Por: Adriano Mandolesi
La realidad económica Argentina puede ser analizada desde dos ópticas diferentes. Por un lado, una visión que la actual situación de crisis (alta inflación, problemas de balanza comercial, déficit fiscal, contracción de la actividad y caída del empleo) son factores que resultan de la propia “dinámica” de largo plazo de nuestra historia económica. Espasmos de fuertes crecimientos, acompañados por exacerbadas contracciones, que se sustentan en recurrentes crisis fiscales y serios problemas estructurales. Esta parece ser una historia que se repite indefectiblemente para nuestro país como un “ciclo de la ilusión y el desencanto” tal como titulan en su clásico libro de historia económica, Pablo Gerchunoff y Lucas Llach.
La visión alternativa indica que estamos viviendo la crónica de una muerte anunciada de un modelo populista que desvió a la Argentina del camino de desarrollo que alcanzaron nuestros países vecinos (Chile, Perú, Uruguay, Colombia o México). Un modelo insolvente favorecido por un efecto riqueza sin precedentes derivado del incremento de precios de precios internacionales en los principales productos agrícolas, que mejoraban año tras año.
Lo cierto es que el país ya no crece como antes y le cuesta crear empleo en el sector privado. La tasa de inflación se duplicó: del 20% al 40% anual, consecuencia del descontrol fiscal, financiado con emisión de moneda y utilización de las reservas. Cuánto más moneda se emite y más se devalúa, hay más vía libre para el descontrol fiscal y la “maquinita” que trae más inflación y devaluación. Es un círculo vicioso.
Para salir de esta situación será necesario lograr la estabilidad macro, mediante la implementación de políticas fiscales y monetarias sanas, que se completen con las ineludibles reformas estructurales. Así, el país debería volver a dar señales firmes de que realmente quiere reinsertarse en el mundo, siguiendo las prácticas habituales de respeto por los contratos y la propiedad privada, aplicar la restricción presupuestaria y valorar la estabilidad monetaria. En tal sentido la eliminación del cepo es fundamental, ya que en la actualidad representa un fuerte impuesto a quienes quieren invertir en Argentina, paralizando casi en su totalidad el proceso de ingreso de divisas al país.
En este punto radica la importancia de un programa macroeconómico de largo plazo, consensuado por las diferentes fuerzas políticas del país. Que se consolide con el próximo gobierno, pero que respete sus compromisos independientemente del signo partidario de quien tome el turno en el sillón de Rivadavia. Sin dudas, el desafío es complejo para un país como el nuestro que se ha caracterizado por fuerte indisciplina macroeconómica y fuertes tensiones sociales derivado de la crisis de representatividad en la clase dirigente y la delicada situación económica de vastos estratos de la sociedad.
Es cierto que esperar puede resultar doloroso. Esto es particularmente cierto en un contexto donde – en los últimos años – el discurso impregnó la sensación de que existe “la magia”. Una buena parte de la opinión pública cree que es posible para la Argentina podrá salir más rápido de la situación actual manteniendo el default y abandonando definitivamente la prudencia en las variables macro. De esta forma, sin olvidar las urgencias de corto plazo, es necesario trabajar sobre el largo plazo para lograr despejar la incertidumbre y crear el marco adecuado que permita una expansión del nivel de actividad en el corto plazo.
Para eso es fundamental mirar la experiencia internacional de Chile, Colombia o México. Países que aplicando una agenda económica consistente pudieron bajar una inflación crónica a valores razonables como los que tienen hoy. Sin dudas, los contextos son diferentes pero se trata de presentar un programa global de gobierno, que permita despejar las dudas inmediatas pero que al mismo tiempo definiendo claramente qué tipo de país será la Argentina en el largo plazo.
El respeto a la ley, el equilibrio fiscal, la estabilidad cambiaria y monetaria, la apertura económica y la confianza en los mercados para asignar recursos son todas condiciones necesarias para el crecimiento económico sostenible.