En general, en los medios de comunicación, lo más frecuente es la exhibición de una carga inusitada de series estadísticas al efecto de defender una u otra política. Es extenuante y exasperante sin que se ponga de manifiesto prácticamente ningún razonamiento de fondo ni fundamento alguno, excepto en algunos círculos de izquierda, con lo que provocan un corrimiento significativo en el eje del debate y así logran que, en gran medida, se adopten las políticas a las que adhieren.
Dejando de lado las fraudulentas o las que pretenden demostrar puntos en base a ratios mal concebidos (por ejemplo, la relación déficit-producto como si el crecimiento del producto justificara un desequilibrio presupuestario mayor) o comparaciones improcedentes (como el denominado deterioro de los términos de intercambio sin tomar en cuenta que en la serie se compara el valor del trigo con el de los tractores sin contemplar que estos últimos cambian de modelo por lo que permiten rendimientos de trigo mayores, además de que esas comparaciones no prueban nada ya que, por ejemplo, la relación de intercambio de los automotores con la cebada fue desfavorable para el primer rubro desde su invento y, sin embargo, los balances de las empresas automotrices revelaron notables mejoras). La sola mención de estadísticas no logra objetivo alguno como no sea una efímera impresión que en realidad no conduce a nada relevante.
Desde el locuaz y prepotente Nicolás Maduro en adelante, todos los gobernantes se empeñan en cubrir sus agujeros negros con una regadera de estadísticas. No son pocos los que entran por la variante respondiendo con otras estadísticas, pero, en última instancia, para demostrar las ventajas o desventajas de un sistema se hace necesario argumentar y desarrollar silogismos consistentes. Básicamente, eliminar la barrera mental de que es posible que el aparato estatal planifique lo que no se conoce de antemano, como la innovación que es la esencia del progreso y todos los millones de arreglos contractuales que sólo se ponen en evidencia en el momento de actuar (“preferencia revelada” decimos los economistas), por lo que los datos no están disponibles ex ante.
Prácticamente no hay rincón del quehacer humano que no esté sujeto a la estadística. Así, escuchamos cifras y más cifras sobre la asistencia de niños y niñas a salitas de cuatro, kilómetros de carreteras construidas, fuerzas policiales por número de habitantes, coparticipación federal de las estructuras tributarias, libros vendidos, barras bravas por equipo de football, stock de bicicletas, porcentual de convictos que cumplen la pena, precipitación pluvial, incremento de neurosis, densidad poblacional, ponderación interanual de porteros sindicalizados, índice de precios al consumidor, muertes por cáncer, ascensores por edificio, evolución del balance comercial, escolaridad, manicuras por ciudad, gasto y endeudamiento públicos, rendimiento de cosechas, suicidios de jubilados y tantísimos otros datos que diariamente se arrojan sin misericordia sobre televidentes, radioescuchas y lectores de la prensa escrita.
Pero para una información de mayor envergadura resulta más didáctico si se exponen los fundamentos y las bases conceptuales de tal o cual política si es que se desea lograr aprobaciones y una mejor comprensión de los entretelones que marcan la dirección de lo que se propone hacer o de lo que se está haciendo.
Esto va para cualquier tradición de pensamiento, pero en esta ocasión me detengo en el liberalismo. En lugar de mostrar cuadros y series estadísticas, conviene decir en qué consiste esta corriente intelectual y qué se propone. Tengamos muy en cuenta que si de estadísticas se tratara hace mucho tiempo que este ideario se hubiera aceptado con aplausos por doquier. Pero evidentemente éste no es el caso ni lo será nunca por la sencilla razón que al fin y al cabo las estadísticas prueban poco, se necesitan argumentos, razonamientos y fundamentaciones de diverso tenor. Por esto es que la cátedra ha demostrado su enorme fertilidad cuando los alumnos tienen la oportunidad de escuchar, discutir, tamizar y digerir argumentos sólidos dirigidos a espíritus nobles, receptivos y hospitalarios de quienes no son oportunistas y quieren saber.
Estimo que en esta línea de pensamiento viene muy bien reproducir una de las aseveraciones de Tocqueville que encierran una gran verdad: “quienes le piden a la libertad más que ella misma, ha nacido para ser esclavo”. Esto es trascendental. La característica medular del ser humano es el libre albedrío, la capacidad de pensar y decidir, de tener propósito deliberado, a diferencia de lo que ocurre con los animales, vegetales y minerales. Las piedras, las rosas y las serpientes no son responsables, carece de sentido la ponderación moral, no deciden, están determinados por cadenas inexorables de nexos causales. Si esto fuera así en la condición humana no serían seres racionales y, por tanto, lo que dicen no podría ser juzgado en el contexto de proposiciones verdaderas o falsas. La misma afirmación del determinismo en los humanos carece de todo sentido puesto que no podría argumentarse en su favor sino simplemente repetir lo que se estaría compelido a decir. No habría posibilidad de debatir nada con un ser no-racional.
