben que deben detenerlo. Si además el árbitro no protege con tarjetas la estrategia sistemática de golpearlo, su rol se reduce a recibir faltas y ejecutarlas. Argentina llegó a la final de la Copa América con un Messi anulado, pero con la aparición esporádica de otras figuras. La final con Chile fue una expresión más de esa estrategia. Apenas recibía la pelota, Messi era golpeado duramente, sin que el árbitro amonestara la actitud de ese jugador.

Hoy se cuestiona a Messi por no aparecer en la selección, o al menos, por no tener el nivel que muestra en Europa con la camiseta del Barcelona. Pero la diferencia no la veo en Messi, sino en las distintas reglas de juego.

Lo mismo ocurre con los profesionales argentinos que emigran al exterior. En Estados Unidos o Europa el argentino se comporta distinto. No se corrompe, no evade impuestos, no regatea precios, sino que trabaja, es creativo e innovador. La diferencia no está en el exiliado, sino en las reglas de juego. El profesional que emigra hacia Estados Unidos o Europa encuentra reglas de juego claras, una protección a la propiedad privada, instituciones que en definitiva generan otros incentivos diferentes de aquellos que conoció en su país.

Messi nos da fútbol, pero también nos ofrece a los latinos y a los argentinos una importante lección. Debemos tomar una decisión en nuestro fútbol y en nuestras economías. O seguimos siendo América, con nuestras injustas reglas de juego, exportando televidentes y profesionales a Europa; o nos europeizamos “importando instituciones” que han tenido mejor éxito, reteniendo a nuestros televidentes y a nuestros profesionales. El futuro del fútbol y de nuestras economías depende, en última instancia, de las reglas de juego y de las instituciones.

Se dirá que las reglas de juego injustas permiten al débil competir en mejores condiciones con el más fuerte, pero la realidad indica que las mejores instituciones, la igualdad ante la ley, permiten una mejor competencia que, en última instancia, nos fortalece y enriquece a todos.