Por: Aladino Benassi
Los peligros acechan. La preocupación en las actuales circunstancias es importante para quienes nos sentimos identificados, plenamente, con un modelo económico productivo con inclusión social y movilidad ascendente, de políticas permanentes de ampliación del mercado interno y promoción de las exportaciones con alto valor agregado. Esta inquietud radica en la falta de previsibilidad y de una sincera autocrítica sobre la marcha de la economía, que no depende del cambio de una persona sino de la política misma.
Si bien las mayores quejas son realizadas por aquellos que ven amenazados sus privilegios económicos, llámense empresas monopólicas, formadores de precios o sus defensores, comienzan a observarse críticas de quienes fueron en su momento merecidamente favorecidos. Y en este contexto vemos que los enemigos del modelo económico que defendemos no siempre operan de la misma manera. Muchas veces lo hacen aprovechando los errores cometidos por quienes son responsables de mantener el rumbo, en un claro oportunismo que busca mejores ganancias sin importar que la industria nacional pierda.
Por ejemplo, en el sector automotriz pareciera ser que el sostenimiento de los niveles ocupacionales directos -por el boom de la colocación en el mercado interno de una cifra de vehículos inusual- no favorece por igual a los autopartistas nacionales, que se ven afectados al impedírseles crecer al mismo ritmo que las terminales, mientras sí se benefician de manera directa a los autopartistas de otros países, con lo cual se genera un mal adicional: la innecesaria perdida de divisas.
Otra muestra son los acuerdos establecidos con los hipermercados, que en el afán de mantener un congelamiento de precios de muy bajo impacto relega a los pequeños y medianos comercios, que aún llegando a los consumidores con mejores valores de venta, se perjudican con esta maniobra. Pero, además, existe el agravante adicional de que las grandes cadenas tienen permitido importar mercaderías. Por el contrario, a las empresas que ocupan una mayor cantidad de mano de obra, absurdamente se les imposibilita realizar importaciones para completar productos que desarrollan, tanto para comercializar en el mercado interno como para realizar exportaciones. Así, la competencia desaparece y se favorece la posición monopólica, con las graves consecuencias socioeconómicas que esto implica.
Tampoco la política energética escapa a la falta de una autocrítica que se ve reflejada en la creciente sangría de divisas que sufre el país, producto de no haber realizado las inversiones correspondientes en su debido momento. También, la irresolución de la cancelación de las deudas con el club de París, que obstaculizan nuestro comercio internacional, constituye una de las trabas más importantes a la exportación de biodiesel argentino, un producto que en su proceso industrial no sólo genera la incorporación de recursos humanos en origen, sino que también es una pieza clave en el marco de la construcción una matriz formada por energías renovables. En este sentido, también es preocupante la falta de orientación para la inversión en energía eólica.
Somos y seremos defensores del comercio exterior administrado, pero las deficiencias en su manejo lo han hecho vulnerable. Muchos de los que en forma justa se beneficiaron en su momento, hoy no encuentran una respuesta razonable del por qué no pueden importar un componente que les permita completar un producto final, tanto para comercializar en el interior o como para exportar, mientras que a las automotrices se les deja extraer divisas para traer del exterior piezas que compiten con nuestros fabricantes nacionales. Incluso, los favores a las automotrices impiden la posibilidad de los autopartistas vender en el mercado de repuestos automotores. Pero en una absurda contrapartida, los hipermercados son autorizados a importar lo que les viene en gana.
Hay momentos, entonces, en que las decisiones en la administración del comercio exterior argentino parecen estar inspiradas en las más retrógradas ideas del cavallismo y nada tienen que ver con ese modelo económico productivo con inclusión social y movilidad ascendente, de políticas permanentes de ampliación del mercado interno y promoción de las exportaciones con alto valor agregado que defendemos.
La fuerza que la administración del comercio impulsa en la sociedad al facilitar el desarrollo de las empresas, y se potencia con mecanismos de promoción tecnológica y políticas de fomento industrial, es una fuerza incontenible que arrasa con la desocupación y genera la base del crecimiento sostenido.
Por el contrario, cuando se desarticulan los instrumentos para esquivar ese fin, esa administración se transforma en una máquina de destrucción, por lo que puede afirmarse que la virtuosidad está determinada por respetar el plan instrumentado en alcanzar el objetivo del bienestar de los argentinos. Es por eso, que aunque los cambios de nombres refrescan la acción gubernamental, advertimos que en realidad son las políticas las que deben reorientarse en la dirección correcta, al abordarse esta nueva etapa que se inicia.