Ahora bien, la libertad de que nos habla Tocqueville es la característica más preciada y, como queda dicho, la que distingue al ser humano. Es lo que permite que cada uno decida sobre el camino que prefiere seguir. Esos caminos son subjetivos y no son susceptibles de trasladarse a números cardinales (declarar que el observar una puesta de sol produce una satisfacción de 5.768 no tiene el menor sentido), solo puede referirse a números ordinales, es decir, el establecimiento de prioridades (que son cambiantes según las circunstancias y los deseos del sujeto actuante). Tampoco las preferencias son susceptibles de comparaciones intersubjetivas por las mismas razones de la imposibilidad de mediciones y referencias a números cardinales.
Entonces, no es cuestión de estadísticas ni de la extrapolación ilegítima de un gobierno a una empresa comercial. En este último caso, todos los intereses deben estar alineados con el propósito de la empresa, en el primero cada gobernado tiene sus fines particulares que deben ser respetados a rajatabla siempre que no lesionen derechos de terceros. Las estadísticas de lo ocurrido son una consecuencia y el resultado de las respectivas decisiones individuales que, como decimos, deben ser respetadas en una sociedad abierta, sea la preferencia de tocar el arpa o la producción de tomates.
Los precios trasmiten informaciones sustanciales para saber donde asignar recursos pero no miden nada puesto que expresan estructuras valorativas cruzadas entre compradores y vendedores (decir que un tomate es igual a diez pesos contradice el hecho que las valoraciones de las partes son desiguales respecto al bien y al dinero objeto de transacción).
Antes subrayamos que incluso las estadísticas del producto bruto tienen sus bemoles. Se pretende sostener que muestran grados de bienestar, lo cual se descarta al percibir que la mayor parte de lo que genera bienestar no es cuantificable en términos de precios monetarios. Entonces se afirma que alude al bienestar material, pero esto también es objetable puesto que lo producido coactivamente por los gobiernos no refleja las preferencia de lo que hubiera decidido la gente si hubiera podido elegir. A raíz de esta consideración se excluye la participación estatal, pero sigue en pie la observación en el sentido de preguntarse sobre el motivo de que los gobiernos compilen esas estadísticas por tres motivos básicos. En primer lugar, la misma proyección del producto para que tenga sentido significa que el aparato estatal establecerá políticas al efecto de lograr el cometido, he ahí el problema puesto que esas políticas desvían los siempre escasos factores de producción del curso que hubieran tomado de no haber mediado la imposición, esa es la diferencia con la empresa privada que proyecta para lograr la meta. Segundo, los agregados macroeconómicos esconden el origen de la producción de bienes y servicios: aparece un bulto llamado renta nacional que tienta a la redistribución y tercero, es del todo improcedente que el gobierno lleve esas estadísticas ya que si fueran necesarias las provee el sector privado en la medida que se considere que existe cierto correlato con determinado abastecimiento o similares.
Es crucial tener en cuenta que los hechos en ciencias sociales no tienen las mismas características que en ciencias naturales. En este último caso son “fenómenos de afuera” sujetos a la experiencia de laboratorio, mientras que en el primero son procesos sujetos a interpretación (no son “dados”) por lo que la selección de lo que describirá la estadística depende de esa interpretación por eso es que remite al campo conceptual. Por esto quienes mantienen que se limitan a señalar “hechos objetivos” absteniéndose de lo que puedan estimar son nexos causales no saben de que están hablando puesto que equiparan las piedras y las rosas con el propósito deliberado de los seres humanos. Sin duda que hay interpretaciones que se acercan más a la realidad que otras pero, reiteramos, es el andamiaje conceptual el que define el tema en base al cual se seleccionan las estadísticas.
En resumen, son los grados de libertad los que muestran una mejora o un empeoramiento de la situación general al efecto de que cada uno siga su proyecto de vida sin ser molestado y no ocupar espacio con estadísticas que son meros instrumentos de la referida interpretación (y allí es donde está la raíz del debate). Esto es útil tenerlo en cuenta para no caer en aquello de que “hay tres tipos de mentiras: las blancas, las perversas y las estadísticas”.