Un mito persistente entre los argentinos es que el hundimiento del crucero General Belgrano tuvo por objeto terminar abruptamente con negociaciones que se vislumbraban como exitosas para allanar el camino hacia la resolución del problema de la soberanía. Una lectura atenta y desapasionada de la cronología de los hechos no sustenta esa creencia.
A partir del 1º de mayo, mientras los cañones ya disparaban, se intentó en paralelo una nueva mediación por parte del presidente del Perú, Fernando Belaúnde Terry. Durante la noche, el peruano acercó al gobierno argentino una propuesta. Ésta había sido discutida también con el secretario de estado Alexander Haig y solicitaba el cese de las hostilidades, el retiro mutuo de las fuerzas, la necesidad de tener en cuenta los “puntos de vista” y los “intereses” de los isleños en la negociación y que la administración de las islas estuviera a cargo de un “Grupo de Contacto” compuesto por terceras partes excluyendo a la Argentina y al Reino Unido. Para el canciller argentino, Nicanor Costa Méndez, la propuesta era muy aceptable. Sin embargo, conociendo la naturaleza de la disputa, cuesta imaginar que los británicos concordaran.
A la mañana siguiente, el presidente peruano informó a los argentinos que el embajador estadounidense en Lima había propuesto cambiar la palabra ‘puntos de vista‘ por ‘deseos‘. Costa Méndez declaró que eso era inadmisible y le explicó que si se aceptaba el cambio la solución quedaría en manos de los isleños. Belaúnde respondió que el cambio no se haría. A continuación, el argentino propuso una nueva redacción: “los puntos de vistas concernientes a los intereses” de los isleños. El peruano tomó nota. Es posible especular que los británicos tampoco aceptarían la nueva redacción propuesta por los argentinos.
Más tarde Belaúnde telefoneó a Galtieri para obtener la confirmación de la aceptación argentina. Su respuesta fue que lo acordado con Costa Méndez era válido pero que no podía responderle definitivamente sin la aprobación de la Junta.
Al mediodía del 2 de mayo, la prensa anunció que Belaúnde había afirmado que ambas partes deseaban aceptar la propuesta de paz que les había realizado. Al consultar la prensa al canciller argentino sobre qué posibilidades de éxito tenían las negociaciones en curso, éste respondió: “una sola expresión, la palabra deseos nos separa”. Por su parte, Haig comentó después que las negociaciones telefónicas progresaban pero que las palabras “eran críticas” como lo era saber si eran aceptables para los británicos. Por lo tanto, a pesar de lo afirmado, a esa altura ninguna de las partes había aceptado los términos de la negociación. Belaúnde se había apresurado. Para dar una respuesta definitiva, la Junta se reuniría a las 7 de la tarde del día 2. A esa hora, mientras discutían el tema llegó la noticia del hundimiento del Belgrano. Por lo tanto, la Junta nunca se expidió sobre la aceptación. En el otro extremo, Perú había conversado con los Estados Unidos y se supone que éste mantuvo a Londres informado de las actuaciones. Pero el Reino Unido no había tenido una participación directa como la tuvo la Argentina en la redacción de la propuesta. Por lo tanto, al momento del hundimiento del Belgrano, la propuesta sólo había sido aceptada en principio, pero no en los detalles, por los argentinos. Los británicos ni siquiera habían llegado a ese punto. Cardoso y sus colegas se preguntan en Malvinas. La trama secreta: “¿por qué consumar el ataque [al Belgrano] cuando la Argentina, al menos, creía estar cerca de una solución?” Ahí está el problema. Sólo en la Argentina creían que era posible el éxito de la negociación planteada porque era la propia. ¿Por qué aceptaría el Reino Unido una propuesta claramente en contra de sus intereses, sobre todo cuando ya contaba con el apoyo diplomático y logístico incondicional de los Estados Unidos y la Task Force se encontraba en posición para lanzarse a la recuperación de las islas? El hundimiento sirvió para aclarar de un modo contundente que las opciones eran retirarse totalmente de las islas o el choque armado. Los relatos sobre la conducción de estas negociaciones muestran que los peruanos y los argentinos involucrados se hallaban bajo un fuerte estado de ilusión.
La persistencia mitos como éstos en la Argentina nos pone como víctimas de un complot internacional, cuando en realidad lo ocurrido fue la consecuencia lógica de nuestras propias acciones.